Jesús
Gran Cruz al Mérito Forero
Sin verificar
Me ha pedido que lo haga por él, que todavía le tiene que coger el tranquillo a esto de los foros interneteros
Tengo el placer de presentaros a Juan Gutiérrez. Podría extenderme hablando de su curriculum, pero supongo que su fama le precede, sobre todo entre los que frecuentéis el euskalterruño. Así que, si os parece, os dejo con sus propias palabras, recogidas en una entrevista realizada para El Diario Vasco este mismo año...
Cerró su taller pero los relojes siguieron funcionando mientras charlamos. En su biblioteca, extrañísimos tratados sobre la relojería salvados del paso del tiempo y del olvido de las gentes. Al final, sólo supimos una cosa: el concepto de tiempo nos huye.
- ¿Quién era Bonifacio Yeregui?
- El herrero de Betelu.
- ¿Vamos a hablar de un herrero?
- Tenemos que, debemos, hablar del herrero de Betelu.
- ¿Por qué?
- Porque construyó un magnífico reloj para la iglesia del pueblo. Un reloj perfecto. Preciso. Ajustado. Soberbio en sus engranajes. En su fisicidad. Cuando lo veo, me maravillo ante la sabiduría de ese herrero. Los relojes de torre, los relojes de iglesia, la relojería pública nuestra, forman parte de nuestro patrimonio cultural, de nuestro orgullo como pueblo. El de Hernani, baqueteado por propios y extraños, aún funciona desde el siglo XVIII...
- ¿Son esos relojes los que llamamos 'relojería pública'?
- Sí, los primeros relojes públicos, instalados en ayuntamientos e iglesias, no tenían esfera o agujas.
- Extraño, muy extraño.
- En absoluto, tremendamente lógico. Los habitantes de aquellos pueblos no se quedaban en sus calles durante el día. Salían a los campos, a las eras. Desde tan lejos no habrían visto ni las agujas ni la esfera. Necesitaban un reloj que sonase, que diera las horas, no que las mostrase. Poco a poco se montaron las esferas. Y una aguja.
- ¿Una?
- Una, simplemente. En aquellas épocas, el tiempo no estaba tan fraccionado como ahora. Una aguja bastaba para marcar las horas. Si caso, las medias.
- ¿Cuándo empezó el ser humano a medir el paso del tiempo?
- ¿A medirlo o a sentirlo?
- Sentirlo, lo sintió en el mismo Paraíso, ¿no?
- Claro. En los primeros compases de la historia del hombre sobre la tierra, la Humanidad usaba sólo un reloj, conocía sólo una hora: la biológica. Su reloj interior le decía cuándo dormir, cuándo comer. El hombre antiquísimo sabía que el tiempo pasaba porque pasaban cosas sobre la superficie de la Tierra: nacían las flores, nevaba, los animales hibernaban. Los egipcios contemplaban la subida del Nilo en relación con la Luna y las estrellas y aprovechaban esas coincidencias cíclicas para sembrar y cosechar. Pero el tiempo no se medía aún. Estudiando el sol, un pueblo creó el reloj de sol. Simple, muy simple, una estaca y la sombra que varía según la posición del astro rey..
- Siempre me he preguntado qué pasaba en los países sin sol.
- Que había relojes de agua, de bujías de aceite. De velas.
- Un día surgió el reloj de arena.
- ... Usado por la Inquisición para tomar la medida exacta de aquello que llamaban la tortura justa.
- Pero el tiempo aún era algo que no se medía ni fraccionaba.
- Huía entre nuestros dedos. Sabíamos de su importancia. Decían los sabios, tempus fugit. Contestaban los que pensaban en la futilidad de la vida: Todas las horas hieren. La última, mata. En el siglo XII surgen los relojes mecánicos. En el XIV, en el XV, los de bolsillo. Fraccionaban más el tiempo. Pero eran inseguros. Tanto que sus propietarios llevaban un anillo solar. Cuando el de bolsillo se paraba, recurrian al solar para saber en qué momento del tiempo se encontraban.
- Pasaron los siglos.
- Apareció el tren. Y con él, la necesidad de una hora civil.
