Tienes toda la razón fquiroga…
bueno yo no se si soy advenedizo o no, pero me parece cojonudo el tema, paso, porque tengo que confesar que todavia no llego a entender que se gana con tener esos relojasos preciosos que mencionas
yo pretendo precisamente, como tu dices, hablar con total normalidad, sin que se me tiren al cuello porque mira: para mi que un calibre de esos standard se haya usado tantisimo, como los eta y tal, y hasta se puede decir que se usan mas que los de manufactura, quiere decir que los relojeros le conocen (a los standard) hasta las amigdalas a esas maquinarias
yo pregunto: no es una garantia que exista una pista de pruebas enorme, como son las innunmerables marcas que montan los eta? por poner un ejemplo
y los otros, los de manufactura, si se escoñan no puede ser porque no se conocen tanto?
mira, anoche vi un documental sobre IWC, cojonudo, precioso, pero decia que uno de los factores para que los calibres pudieran o no funcionar bien, ERA LA SUERTE
me dejo pensando...
Con un relojazo de esos tan preciosos a los que te refieres, no sólo no se gana absolutamente nada sino que, además, se pierde mucho, pero que muchísimo dinero.
Bueno, esa al menos es la contestación que pienso que daría cualquier persona a la que el hecho (¿diferencial?) de los relojes, le importara lo mismo que a mí un sello único de 5.000 € de valor, pongamos por caso.
Entiendo, por tanto, que hay que partir de la admiración, no sólo de un calibre –por bueno y probado que esté-, sino de la profusión e ingenio de los mismos que, a partir de unos principios comunes y a través de soluciones y formas variadísimas, consiguen un mismo fin: funcionar con una exactitud (incluso los peores) increíble para una maquinaria empujada por un muelle, capaz de marcar el ritmo existencial, segundo a segundo, de su portador y de su entorno.
Quizás lo más práctico sería uniformizarnos y conseguir tal propósito llevando todos el mismo reloj, al menor costo posible, y con la misma máquina, que no sería otra que la más probada, pero hasta la china de Mao Tse Tung cayó ya y, desde luego, ante tal perspectiva, mi afición a los relojes la daría por concluida.
Esos razonamientos –para mí ajenos a la pasión relojera- se podrían aplicar a casi todos los ámbitos de las aficiones y de la vida misma. Así, si un motor de un coche funciona, está sobradamente probado y nos puede llevar a cualquier parte, ¿por qué no aplicarlo a todos los coches?, ¿por qué fabricar coches lujosos que, en cuanto a su cometido de transporte nada nuevo nos van a aportar y quizás sus motores no estén tan probados? Pienso que si le hago tales preguntas a un amante de la mecánica y de los coches, o me propinaba directamente una patada en la boca o, en el más benévolo de los casos, me prodigaría una sonrisa en forma de mueca, para compadecerme de mi brillante y original propuesta.
Y, desde luego, es algo más que la suerte lo que hace funcionar a esos diminutos y variados mecanismos, aunque aquélla, como en todo producto que sale de las manos del hombre, tenga su influencia, y si no que se lo pregunten a los ingenieros de la NASA.
Valorar una afición como ésta, en función del precio de los relojes y bajo el parámetro de nuestro propio bolsillo supone, ya de entrada, auto limitarnos de forma severa en el aspecto, cuanto menos teórico, de nuestra afición, pues una gran cantidad de marcas y calibres, de entre la élite de la relojería mundial van a tener que ser deshechadas por la fatuidad que reportan desde una perspectiva puramente pragmática.
Confío en que esa perspectiva no me inunde nunca y acabe con mi afición.
¡Saludos!