El mío es un tocino de gran tamaño y dulce mirar. Es un homenaje a un tocino que, siendo yo un tierno infante, me salvó la vida. La historia es larga y no quisiera aburrir. La foto, claro está, es de la internete porque no tengo ninguna del auténtico, pero guarda un notable parecido. El tocino susodicho fue indultado y se salvó de sangrienta muerte, aunque no pudo ser dedicado a semental (y eso que apuntaba maneras) porque, de joven, siguiendo las costumbres del lugar y por cuestiones de aromas y sabores, fue capado por un desalmado ambulante, individuo de pocas luces, pero hábil con la cuchilla y la aguja de coser, así como estañador muy apreciado por su conocimiento del oficio. Luego tuvo mala suerte (el tocino, del capador nunca supe más) y enganchó las fiebres de Malta, u otras, no sé si los tocinos tienen las fiebres de Malta, lo mismo era paralís, y se murió. Estuvimos a punto de llevar luto; aún echamos de menos sus gruñidos, pues tenía un gruñir alto y sostenido que asombraba al vecindario. En mi casa guardaron la cabeza disecada durante mucho tiempo, como si fuera la de un toro; luego le entró la polilla o algo por el estilo y se volvió a morir, esta vez para siempre; aunque, como se suele decir, vive en nuestros corazones. No lo puedo contar sin que acudan las lágrimas a mis ojos. Llevó el nombre de un ministro de la época, cuyo nombre no digo por si las moscas.