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Muchas gracias, compi. La semana que viene subo uno. Un abrazo.Muchas gracias por esta historia tan educativa. He tenido que esperar unos días para encontrar tiempo para leerla, pero ha merecido la pena. Deseando que llegue la próxima. Gracias, tocayo.
Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo.Lo acabo de leer ahora mismo en un rato libre que he tenido, y ha habido un momento que pensaba que estaba leyendo a Richard Bachman … you know. Me gusta tu estilo colega, felicidades 👍
jajajaja, eso parece.Te pasan unas cosas rarísimas.....
Deseando leerloMuchas gracias, compi. La semana que viene subo uno. Un abrazo.
Bueno, ya sabes. Uno usa los elementos que tiene a mano para hilar una historia que tenga una dirección.Con la calderilla que cuesta el Daytona,se instala un sistema de calefacción con generadores en la cabaña acojonante,pero el interés literario del texto perdería fuerza,además el mecanismo de un zippo tiene garantía de por vida ,con un dupont,Cartier o Dunhill,la palmas fijo.
Te acuerdas de Leaving las vegas ,la de copas que le pagó el Daytona a Nicolás cage.....eso es saber soltar...
Y que cada uno valora las cosas dependiendo de su propia perspectiva.Muchas gracias por la historia. Está claro que no es lo mismo el valor de las cosas que el dinero que cuestan.
bien hecho! Lo de ser ermitaño queda muy bien en la novela, pero es jodido.Buena historia y muy bien escrita. Gracias por hacerme pasar un rato entretenido y por hacerme reflexionar sobre el modo de vida que llevamos.
Después de reflexionar, no, no me voy a vivir al campo, seguiré sobreviviendo en la ciudad y maquinando cuál será mi próxima pieza relojil 😜
Muchas gracias, Lucky. Qué bien que te haya gustado. Un abrazo.Hala, ya me la he leído. Bonita historia y genialmente escrita, con un vocabulario rico pero en todo momento adecuado. Muchas gracias English, tienes mucho talento!
Muchas gracias!Muy buena historia para reflexionar un poco, muy buen trabajo.
Excelente relatoHola a todos. He escrito un relato a raíz de un hilo algo polémico que surgió el otro día. No es ni mucho menos la recreación de ese tema, sino solo me sirvió de inspiración para entender el significado y consecuencias de algunos actos y el valor que damos a las cosas.
Espero que os guste.
La increíble historia del hombre que rechazó un Rolex
El primer copo de nieve cayó sin avisar y Peter chascó la lengua con desdén mientras tomaba otra de las interminables curvas de aquella carretera de montaña en pleno corazón del condado de Maine. Giró el volante de su Porsche Panamera hacia la derecha al tiempo que los limpiaparabrisas se conectaban de forma automática para eliminar la nieve que ya se acumulaba el cristal, dificultándole la visión. Miró de forma instintiva su Rolex Daytona sujeto en la muñeca izquierda y pensó que iba a llegar tarde a su reunión. Sin pensarlo dos veces, aceleró al salir de la curva para cubrir los pocos metros de recta a toda velocidad, aunque tuvo que volver a reducir casi de inmediato para entrar en la siguiente.
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Llevaba así más de veinte minutos y se maldijo por haber decidido tomar aquella carretera secundaria en vez de la autopista. El navegador le había llevado por allí para reducir en quince minutos la hora de llegada a destino, los suficientes para poder ser el primero de los licitantes convocados y ejercer algo más de presión al importante cliente en cuestión. Muchos millones de dólares dependían de ser o no el constructor de la urbanización planeada en unos terrenos recalificados. Sin embargo, todo dependía de que el dueño de aquellas tierras vendiera a su empresa constructora y no a la competencia las veinte hectáreas de bosque de abeto que limitaban con la ciudad. Y todo dependía de aquellos malditos quince minutos.
