A
Alejandro Gerardo
Milpostista
Verificad@ con 2FA
Vuelvo a intervenir en el post, ést vez con otro objeto, que es el de compartir una sensación, que dedico a los más jóvenes.
Uno que ya tiene la edad de Miguel Bosé, (dos meses menos, para ser más exacto), ha visto mucho ya de la vida.
Particularmente fui a un colegio donde "contestar a un profesor" te podría costar una "censura" en conducta, y que te despacharan para siempre en caso de reincidencia. Temíamos a los profesores, Sin embargo, éramos libres en todo lo demás. Cumplidos los 11 años, por ejemplo, ya no dábamos amplias explicaciones en casa. Ir y volver andando del cole y hacer el gamberrete (con gran moderación, lo del cole pesaba como límite en el ADN), comprar regaliz o puromoro con el dinero del autobús, tirar piedras al río (¡y que no te vieran hacerlo!), luego algo más tarde, acompañar a las chicas del colegio de enfrente a su casa. Llegados a lso 16, la moto, sin casco, naturalmente, pudiendo ir donde quisiéramos con un ciclomotor, sin límites, más allá de la gasolina que a 13,50 pesetas no suponía un gran gasto, ni gran peligro, pues los coches, Seat 600, Citroen 2CV, Renault 4L, etc. muy frecuentes daban suficiente lentitud en las vías para que un ciclomotor, acompasado al tráfico, no fuera importunado por coches que circularan a grandes velocidades. Podíamos alquilar un velero sin título en la playa, podíamos nadar hasta la "rayita azul del horizonte" sin que el salvavidas nos prohibiera nadar a donde no nos crubriera... Era cosa nuestra.
Una cura de humildad teníamos en la mili, y ahí nos volvían a bajar los humos.
Después, -o durante- el Seat 600, -entonces me llegó mi Rolex Submariner 1680 que "nadie" conocía por cierto, habiendo quien lo creía un reloj de saldo hasta que vio la película Marathon Man- luego vino el 127, o el R5 siempre sin cinturón, en éste último ya venía y era voluntario, podíamos ir a donde quisiéramos. Playas, montes caminos, donde quiera que fuéramos estábamos solos. Quizás una botella de Cocacola denunciaba no haber sido los pioneros. Pero, escapadas con novia -o lo que se llamara entonces, que novia no, aunque lo fuera- a sitios extraños -je, je- daban la tranquilidad de esa privacidad.
En los estudios no había límites. Podías ser burro o brillante. El más burro es hoy notario, médico, abogado, arquitecto, o profesor universitario, porque no te pesaba un historial de diversión y vaguería en el bachiller. Ese que hoy haría imposible continuar estudiando.
Podías ir a pescar, a bucear, a pasear, a una de las escasa discotecas, beber, fumar, y nadie te pedía explicaciones. Pero tampoco pasábamos -en mi ambiente- de fumar y ya. Nada de cosas raras. Después vino el matrimonio y la seriedad en la vida. Pero con una libertad que hoy describiríamos como increíble para lo que hay hoy.
En este escenario, que alguno compartirá, y otros creerán que no existió, ahora se plantea -y eso es serio- una guerra nuclear.
Y, con independencia de llevar reloj o no llevarlo (me recuerda la pregunta absurda del librero en "Nothing Hill" cuando pregunta si hay caballos en una película del espacio) lo cual es irrelevante cuando te juegas el tipo frente a la radiación mortal, mi mirada hacia atrás me permite decir con tranquilidad, que aunque pudiera ser que mi proyección en la vida continúe, el que se interrumpa, tampoco será tan importante. "Que me quiten lo bailao".
Sin embargo, viendo a los chavales de ahora, y no tan chavales, estos que han vivido constreñidos por normas, temores, y cuya libertad más ejercitada es la de insultar a sus profesores, o la de meterse porquerías en la sangre, y la rotunda falta de respeto a los mayores y a la policía, pero cumpliendo obligatoriamente -o pagar multas por ello- por todo el conjunto de normas que nos oprimen, y es que ahora, -lo comprenderán mejor mis coetáneos- lo que no está prohibido es que es obligatorio.
Y me preocupa lo de la radiación para quien solo ha vivido viendo una pantalla como supremo acto de libertad. ¡Se lo ha perdido todo!
Así que, probablemente solo unos pocos de los que lean esto comprenderán el fondo de lo dicho. Y llevar reloj o no en el ataúd, o cuando estás a punto de ello, puede no ser lo más importante. Lo importante es que nosotros tuvimos aquella libertad, capacidad de ser, de hacer, de decidir aunque tantos, otros en mi caso, sin reloj.
