English87
The Beater Man
Verificad@ con 2FA
Que un ser humano use reloj es algo normal en la sociedad que las personas han creado. Miden el tiempo y así pueden organizar sus ajetreadas vidas en base a una rutina diaria que antes solía funcionar con el sol y la luna. En ese sentido, los animales y especialmente los perros siempre han tenido las de ganar ya que el sentimiento de libertad va asociado a la falta de obligaciones. Por eso, un perro como yo, clasificado por mi pedigrí como Bretón Español, debería sentirse libre y sin preocupaciones, pero no es así.
A poco tiempo de nacer, mis humanos adoptivos me acogieron en su casa con gran alegría y fui desarrollando mis sentidos y habilidades de perro como cualquier otro congénere podría haber hecho. Esa infancia fue feliz y mi única preocupación era saltar, correr, comer y dormir. Podría decirse que era un perro común.
Sin embargo, algo dentro de mí comenzaba a gestarse y no me di cuenta hasta pasados un par de años.
Mi humano se aficionó a algo llamado “relojes” y de repente comenzó a recibir paquetes en casa con estas piezas que él lucía en su muñeca orgulloso. Yo observaba sus reacciones ya que cuando entraba por la puerta con un paquete veía su alegría al abrirlo, trastear con él con unas herramientas y después mostrárselo al resto de la familia. Mi humana no prestaba mucha atención, pero los dos humanos jóvenes comenzaron a hacerlo tras unas cuantas veces y participaban de la misma alegría.
Al principio no lo entendí porque no era nada comestible ni tampoco para jugar en el jardín como los objetos que mi humana solía comprar para mí. Cuando giraba la vista, allí estaba él con un nuevo paquete en la mano.
Al cabo de poco tiempo comencé a olisquear los relojes para ver qué había de interesante en ellos. Pasaba las noches en vela leyendo información sobre horología, viendo canales de youtube con influencers hablando sobre tal o cual pieza y al final caía rendido a punto de amanecer. La de veces que mi humano me encontró por la mañana en el sofá sin sospechar que mi interés por su hobby se había impregnado en mí y ya comenzaba a estar loco por tener mi propio reloj.
En plena noche, abría la caja donde estaban todas las piezas y sacaba alguna para disfrutar de su presencia. A veces me tumbaba con una y la contemplaba hasta quedarme dormido.
Otras, simplemente me iba a la mesa de la cocina y examinaba su movimiento a través de la trasera vista. Me llamaban mucho la atención los movimientos Powermatic 80, ya que había oído a mi humano decir que duraban muchas horas sin detenerse. De hecho, en una ocasión escondí un reloj bajo mi colchón y lo mantuve allí dos días completos mientras mi humano se volvía loco buscándolo por toda la casa. No sospechaba que yo estaba comprobando si duraban tanto como decían, cosa que resultó ser completamente cierta.
Mi humano me descubrió una mañana en la que yo me había pasado de la raya. Me pilló in fraganti con su Meccaniche Veneziana Nereide en la muñeca antes de que lo devolviera a su caja por la mañana. El sueño me había vencido y así quedó al descubierto el pastel. Pensé que me echaría de casa por usurpar sus pertenencias, pero para mi sorpresa comenzó a reír, me acarició el lomo y se marchó a trabajar.
No quise tentar a la suerte de nuevo por si se enfadaba de verdad y desde aquel momento no abrí la caja ni una vez más. Lo pasé muy mal, todo hay que decirlo, porque estaba enganchado a aquella suerte de aventura nocturna que había llevado en secreto tanto tiempo. Ahora pasaba el rato taciturno, pensativo, mirando por la ventana sin ganas de salir a pasear ni brincar en el jardín. Incluso enfermé ante la preocupación de mi humana, la cual no estaba al corriente de mi problema y no sabía cómo reaccionar.
El veterinario me diagnosticó depresión y le explicó que era algo común en perros que habían sufrido algún trauma o la pérdida de un ser querido. No era el caso, obviamente, pero nadie sospechaba de mi adicción relojera y que simplemente estaba pasando el mono. Yo no sabía qué hacer y me pasaba las tardes al lado del fuego meditando sobre la vida. Casi estuve a punto de darme a la bebida, pero me retuve porque el bourbon nunca ha sido de mi agrado.
Y llegó la Navidad. Era un día de celebración en casa y todo el mundo recibía regalos, incluido yo. Unos años era un patito de goma, otros una pelota, Cosas así.
Cuando me llegó mi turno cogí mi paquete y me fui a mi cojín para abrirlo. No tenía muchas ganas, la verdad. Ya no era aquel perrito adolescente que se ilusionaba por cualquier regalo. Comencé a desgarrar el papel de color rojo navideño con la experiencia acumulada de otros años y enseguida percibí que aquello era diferente.
Ante mis ojos apareció un objeto redondo con una borla en la parte superior. Era el mejor regalo que podían haberme hecho: un reloj de bolsillo para perros.
Mi humano me lo enganchó en mi collar con una argolla y yo me sentí completo por primera vez en mi vida. Tenía mi propio reloj, aquello por lo que había suspirado durante tanto tiempo.
Desde entonces todo ha cambiado. Mi humano y yo nos sentamos juntos a ver fotos de relojes en Internet en una web llamada Relojes especiales y comentamos los movimientos, los tipos de esfera y discutimos sobre los cronos. Yo incluso he pensado en hacerme miembro, pero mi humano no lo tiene claro aún. Los participantes tienen nombres divertidos como Ruterillo, Insensato, Galunco, AgüitaSalá, PH200 o Goldoff. Incluso mi humano se puso English87 y no sé el porqué. ¡Ni es inglés ni tiene 87 años! Tonterías de humanos.