Volvió a acelerar al salir de la curva y los neumáticos hicieron un extraño, haciendo girar la parte trasera peligrosamente. Peter agarró con fuerza el volante y no cedió en su presión con el acelerador. Nada ni nadie iba a detenerle. Otra mirada furtiva al Daytona le indicó que iba a buen ritmo. Había ganado un minuto al tiempo previsto a pesar de la nieve que iba cubriendo el asfalto de un hipnótico color blanco. La luz del atardecer se reflejaba en la superficie y Peter tuvo que apartar la vista para no deslumbrarse. Fue en aquel momento cuando un repentino golpe de aire lateral en plena curva le sacó de la carretera. El tiempo se detuvo durante unos instantes y, curiosamente, lo primero que le vino a la cabeza fue el jaleo que iba a tener con la aseguradora por cualquier desperfecto de su Panamera; además iba a llegar tarde a la reunión y la competencia se haría con el proyecto. Su último pensamiento fue para su apreciado reloj, recién adquirido tras muchos meses de espera y por el que había desembolsado una ingente cantidad de dinero; soltó su mano izquierda del volante y la colocó entre las piernas con la intención de proteger el reloj de un golpe contra la puerta lateral. Fue lo último que recordó.
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El rítmico vaivén de los limpias le hizo volver a la realidad. Abrió los ojos lentamente mientras sentía su cabeza estallar de dolor. Un reguero húmedo que luego descubrió era sangre le resbalaba desde la frente, pasando por la nariz para acabar en la comisura de los labios. Reconoció su propio sabor de cuando de niño se había caído de la bicicleta y golpeado en los labios.
La luz había menguado y se preguntó cuánto rato llevaba allí, sentado dentro del habitáculo y con su deportivo estrellado contra un enorme abeto. La nieve caía a montones y adivinó que se trataba de la que se había acumulado en las ramas del árbol. Sintió frio, más del que recordaba sentir. Sus zapatos de piel de cocodrilo y su traje a medida no eran el atuendo más adecuado para sobrevivir en la intemperie. Era solo principio de noviembre, se dijo, y aquella ventisca no debería haber sucedido. Sin embargo, todo lo malo que podía haber sucedido, sucedió, incluyendo que el airbag del conductor no se abriera y que su frente chocara violentamente contra el volante. Aquella sería una de las múltiples querellas que iba a interponer contra el concesionario; la siguiente sería quejarse de la mala tracción y agarre de los neumáticos. Con su antiguo Porsche Carrera aquello no hubiera sucedido. Cómo lo echaba de menos.
Cuando sus ojos se aclimataron a la luz, echó un vistazo al reloj y suspiró aliviado. Afortunadamente estaba indemne. Marcaba las 17:00 horas y eso significaba que faltaba media hora para la puesta de sol. Si hubiera sido una semana antes, hubiera ganado una hora de luz, pero era costumbre que el primer domingo de noviembre se cambiara al horario de invierno. Peter decidió que debía salir del coche. Abrió la puerta y el viento gélido le abofeteó el rostro. Puso pie en tierra y se hundió hasta el tobillo, incrementando la sensación de frio que le recorría el cuerpo. A saltos llegó hasta la parte trasera y abrió el capó. Su abrigo de paño descansaba pulcramente sobre el tapizado. Se lo puso, abotonándolo hasta arriba y miró a su alrededor.
El choque había dejado muy mal parada la parte frontal del Panamera y el vehículo yacía tumbado hacia un lado semi enterrado entre la maleza. Fue consciente de que le sería imposible sacarlo de allí. Metió la mano en el bolsillo para buscar su móvil y no lo encontró. Recordó que lo llevaba en el asiento en el momento del accidente y rodeó el coche para recogerlo. En cuanto le puso la vista encima se dio cuenta de que tenía un problema. La pantalla estaba rota y hacía imposible la conexión. Pulsó el número de emergencia, pero no hubo respuesta. Fue la primera vez que se percató de lo delicado de su situación.
