La sublime y soterrana apología relojera de un Patek sólo se vislumbra para unos pocos, después de haber sido capaces de recorrer, sin desfallecer, una senda plagada de espejismos que vomitan formas y apariencias fugaces, que se derriten bajo el calor y la luz del sol.
A Patek sólo se la puede entender, mentes preclaras a parte, desde los entresijos de su perfección, cual pacto secreto entre ésta y el proyecto humano que aspira a ella, desprendiéndose el Hombre, en ese camino, de todas sus decepciones y frustraciones para hallar, al final del sendero, mecánica desenfrenada en gusto y técnica, y estética tan frugal como esencialista, más allá de los modestos y precarios fuegos artificiales de lo que una edad o una situación prisionera del momento y sus circunstancias, alimentan un apetito pasajero y fruto de un camino inacabado por no haber sido recorrido, con sinceridad, hasta el final…
¡Huy!, ¡que espesito estoy hoy!
¡Saludos!