- ¿Hora civil? La sideral es la que marcaron astrólogos y astrónomos. Cuando todo el Universo da una vuelta habrán transcurrido 32.000 años. La solar es la de la Tierra alrededor del astro rey. ¿La civil?
- Pura convención social
- Por eso, de una época a esta parte, ahorro de energía por medio, no coincide con la solar.
- Nunca coincidió. Piensa. En los tiempos de los primeros relojes de bolsillo, si alguien que estaba en San Sebastián pudiera haber hablado con alguien que estuviera en Barcelona, los dos se habrían dado cuenta de que sus anillos solares marcaban horas diferentes. Las doce del sol en Donosti nunca coincidirán con las doce del sol en Barcelona. La tierra se mueve. El sol no está en Barcelona a la hora en que está en el Cantábrico. Esos minutos solares no tuvieron tanta importancia hasta que, repito, apareció el tren. Ya no se podía jugar con la libertad de horarios de las diligencias, los correos del zar o las carrozas.. Las doce tendrían que ser las doce aquí, en Barcelona y en Málaga. Incluso en París.
- Pero no en Moscú. Claro.
- No, por supuesto. Ahí entran en juego las convenciones del meridiano de Greenwich y de los grados en que se divide la Tierra. Ya sabes, cada 15, es una hora más.
- Y así, el hombre acabó por atrapar el tiempo.
- ¿Tú crees?
- ¿No debería creerlo?
- Desde los 32.000 años de la hora sideral a los nanosegundos de un reloj atómico. Las décimas de un récord deportivo, la puntualidad del comienzo de una sesión de cine. Einstein y su teoría de la relatividad.... Medimos, pesamos, el tiempo. Su duración. Precisamos su marcha.Hasta el sonido del tiempo ha cambiado. Antes, las horas se escuchaban en el oscilar del péndulo. Pero hay frecuencias que aún hoy nos resultan inaudibles... Sin embargo, el concepto mismo de Tiempo se nos escapa. Y además, sólo en un momento quedamos libres de él: en nuestro pensamiento, cuando estamos solos con nuestro yo interior. Únicamente en nuestra mente el tiempo queda en suspenso.
Tengo el placer de presentaros a Juan Gutiérrez. Podría extenderme hablando de su curriculum, pero supongo que su fama le precede, sobre todo entre los que frecuentéis el euskalterruño. Así que, si os parece, os dejo con sus propias palabras, recogidas en una entrevista realizada para El Diario Vasco este mismo año...
Cerró su taller pero los relojes siguieron funcionando mientras charlamos. En su biblioteca, extrañísimos tratados sobre la relojería salvados del paso del tiempo y del olvido de las gentes. Al final, sólo supimos una cosa: el concepto de tiempo nos huye.
- ¿Quién era Bonifacio Yeregui?
- El herrero de Betelu.
- ¿Vamos a hablar de un herrero?
- Tenemos que, debemos, hablar del herrero de Betelu.
- ¿Por qué?
- Porque construyó un magnífico reloj para la iglesia del pueblo. Un reloj perfecto. Preciso. Ajustado. Soberbio en sus engranajes. En su fisicidad. Cuando lo veo, me maravillo ante la sabiduría de ese herrero. Los relojes de torre, los relojes de iglesia, la relojería pública nuestra, forman parte de nuestro patrimonio cultural, de nuestro orgullo como pueblo. El de Hernani, baqueteado por propios y extraños, aún funciona desde el siglo XVIII...
- ¿Son esos relojes los que llamamos 'relojería pública'?
- Sí, los primeros relojes públicos, instalados en ayuntamientos e iglesias, no tenían esfera o agujas.
- Extraño, muy extraño.
- En absoluto, tremendamente lógico. Los habitantes de aquellos pueblos no se quedaban en sus calles durante el día. Salían a los campos, a las eras. Desde tan lejos no habrían visto ni las agujas ni la esfera. Necesitaban un reloj que sonase, que diera las horas, no que las mostrase. Poco a poco se montaron las esferas. Y una aguja.
- ¿Una?