La carretera estaba desierta, la ventisca continuaba con visos de encrudecerse en cuanto cayera el sol y su coche estaba inservible. Volvió al interior del habitáculo y trató de encenderlo para conectar la calefacción, pero no hubo suerte. El motor no respondía. La cabeza le ardía debido al golpe y un atisbo de mareo comenzó a inundarle. Luchó contra la pesadez de los ojos sin que pudiera evitar que la somnolencia se apoderara de él. El impacto había sido más fuerte de lo que al principio había sospechado y finalmente, sin poderlo evitar, se abandonó al sopor hasta que su cabeza cayó pesadamente sobre sus hombros.
Lo primero que sintió cuando volvió en sí fue el calor y el crepitar de un fuego. Pensó que estaba soñando y de hecho tenía la sensación de haber soñado con un gigante que le tomaba como un fardo y le llevaba a cuestas. El dolor de cabeza seguía martilleando las sienes y la frente. Entreabrió los ojos y la luz de la llama de la hoguera le cegó. Se preguntó dónde estaba y qué había sucedido. Fue entonces cuando oyó una voz como un trueno.
-¿Ya has vuelto a la vida?
Delante de él había un hombre enorme. Debía de medir dos metros y era corpulento y barbado. Sus ropas eran una amalgama de telas que finalmente cubría un grueso abrigo de pelo. Calzaba unas botas de corte militar y en las manos llevaba unos guantes que mostraban sus gruesos dedos.
- ¿Dónde estoy? ¿Quién eres? ¿Cómo he llegado aquí? - exclamó más que preguntó Peter al desconocido. Por su cabeza voló la idea de un loco que lo hubiera secuestrado y que quisiera hacerse un caldo con sus huesos y comerle sin tan siquiera molestarse en matarle primero. Luchó por ahuyentar de su mente tales pensamientos y miró a su alrededor con el rabillo del ojo, mientras esperaba la respuesta de aquel gigantón. Estaba en una especie de cabaña de madera que podría haber sido un refugio de cazadores. No tendría más de nueve metros cuadrados y era demasiado baja para la estatura del hombre, quien se hallaba sentado en un tocón de árbol a modo de banqueta frente al fuego.
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- Muchas preguntas de una vez -respondió. – Tranquilo, que estás en mi refugio a salvo de la tormenta. De no haberte encontrado te hubieras congelado. La temperatura ahí afuera cae bajo cero en cuanto se pone el sol y con esa ropa de ciudad no tenías nada que hacer.
Peter se incorporó un poco y tocó la áspera y gruesa manta con la que estaba tapado.
-Te la puse yo para que te calentaras -se adelantó a explicar el desconocido tras leer el estupor en los ojos de Peter.
Este apenas pudo farfullar una respuesta. Estaba desorientado, pero de alguna manera se sentía a salvo y agradecido de haber sido rescatado de aquella trampa mortal.
-Me llamo Peter- dijo blandiendo indeciso la mano hacia adelante.
El hombre se inclinó para estrecharla y prácticamente la dejó enterrada entre la suya.
-Yo soy John, pero todo el mundo me llama Slash. Viene de mi época como talador, pero ya no me dedico. Lo dejé hace tiempo.
-¿Talador? -preguntó Peter al tiempo que retiraba la mano.
-Sí, pero eso ya quedó atrás. Ahora me dedico a la caza furtiva- dijo de forma distraída.
-Y ¿vives aquí?
-¿No te parece bien? -preguntó lanzando una mirada directa a los ojos de su invitado.
Peter tartamudeó. -No, no, me parece perfecto, es que…-
No pudo acabar la frase ante la risotada de Slash.
-Tranquilo, hombre. ¡Me estaba quedando contigo! Ya sé lo que parece, un tugurio de mala muerte, pero es lo que hay. Antes vivía en el pueblo, pero se me hincharon las pelotas de pagar alquiler, recibos y toda la mandanga. Un día le pegué una patada a todo y me vine aquí. Antes lo frecuentaban los cazadores, pero ya no viene nadie por aquí. Tengo lo que necesito y me apaño con lo que cazo. Y como ves, ¡no me va mal! - rio de nuevo dándose palmadas en la barriga.
