Voy ya con el último capítulo de mi visita de 48 horas a La Chaux de Fonds. No sé si sabéis que esta ciudad del cantón de Neuchatel, junto con su vecina Le Locle fueron declaradas patrimonio de la Unesco desde 2009, o que el modelo de su trazado urbanístico fue copiado por Nueva York... el caso es que fueron construidas (en realidad re-construidas a causa de varios incendios, al menos La Chaux de Fonds) siguiendo un patrón que priorizaba el trabajo de los relojeros: calles con un ancho determinado formando largas avenidas y edificios de una altura también específica, todo para asegurar la luz solar en todos los ateliers y/o cabinets (que estaban en la mayoría de casas) incluso el día 21 de diciembre, solsticio de invierno, cuando el sol va más bajo en el horizonte. Seguramente los arquitectos o aficionados a la arquitectura ya lo saben, pero vale la pena recordar que La Chaux de Fonds vio nacer al insigne Charles-Édouard Jeanneret-Gris... más conocido por Le Corbusier.
Para que os hagáis una idea:
Según nuestro guía Willy Schweizer (no creo que haya un mejor apellido para alguien tan versado en la historia suiza) La Chaux de Fonds puede traducirse libremente por "los pastos de la fuente", ya que en el siglo XVI los ciudadanos de Neuchatel, junto al lago del mismo nombre, fueron animados a "colonizar" las montañas, talando bosques y generando así prados para el ganado. Los que se apuntaran a tal aventura quedarían libres de los gravosos impuestos de la capital. La fuente del nombre es la única que hay en muchos kilómetros a la redonda, y los campesinos/relojeros se veían obligados a conservar el agua procedente de la nieve derretida en sus tejados al final del invierno... en fin, que me enrollo.
El caso es que llegamos al Museo Internacional de Relojería (Horlogerie), alojado en un edificio que recordaba -imagino que no sin intención- al genial arquitecto. Todo de hormigón, se inserta en la loma y queda prácticamente bajo tierra. Por cierto, ese cartel de la derecha habla de una próxima exposición temporal dedicada al "
femtosegundo": un uno precedido de 14 ceros detrás de una coma, que es el tiempo de vibración del Cesio y la base para los relojes atómicos... es que hay tanto para contar
Nos recibe el antiguo reloj de campanario de la iglesia de LCdF, que originariamente era de madera (como la mayoría de construcciones de la ciudad) y a la que tener una sola fuente y además lejos no le ayudó mucho cuando lo del/los incendio/s. Una hermosa máquina con multitud de ajustes, tendría que haberla fotografiado con más detalle.
Los relojes de campanario pueblan toda la entrada, y los hay de todo tipo, incluso con pesas previas los muelles.
Este señor de la derecha es Willy.
El museo no es que sea especialmente grande en términos de metros cuadrados, pero su densidad de información es enorme, de manera que os voy a dar algunas pinceladas y os invito calurosamente a visitarlo: merece mucho la pena. Unas luces en el techo comandadas por un reloj proyectan la sombra de uno y te dan la hora.
Y la verdad es que no sabes para dónde mirar. Un "hilo rojo" concebido como un friso cronológico recorre las paredes del museo en 36 etapas: es un buen comienzo antes de ponerse a explorar el resto. Lo malo es que teníamos sólo hora y media y tuvimos que abreviar. No, en serio, hora y media se te va volando a poco que te pongas sólo a leer todas las explicaciones...
Astrolabios. Grandes
Y pequeños
Un reloj sideral del siglo ¡catorce! (¿o era quince?) con las posiciones de todos los astros (en un cilindro justo debajo del cubo de cuatro caras). Pena que sea erróneo: en esa época la Tierra era el centro no sólo del Sistema Solar sino del Universo mismo... y ahí te jugabas la vida. Que se lo digan a Galileo. Eppur...
Un sistema planetario más moderno
... aunque un tanto farragoso
Un falso movimiento perpetuo, donde parece que las 24 pequeñas ruedas de escape se autoalimenten, aunque la verdad es que hay un muelle oculto que acciona el péndulo de la parte de atrás
Relojes llamados de autómata, donde las horas y minutos están marcadas por los brazos del personaje. Y son retrógrados, claro.
O musicales. Viendo las herramientas usadas para fabricarlos parece cosa de magia. O de verdaderos artistas
Herramientas, claro. Para hacer desde ruedas y engranajes hasta agujas, muelles y espirales. Todo.
Aun así, uno se pregunta qué nivel de miniaturización se necesita para hacer relojes así. Yo pensaba que el calibre más pequeño jamás producido (también por JLC) era el llamado 101, pero está claro que tiene un precedente.
Y hablando de miniaturizar, este es otro ejemplo mucho más fácil de entender y apreciar
Pero hay muchísimo más. Como la forma de contar el tiempo que había en Japón en el tiempo de los shogunes: las horas se adelantaban o atrasaban en función de la época del año, y había unos pesos que servían para eso (ahí, justo debajo de la campana). Jean Richard, que pasó mucho tiempo en Japón, tendría algo que decir sobre esto, y Willy ha prometido mandarme un opúsculo al respecto que será convenientemente compartido.
Puestos a contar el tiempo de forma digamos diferente, aprendí que los revolucionarios franceses además de rebautizar los meses decidieron que la hora sería decimal, y se fabricaron relojes con esa configuración.
Mucho más moderno es el reloj del museo: concebido por Ludwig Oechslin, el genio creador detrás del Freak o la serie Tellurium de Ulysse Nardin y director hasta hace poco del propio MIH. Un calendario anual cronógrafo monopulsante que, por 6.000 francos suizos te hace volver pensar sobre lo que es una manufactura y si las cosas valen lo que cuestan...
Voy a volver a repetirlo: hay que ir, porque no os he mostrado ni una cuarta parte.
Una idea:
Finalmente, las tiendas. En una ciudad relojera como pocas como es LCdF *tiene* que haber tiendas de usados.
Como diría un amigo: "maemía". No sólo relojes, sino toda la parafernalia que los acompaña. Saqué estas en una escapada entre el museo y el bus que nos llevaría a comer:
¿Alguien interesado en Omega?
Auténticos escaparates de bombonería...
Después de este atracón fuimos a comer a una antigua granja, donde los relojeros compartían espacio con su ganado a modo de calefacción natural en los fríos y largos meses de invierno
La ventana donde el campesino-relojero ejercía: la mejor iluminada de la casa. Ahora mostrando el camino a Le Locle y a la cuna de la relojería francesa: Besançon.
Pues aquí termina mi aventura "neuchatelois", aunque vendrá más de un reportaje que pienso poner el el portal.
Uno de ellos, se me ocurrió sobre la marcha, será comparar tres relojes ¿adivinan cuáles?
Saludos, y gracias por llegar hasta aquí.