- Una, simplemente. En aquellas épocas, el tiempo no estaba tan fraccionado como ahora. Una aguja bastaba para marcar las horas. Si caso, las medias.
- ¿Cuándo empezó el ser humano a medir el paso del tiempo?
- ¿A medirlo o a sentirlo?
- Sentirlo, lo sintió en el mismo Paraíso, ¿no?
- Claro. En los primeros compases de la historia del hombre sobre la tierra, la Humanidad usaba sólo un reloj, conocía sólo una hora: la biológica. Su reloj interior le decía cuándo dormir, cuándo comer. El hombre antiquísimo sabía que el tiempo pasaba porque pasaban cosas sobre la superficie de la Tierra: nacían las flores, nevaba, los animales hibernaban. Los egipcios contemplaban la subida del Nilo en relación con la Luna y las estrellas y aprovechaban esas coincidencias cíclicas para sembrar y cosechar. Pero el tiempo no se medía aún. Estudiando el sol, un pueblo creó el reloj de sol. Simple, muy simple, una estaca y la sombra que varía según la posición del astro rey..
- Siempre me he preguntado qué pasaba en los países sin sol.
- Que había relojes de agua, de bujías de aceite. De velas.
- Un día surgió el reloj de arena.
- ... Usado por la Inquisición para tomar la medida exacta de aquello que llamaban la tortura justa.
- Pero el tiempo aún era algo que no se medía ni fraccionaba.
- Huía entre nuestros dedos. Sabíamos de su importancia. Decían los sabios, tempus fugit. Contestaban los que pensaban en la futilidad de la vida: Todas las horas hieren. La última, mata. En el siglo XII surgen los relojes mecánicos. En el XIV, en el XV, los de bolsillo. Fraccionaban más el tiempo. Pero eran inseguros. Tanto que sus propietarios llevaban un anillo solar. Cuando el de bolsillo se paraba, recurrian al solar para saber en qué momento del tiempo se encontraban.
- Pasaron los siglos.
- Apareció el tren. Y con él, la necesidad de una hora civil.
- ¿Hora civil? La sideral es la que marcaron astrólogos y astrónomos. Cuando todo el Universo da una vuelta habrán transcurrido 32.000 años. La solar es la de la Tierra alrededor del astro rey. ¿La civil?
- Pura convención social
- Por eso, de una época a esta parte, ahorro de energía por medio, no coincide con la solar.
- Nunca coincidió. Piensa. En los tiempos de los primeros relojes de bolsillo, si alguien que estaba en San Sebastián pudiera haber hablado con alguien que estuviera en Barcelona, los dos se habrían dado cuenta de que sus anillos solares marcaban horas diferentes. Las doce del sol en Donosti nunca coincidirán con las doce del sol en Barcelona. La tierra se mueve. El sol no está en Barcelona a la hora en que está en el Cantábrico. Esos minutos solares no tuvieron tanta importancia hasta que, repito, apareció el tren. Ya no se podía jugar con la libertad de horarios de las diligencias, los correos del zar o las carrozas.. Las doce tendrían que ser las doce aquí, en Barcelona y en Málaga. Incluso en París.
- Pero no en Moscú. Claro.
- No, por supuesto. Ahí entran en juego las convenciones del meridiano de Greenwich y de los grados en que se divide la Tierra. Ya sabes, cada 15, es una hora más.
- Y así, el hombre acabó por atrapar el tiempo.
- ¿Tú crees?
- ¿No debería creerlo?
- Desde los 32.000 años de la hora sideral a los nanosegundos de un reloj atómico. Las décimas de un récord deportivo, la puntualidad del comienzo de una sesión de cine. Einstein y su teoría de la relatividad.... Medimos, pesamos, el tiempo. Su duración. Precisamos su marcha.Hasta el sonido del tiempo ha cambiado. Antes, las horas se escuchaban en el oscilar del péndulo. Pero hay frecuencias que aún hoy nos resultan inaudibles... Sin embargo, el concepto mismo de Tiempo se nos escapa. Y además, sólo en un momento quedamos libres de él: en nuestro pensamiento, cuando estamos solos con nuestro yo interior. Únicamente en nuestra mente el tiempo queda en suspenso.