El fuego alumbraba la estancia y calentaba con bastante eficacia la cabaña. Una pequeña mesa de madera, tres sillas desvencijadas y un catre en el suelo era el único mobiliario. En una esquina había lo que parecía ser la despensa, una caja de madera donde se apilaban latas de judías y carne enlatada por lo que Peter alcanzó a distinguir.
Estaba ensimismado cuando la voz de John le regresó a la realidad.
-Por cierto, te cogí del abrigo el mechero- dijo señalando a un punto en el suelo.
Peter ni se había percatado de que le faltaba su encendedor.
John se levantó pesadamente para acercarse a cogerlo y devolvérselo a su dueño.
-Al mío se le acabó la carga y las cerillas están demasiado húmedas para funcionar bien. Hasta que no baje al pueblo dentro de unos días no compraré otro. Intento ir lo menos posible, ya sabes, por aquello de no sentirme un bicho raro. Conozco a todos allí, pero desde que me fui he perdido los amigos y el respeto.
Peter se guardó el mechero en el bolsillo con un gesto mecánico. Era un encendedor Zippo comprado en una tienda por mero impulso, ya que él no fumaba ni sabía para qué lo usaría, pero le recordaba el que tenía su amigo de la infancia cuando juntos se escapaban para encender papelillos que luego lanzaban al aire para verlos consumirse. Aquellos eran otros tiempos donde la inocencia lo dominaba todo. Nada era igual, sobre todo desde que después de graduarse en económicas pudo entrar en la empresa de construcción y escalar puestos hasta convertirse en miembro de la directiva. Había sido tras mucho esfuerzo y no pocos sacrificios, entre los que contaban dos divorcios, ningún hijo y demasiados cambios de coches, cenas de lujo y lujo desfasado. Palpó inconscientemente su Daytona en la muñeca y sintió su reconfortante peso. Desde que lo había comprado pocos meses atrás se sentía el rey del mundo y capaz de cualquier cosa, una sensación muy diferente a cualquier otra. Sin embargo, allí estaba. Perdido en medio del bosque en una ventisca de nieve, sin más compañía que aquel intimidante y extraño individuo y envuelto en una manta al calor de una hoguera.
La mañana le sorprendió de repente. La luz se colaba entre las rendijas y a través de un ventanuco detrás de donde se encontraba que no había llegado a distinguir la noche anterior. John no estaba y se preguntó dónde habría ido. Su reloj marcaba las diez de la mañana y el sol ya estaba alto. Se incorporó desperezándose, recorrió la escasa distancia hasta la puerta y salió. La ventisca había desparecido y el sol brillaba. La nieve cubría todo como un manto impoluto y el frio gélido de la noche anterior se había transformado en algo más agradable y llevadero.
Envuelto en su abrigo dio un par de pasos afuera, pero los pies se le hundieron enseguida, los pantalones se empaparon y la sensación de frio regresó. El fuego en el interior de la cabaña se había extinguido y le hubiera gustado calentarse a su calor.
Se preguntó de nuevo dónde estaría su acompañante y por un momento llegó a pensar que todo había sido un truco de su imaginación debido al golpe en la cabeza. Se tocó la herida y dio un respingo de dolor. Aquello había que desinfectarlo en cuanto pudiera por si acaso. Sin mucho más que hacer, se sentó en el tocón y esperó impaciente a que John regresara.
Se sentía desgraciado. Para aquel entonces ya habrían perdido la oportunidad de adquirir los terrenos y hacerse con el control del proyecto urbanístico. Había trabajado en ello mucho tiempo e incluso aquel Daytona había sido el anuncio de que todo iba a salir bien. Recibir la llamada de la tienda anunciándole que podía pasar a recogerlo fue la gran noticia del año y Peter sospechó que nada podía salir mal. Sin embargo, estaba completamente equivocado y el proyecto se había ido al garete.
