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turko1979
Forer@ Senior
Sin verificar
Muchas veces me pregunto por qué me gustan los relojes. Por qué carajo me gusta tenerlos en la muñeca o verlos en las de otros y otras. Sentir su peso, saber de su precisión y admirar su estética, su historia…
A raiz del nacimiento de mi hija empecé a ver la vida de otra manera. Sobre todo, a darme cuenta de que nuestro tiempo sobre la tierra es finito y escaso, uno de los recursos más valiosos que existen, si no el que más. Igual suena un poco místico y pastelón, pero ese espacio de tiempo que media entre el nacimiento y la muerte lo podemos llenar de experiencias maravillosas, de relaciones interpersonales enriquecedoras y de trabajo satisfactorio y productivo. Y el hombre ha creado los relojes para medir y controlar ese tiempo, convertiéndose en casi una obsesión para muchos de nosotros. Objetos que, tanto por su belleza intrínseca como por su finalidad, se han convertido en imprescindibles en nuestras vidas y sería inconcibible pasar un solo día, siquiera una hora, sin girar levemente la muñeca y, de un sólo vistazo, conocer el momento en el que estamos.
Y es que me apetece compartir con todo el que quiera un par de pequeñas anécdotas sin mayor pretensión que dejarlas plasmadas negro sobre blanco.
Recuerdo que con 6 ó 7 años me compraron un pequeño Casio, con botón de iluminación. Nada de Illuminator en azul resplandeciente. Un pequeñísimo diodo de luz amarilla a la derecha del lcd que dejaba ver la hora, sin problemas pero sin alardes. Jugaba por las noches, de madrugada, a adivinar la hora exacta (hora, minutos y segundos). Pensaba una hora y encendía la luz, a ver si había estado aproximado o no. Naturalmente, era un juego absurdo, pero me divertía sobremanera y recuerdo haber acertado una vez. ¡Menuda ilusión!
El segundo recuerdo relojeril que tengo es ya con unos 12 años. Mi padre nos trajo de algún viaje a USA un par de G-Shocks de los primeros-primeros, uno para mi hermano y otro para mi. Bien robustos, con los botones anchos y protegidos, con la correa corrugada y, esta vez sí, con un potente Illuminator. Nos comentó que eran poco menos que irrompibles, y como siempre estábamos juntos, no encontramos razón alguna para tener dos unidades idénticas, así que decidimos dedicar uno de ellos a probar las bondades del sistema G-Shock. La verdad es que el reto ya estaba lanzado en nuestras mentes según la palabra "irrompible" salía de la boca de mi padre. ¿Cómo que irrompible? Por nuestros coj----! Aguantó bien varios pasos por encima de nuestras bicicletas, pero no sobrevivió al lanzamiento desde una tercera planta. Una verdadera pena, porque el reloj no dedicado a crash-tests nos duró muchísimos años y aun lo conserva mi hermano por alguna parte.
Luego vinieron los Longines y Omegas que les trasquilaba a mis abuelos de cuando en cuando, el Girard-Perregaux de mi padre… Y un gran lapso de unos 10 años sin reloj, desde que en la universidad, en la que me "arreglaba" con el móvil. Inútil de mi.
Y poco más que decir. Perdón por el tocho y buena tarde.
A raiz del nacimiento de mi hija empecé a ver la vida de otra manera. Sobre todo, a darme cuenta de que nuestro tiempo sobre la tierra es finito y escaso, uno de los recursos más valiosos que existen, si no el que más. Igual suena un poco místico y pastelón, pero ese espacio de tiempo que media entre el nacimiento y la muerte lo podemos llenar de experiencias maravillosas, de relaciones interpersonales enriquecedoras y de trabajo satisfactorio y productivo. Y el hombre ha creado los relojes para medir y controlar ese tiempo, convertiéndose en casi una obsesión para muchos de nosotros. Objetos que, tanto por su belleza intrínseca como por su finalidad, se han convertido en imprescindibles en nuestras vidas y sería inconcibible pasar un solo día, siquiera una hora, sin girar levemente la muñeca y, de un sólo vistazo, conocer el momento en el que estamos.
Y es que me apetece compartir con todo el que quiera un par de pequeñas anécdotas sin mayor pretensión que dejarlas plasmadas negro sobre blanco.
Recuerdo que con 6 ó 7 años me compraron un pequeño Casio, con botón de iluminación. Nada de Illuminator en azul resplandeciente. Un pequeñísimo diodo de luz amarilla a la derecha del lcd que dejaba ver la hora, sin problemas pero sin alardes. Jugaba por las noches, de madrugada, a adivinar la hora exacta (hora, minutos y segundos). Pensaba una hora y encendía la luz, a ver si había estado aproximado o no. Naturalmente, era un juego absurdo, pero me divertía sobremanera y recuerdo haber acertado una vez. ¡Menuda ilusión!
El segundo recuerdo relojeril que tengo es ya con unos 12 años. Mi padre nos trajo de algún viaje a USA un par de G-Shocks de los primeros-primeros, uno para mi hermano y otro para mi. Bien robustos, con los botones anchos y protegidos, con la correa corrugada y, esta vez sí, con un potente Illuminator. Nos comentó que eran poco menos que irrompibles, y como siempre estábamos juntos, no encontramos razón alguna para tener dos unidades idénticas, así que decidimos dedicar uno de ellos a probar las bondades del sistema G-Shock. La verdad es que el reto ya estaba lanzado en nuestras mentes según la palabra "irrompible" salía de la boca de mi padre. ¿Cómo que irrompible? Por nuestros coj----! Aguantó bien varios pasos por encima de nuestras bicicletas, pero no sobrevivió al lanzamiento desde una tercera planta. Una verdadera pena, porque el reloj no dedicado a crash-tests nos duró muchísimos años y aun lo conserva mi hermano por alguna parte.
Luego vinieron los Longines y Omegas que les trasquilaba a mis abuelos de cuando en cuando, el Girard-Perregaux de mi padre… Y un gran lapso de unos 10 años sin reloj, desde que en la universidad, en la que me "arreglaba" con el móvil. Inútil de mi.
Y poco más que decir. Perdón por el tocho y buena tarde.