Uno que ya tiene la edad de Miguel Bosé, (dos meses menos, para ser más exacto), ha visto mucho ya de la vida.
Particularmente fui a un colegio donde "contestar a un profesor" te podría costar una "censura" en conducta, y que te despacharan para siempre en caso de reincidencia. Temíamos a los profesores, Sin embargo, éramos libres en todo lo demás. Cumplidos los 11 años, por ejemplo, ya no dábamos amplias explicaciones en casa. Ir y volver andando del cole y hacer el gamberrete (con gran moderación, lo del cole pesaba como límite en el ADN), comprar regaliz o puromoro con el dinero del autobús, tirar piedras al río (¡y que no te vieran hacerlo!), luego algo más tarde, acompañar a las chicas del colegio de enfrente a su casa. Llegados a lso 16, la moto, sin casco, naturalmente, pudiendo ir donde quisiéramos con un ciclomotor, sin límites, más allá de la gasolina que a 13,50 pesetas no suponía un gran gasto, ni gran peligro, pues los coches, Seat 600, Citroen 2CV, Renault 4L, etc. muy frecuentes daban suficiente lentitud en las vías para que un ciclomotor, acompasado al tráfico, no fuera importunado por coches que circularan a grandes velocidades. Podíamos alquilar un velero sin título en la playa, podíamos nadar hasta la "rayita azul del horizonte" sin que el salvavidas nos prohibiera nadar a donde no nos crubriera... Era cosa nuestra.
Una cura de humildad teníamos en la mili, y ahí nos volvían a bajar los humos.
Después, -o durante- el Seat 600, -entonces me llegó mi Rolex Submariner 1680 que "nadie" conocía por cierto, habiendo quien lo creía un reloj de saldo hasta que vio la película Marathon Man- luego vino el 127, o el R5 siempre sin cinturón, en éste último ya venía y era voluntario, podíamos ir a donde quisiéramos. Playas, montes caminos, donde quiera que fuéramos estábamos solos. Quizás una botella de Cocacola denunciaba no haber sido los pioneros. Pero, escapadas con novia -o lo que se llamara entonces, que novia no, aunque lo fuera- a sitios extraños -je, je- daban la tranquilidad de esa privacidad.
En los estudios no había límites. Podías ser burro o brillante. El más burro es hoy notario, médico, abogado, arquitecto, o profesor universitario, porque no te pesaba un historial de diversión y vaguería en el bachiller. Ese que hoy haría imposible continuar estudiando.
Podías ir a pescar, a bucear, a pasear, a una de las escasa discotecas, beber, fumar, y nadie te pedía explicaciones. Pero tampoco pasábamos -en mi ambiente- de fumar y ya. Nada de cosas raras. Después vino el matrimonio y la seriedad en la vida. Pero con una libertad que hoy describiríamos como increíble para lo que hay hoy.
En este escenario, que alguno compartirá, y otros creerán que no existió, ahora se plantea -y eso es serio- una guerra nuclear.
Y, con independencia de llevar reloj o no llevarlo (me recuerda la pregunta absurda del librero en "Nothing Hill" cuando pregunta si hay caballos en una película del espacio) lo cual es irrelevante cuando te juegas el tipo frente a la radiación mortal, mi mirada hacia atrás me permite decir con tranquilidad, que aunque pudiera ser que mi proyección en la vida continúe, el que se interrumpa, tampoco será tan importante. "Que me quiten lo bailao".
Sin embargo, viendo a los chavales de ahora, y no tan chavales, estos que han vivido constreñidos por normas, temores, y cuya libertad más ejercitada es la de insultar a sus profesores, o la de meterse porquerías en la sangre, y la rotunda falta de respeto a los mayores y a la policía, pero cumpliendo obligatoriamente -o pagar multas por ello- por todo el conjunto de normas que nos oprimen, y es que ahora, -lo comprenderán mejor mis coetáneos- lo que no está prohibido es que es obligatorio.
Y me preocupa lo de la radiación para quien solo ha vivido viendo una pantalla como supremo acto de libertad. ¡Se lo ha perdido todo!
Así que, probablemente solo unos pocos de los que lean esto comprenderán el fondo de lo dicho. Y llevar reloj o no en el ataúd, o cuando estás a punto de ello, puede no ser lo más importante. Lo importante es que nosotros tuvimos aquella libertad, capacidad de ser, de hacer, de decidir aunque tantos, otros en mi caso, sin reloj.