Se preguntó cómo salir de allí. No se aventuraba a salir por su cuenta a buscar ayuda porque temía perderse a la mínima de cambio. Él jamás había sido muy aventurero y su fuerte era recorrerse de punta a punta la ciudad, montado en su flamante Porsche. Sin móvil ni ropa adecuada era un títere en manos de la naturaleza y el destino. Se sintió por primera vez desolado e impotente. ¿Y si aquel loco lo había dejado abandonado allí? ¿Y si no regresaba hasta la noche cuando él ya se encontrara más débil y le abriera en canal?
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Pasaron varias horas donde el silencio del entorno solo era roto por el canto de algún ave y el ulular furtivo del viento en las ramas. Su reloj marcaba ya las dos de la tarde y un retortijón en el estómago le recordó que no había comido desde hacía mucho. Sus ojos se posaron en la caja de madera donde había las latas y sonrió para sí.
-Por lo menos no me moriré de hambre.
Sin embargo, las latas no tenían sistema de apertura rápido y él ni siquiera contaba con una navaja a modo de abrelatas. Golpeó el metal con una piedra para solo conseguir abollarla, pero continuaba tan hermética como antes. Al cabo de unos minutos desistió de su empeño.
Sintió sed y se puso un bocado de nieve en la boca, pero le quemaba y tuvo que escupirlo lo antes posible. Desmenuzó con las manos un pedazo y se lamió las palmas para aplacar la sensación que deshidratación que sentía en todo su cuerpo.
Finalmente se acurrucó en la esquina envuelto en la manta y cerró los ojos para tratar de perder la mínima energía posible. Solo quedaba esperar lo peor.
Unas voces cerca de él le despertaron y se incorporó de inmediato. Junto a él estaba Slash, mirándole con una sonrisa socarrona. A su lado un tipo con una gorra de montañero y un abrigo de cuadros.
-¿Qué tal has pasado el día? – preguntó John como si acabara de volver de la oficina.
Peter asintió con la cabeza sin dejar de mirar al uno y al otro.
-Te presento a Richy, he ido a buscarlo al pueblo y te va a sacar del apuro. Es el único del que todavía puedo fiarme -explicó.
Richy le tendió una amigable mano que disipó las dudas de Peter, mientras escuchaba su explicación.
-He traído el camión y le remolcaré al pueblo. Ya he visto su coche al pie de la carretera. No tiene buena pinta, pero una grúa se lo puede llevar de vuelta a la ciudad. Cuando esté listo, nos ponemos de camino antes de que se haga de noche. Ha sido una suerte de que Slash estuviera por aquí.
-¡Y dónde querías que estuviera! -bromeó el gigantón. -Anda, ve tirando para el camión y enganchando el coche de Peter. Ahora vamos nosotros.
Peter se giró hacia su salvador.
-¿Has ido al pueblo? ¿Cómo? -le preguntó.
-Pues cómo va a ser, andando. Te dejé durmiendo esta mañana temprano y fui a ver si encontraba a mi amigo Richy. Es un buen tipo y siempre se puede contar con él.
-¿Pero cuánto hay a pie hasta el pueblo? ¿Una hora? ¿Dos?- volvió a preguntar, perplejo y sin entender que alguien se aventurara a pie por aquellos parajes.
Slash se rascó la cabeza, pensativo.
-En condiciones normales calculo que tres y media, pero con la nieve se tarda un rato más. De todas formas, andar me gusta y estirar las piernas baja la comida. Venga, vamos a ver si Richy ya ha enganchado tu coche y le puedo ayudar a sacarlo de allí.
Peter le siguió, ignorando esta vez la nieve en sus pies. Aquel hombre le había salvado la vida y ayudado a regresar a la civilización. Aquello no entraba en sus parámetros, acostumbrado como estaba a una vida en la que nadie regalaba nada y todo se hacía por algo a cambio.
Al cabo de veinte minutos, el Porsche Panamera estaba atado firmemente a la parte trasera del camión, listo para ser remolcado. Richy se despidió de Slash y se encaramó a la cabina, listo para emprender la marcha.
