Pues, que un millonario (¡atención, en USA un billón = 1.000 millones o sea 1.000.000.000, en Europa 1 billón = 1.000.000 de millones, o sea 1.000.000.000.000, que no es lo mismo, cosa que aunque sea conocida, los periodistas suelen olvidar para magnificar sus impactos), seguramente pierde el sentido razonable de las cosas, y que llegado a esos niveles de insensatez, es capaz de hacer tonterías enormes, para -en tantos casos- obsesionarse con un trabajo que podrían relajar, o por haberse relajado demasiado, comenzar a vivir castigando el cuerpo con drogas y cosas así, acabando divorciado de aquella que vivió sus primeras dificultades y le ayudó a superarlas, y que finalmente para envidia de los demás se lía con una modelo, actriz o simplemente buenorra, que unos meses después le saca la pasta.
Prefiero el sabor de mis cortas vacaciones, la modestia de mis relojes, la ilusión de mis logros, la alegría de mi familia, superar juntos los problemas -sin que se plantee por principio y tampoco por final, que una bronca equivale a un divorcio- y caminar hacia lo que nos gusta, disfrutando de lo que nos rodea, y sabiendo que los amigos a los que nada pides y nada das en términos económicos, pero estaríamos dispuestos a mucho, son también una compañía que perdería si mi nivel económico se elevara a la estratosfera, momento en que todo mi entorno sería chupóptero profesional, de los que, anunciada una ruina, desaparecerían.
Como en la novela francesa de nombre olvidado, ¡qué rabia! que cuenta los avatares de una chica con novio interesado en la fortuna del posible suegro, que finge ruina y el novio desaparece, hasta que aparece el "de verdad", el que la ama por ser ella, y luego aparece la fortuna que nunca fue objeto de ruina.
Asi que sigo así. Sigo bien, y prefiero no tener un reloj llenito de diamantes, para codearme con árabes que los tienen dos veces llenitos de diamantes.
En fin, perdonad el rollo.