Afortunadamente, yo soy un perro y cuando me inscriba, pondré simplemente mi nombre: Draco.
A poco tiempo de nacer, mis humanos adoptivos me acogieron en su casa con gran alegría y fui desarrollando mis sentidos y habilidades de perro como cualquier otro congénere podría haber hecho. Esa infancia fue feliz y mi única preocupación era saltar, correr, comer y dormir. Podría decirse que era un perro común.
Sin embargo, algo dentro de mí comenzaba a gestarse y no me di cuenta hasta pasados un par de años.
Mi humano se aficionó a algo llamado “relojes” y de repente comenzó a recibir paquetes en casa con estas piezas que él lucía en su muñeca orgulloso. Yo observaba sus reacciones ya que cuando entraba por la puerta con un paquete veía su alegría al abrirlo, trastear con él con unas herramientas y después mostrárselo al resto de la familia. Mi humana no prestaba mucha atención, pero los dos humanos jóvenes comenzaron a hacerlo tras unas cuantas veces y participaban de la misma alegría.
Al principio no lo entendí porque no era nada comestible ni tampoco para jugar en el jardín como los objetos que mi humana solía comprar para mí. Cuando giraba la vista, allí estaba él con un nuevo paquete en la mano.
Al cabo de poco tiempo comencé a olisquear los relojes para ver qué había de interesante en ellos. Pasaba las noches en vela leyendo información sobre horología, viendo canales de youtube con influencers hablando sobre tal o cual pieza y al final caía rendido a punto de amanecer. La de veces que mi humano me encontró por la mañana en el sofá sin sospechar que mi interés por su hobby se había impregnado en mí y ya comenzaba a estar loco por tener mi propio reloj.
En plena noche, abría la caja donde estaban todas las piezas y sacaba alguna para disfrutar de su presencia. A veces me tumbaba con una y la contemplaba hasta quedarme dormido.
Otras, simplemente me iba a la mesa de la cocina y examinaba su movimiento a través de la trasera vista. Me llamaban mucho la atención los movimientos Powermatic 80, ya que había oído a mi humano decir que duraban muchas horas sin detenerse. De hecho, en una ocasión escondí un reloj bajo mi colchón y lo mantuve allí dos días completos mientras mi humano se volvía loco buscándolo por toda la casa. No sospechaba que yo estaba comprobando si duraban tanto como decían, cosa que resultó ser completamente cierta.
Mi humano me descubrió una mañana en la que yo me había pasado de la raya. Me pilló in fraganti con su Meccaniche Veneziana Nereide en la muñeca antes de que lo devolviera a su caja por la mañana. El sueño me había vencido y así quedó al descubierto el pastel. Pensé que me echaría de casa por usurpar sus pertenencias, pero para mi sorpresa comenzó a reír, me acarició el lomo y se marchó a trabajar.
No quise tentar a la suerte de nuevo por si se enfadaba de verdad y desde aquel momento no abrí la caja ni una vez más. Lo pasé muy mal, todo hay que decirlo, porque estaba enganchado a aquella suerte de aventura nocturna que había llevado en secreto tanto tiempo. Ahora pasaba el rato taciturno, pensativo, mirando por la ventana sin ganas de salir a pasear ni brincar en el jardín. Incluso enfermé ante la preocupación de mi humana, la cual no estaba al corriente de mi problema y no sabía cómo reaccionar.
El veterinario me diagnosticó depresión y le explicó que era algo común en perros que habían sufrido algún trauma o la pérdida de un ser querido. No era el caso, obviamente, pero nadie sospechaba de mi adicción relojera y que simplemente estaba pasando el mono. Yo no sabía qué hacer y me pasaba las tardes al lado del fuego meditando sobre la vida. Casi estuve a punto de darme a la bebida, pero me retuve porque el bourbon nunca ha sido de mi agrado.
Y llegó la Navidad. Era un día de celebración en casa y todo el mundo recibía regalos, incluido yo. Unos años era un patito de goma, otros una pelota, Cosas así.
Cuando me llegó mi turno cogí mi paquete y me fui a mi cojín para abrirlo. No tenía muchas ganas, la verdad. Ya no era aquel perrito adolescente que se ilusionaba por cualquier regalo. Comencé a desgarrar el papel de color rojo navideño con la experiencia acumulada de otros años y enseguida percibí que aquello era diferente.
Ante mis ojos apareció un objeto redondo con una borla en la parte superior. Era el mejor regalo que podían haberme hecho: un reloj de bolsillo para perros.
Mi humano me lo enganchó en mi collar con una argolla y yo me sentí completo por primera vez en mi vida. Tenía mi propio reloj, aquello por lo que había suspirado durante tanto tiempo.
Desde entonces todo ha cambiado. Mi humano y yo nos sentamos juntos a ver fotos de relojes en Internet en una web llamada Relojes especiales y comentamos los movimientos, los tipos de esfera y discutimos sobre los cronos. Yo incluso he pensado en hacerme miembro, pero mi humano no lo tiene claro aún. Los participantes tienen nombres divertidos como Ruterillo, Insensato, Galunco, AgüitaSalá, PH200 o Goldoff. Incluso mi humano se puso English87 y no sé el porqué. ¡Ni es inglés ni tiene 87 años! Tonterías de humanos.
Afortunadamente, yo soy un perro y cuando me inscriba, pondré simplemente mi nombre: Draco.