John levantó el brazo a modo de despedida y a continuación se situó frente a Peter.
-Bien. Aquí acaba tu aventura. Espero que tengas buen viaje- dijo John estrechándole la mano.
Peter dejó pasar unos segundos para poder medir bien lo que quería decir.
-No sé qué hubiera hecho sin tu ayuda. Probablemente habría muerto de frio.
-Posiblemente sí -respondió este sin pestañear. -Y haz que te miren esa herida por si acaso.
-Te puedo asegurar que la herida es lo que menos me ha inquietado todo este tiempo. Pensé que te habrías largado y que me quedaría aquí perdido en el medio de la nada -dijo tratando de sonar jocoso sin conseguirlo.
Slash frunció las cejas sin acabar de comprender para después golpearse en la frente con la palma de la mano como si hubiera recordado algo.
-Se me olvidó decirte dónde guardo el abrelatas. No pensé en que no habrías comido nada. Lo siento. Debes de estar muerto de hambre.
-No te preocupes. Por cierto. Me gustaría hacer algo por ti. Dime qué te hace falta y te lo consigo. Es lo mínimo.
Peter observó detenidamente la reacción de su compañero. Si en aquel momento le hubiera pedido la luna, habría hecho todo lo posible. Se sentía en deuda y sumamente agradecido por todo lo que un desconocido había hecho por él.
John le miró unos instantes antes de hablar.
-En otro momento quizás se me habría ocurrido algo, pero te puedo asegurar que tengo todo lo que necesito. Mi libertad, mi paz y mis pensamientos.
Peter le miró desconcertado.
-No sé si te admiro o es que simplemente no te entiendo. Mira, quiero que tengas un recuerdo mío.
Peter se sacó su preciado reloj de la muñeca y se lo tendió sin dudar.
-Te ruego que lo aceptes. Es todo un Rolex Daytona. Cuesta un montón de pasta.
John lo sostuvo unos instantes en la mano.
-La verdad es que es muy bonito. Mejor que te lo guardes. Yo no voy a usarlo y posiblemente acabaría perdido en un rincón.
-Pero insisto. Puedes venderlo si quieres. Te ayudará a no pasar penurias.
-¿Penurias? Te aseguro que me apaño muy bien. Toma, te lo agradezco, pero no lo quiero.
-Increíble -musitó Peter-. Rechazar un Rolex es lo último que me faltaba por ver en la vida.
-Pues ya lo ves, así son las cosas. Pero hay algo que me sería de utilidad, mucho más que el reloj.
-¿El qué? ¿El coche? -respondió con cierta alarma en los ojos.
John rio durante un buen rato.
-¡No! El coche lo necesito aún menos que el Daytona. Lo que me iría muy bien es el encendedor. Se me ha vuelto a olvidar comprar uno cuando fui a buscar a Richy.
-¿En serio? ¿El encendedor? ¡Pero si no tiene ningún valor!
-Me mantendrá vivo cuando encienda el fuego. ¿Te parece poco?
Peter sonrió y asintió con la cabeza.
-John, creo que me has hecho entender un par de cosas estos días. Aquí tienes y espero que pases un invierno sano y salvo.
Los dos hombres se dieron un abrazo rematado con una palmada en el hombro.
-Bueno, no te diré que me hagas una llamada, pero si pasas algún día por aquí, anímate a buscarme.
-De acuerdo, pero esta vez te prometo no estrellar el coche.
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Muchas gracias, Jose. Siempre es un placer leer tus comentarios. Un abrazo.Mi mas sincera enhorabuena por tan ameno relato.
Me ha gustado mucho la relación que se crea entre ellos dos, y la poca importancia que puede tener para algunos algo que para otros sería todo un sueño.
Salud amigo
Muchas gracias!He pasado un buen rato, gracias
Muchas gracias!Muy buen relato, las imágenes dan un respiro y ambientan la lectura, una gran lección. Un saludo!
Gracias! Y como ves compartis apodo!Excelente relato