Con gran consternación…
He tenido noticia del luctuoso suceso acaecido en la barcelonesa localidad de Castelldefels. No es para menos, una familia sesgada, aniquilada, por un puñado de joyas o relojes…
No es algo que ocurra cada día aunque, preocupantemente, no es la primera vez que ocurre ni, desafortunadamente, podemos asegurar que sea la última, así que, comparto la indignación y el desaforo mostrados en este hilo, pues la gravedad de los hechos conduce inexorablemente a ello para cualquier bien nacido.
Ahora bien, lo que no puedo compartir, como alguien, sin duda en el fulgor de su justificada indignación, ha insinuado o ha dicho, es el depositar la responsabilidad de la ocurrencia de tales hechos en la Administración de Justicia, al descalificarla como de asquerosa o inoperante, o cosas así. Sin duda, como toda administración del Estado, la de Justicia, es merecedora de muchos descalificativos, de tantos, como de carencia de medios –principalmente personales- se ve necesitada.
Entiendo que Enric ha matizado perfectamente la cuestión: es una cuestión legislativa, pues los jueces y los fiscales no pueden moverse en un entorno ajeno a las fronteras que marcan las leyes vigentes. Son los garantes de su aplicación y se hallan sujetos a la misma. El rigor de la ley, sus parámetros y sus consecuencias aplicativas es algo que, ya desde su diseño en el entorno político, escapa a tales profesionales quienes por función tienen la de interpretarla y aplicarla, eso sí, con mejor o peor acierto.
El caso es que el Código Penal vigente, aunque con ulteriores modificaciones y sucesivas adaptaciones a las nuevas realidades que van originándose en el constante devenir de nuestra sociedad, data de 1995, fecha en que la realidad social no era la que va configurándose en la actualidad con proyección de futuro. Me refiero concretamente –aunque no afecte al desgraciado, como todos, triple crimen de Castelldefels-, al reciente y progresivo fenómeno de la inmigración que, junto con sus bondades –que también las tiene-, acarrea unas nuevas tipologías delictivas, en muchas ocasiones de crueldad desmesurada, a las que nuestra sociedad no estaba acostumbrada y con el agravante de que muchos de esos sujetos se enfrentan a un sistema penal, penológico y de garantías que poco o nada les disuade en sus conductas criminales y que presenta muchas veces una escasa función preventiva, incluso para los ciudadanos originarios de nuestro propio entorno, como desafortunadamente podemos comprobar.
El deseable y constitucional fin reinsertador de la pena queda muchas veces en entredicho frente a la realidad de la reiteración delictiva. Es la masa social, en demanda de la adecuación de las leyes a la realidad social la que debería reaccionar, si no lo hacen antes los depositarios de sus votos, ahora bien, debe quedar claro que el equilibrio entre los parámetros “libertad” vs. “seguridad” es tremendamente difícil, subjetivo y opinable en la medida de que todo aumento de uno de dichos parámetros ha de ir en detrimento del otro.
Lo que, desde luego no me cabe en la cabeza, es que alguien pueda sacrificar cruel y despiadadamente tres vidas por un puñado de joyas y, seguramente, unos cuantos relojes. El instinto reparador del mal acaecido nos llevaría a una “justicia privada” o a una venganza sin garantías, y es ahí donde debe entrar en juego un sistema penal adecuado, rápido y justamente retributivo desde el punto de vista penológico. Nuestro sistema no es seguramente el ideal, pero es el que tenemos y es el que ha de evaluar los motivos, las circunstancias, la culpabilidad y la pena, en su caso a imponer a esos presuntos criminales.
Siempre digo que cualquiera de nosotros, en determinadas circunstancias o condiciones, podríamos llegar a ser uno de ellos o, por qué no, uno de nuestros hijos. En tal caso, y si mi hijo llegara un día a cometer un crimen tan execrable, me gustaría que fuera enjuiciado por un sistema penal y de justicia, por lo menos, como el nuestro…
Como decía la ilustre jurista Concepción Arenal: “odia el delito y compadece al delincuente”.
Es decir, castigo: sí, pero no castigo “ciego”, pues no debe confundirse castigo con venganza.
Saludos.