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Grande Julio….todos conocemos a un Julio en nuestras vidas!Ya sabéis que me gusta escribir y de vez en cuando aparezco con un relato. En este caso se trata de la relación de un hombre con su reloj de lujo. No he puesto marcas para no molestar, pero podéis elegir la que os apetezca. El caso es que la ironía del relato vaya en relación con la sonrisa que os pueda despertar.
Ahí va.
Ver el archivos adjunto 2929912
El reloj de lujo de mi amigo Julio
Hasta el año pasado, en su muñeca lucía un reloj Massimo Dutti comprado al mismo tiempo que unos pantalones de pinzas y una camisa azul marino porque había decidido empezar a vestir un poco más formal. No en vano, sus 35 años le habían llevado a una empresa con un futuro prometedor después de que sus padres hubieran invertido un dineral en una universidad privada y un master en Estados Unidos. Y así había sido, las expectativas se habían cumplido y Julio estaba dispuesto a tomar con determinación las riendas de su vida profesional que le llevarían en un futuro próximo a un deseado ascenso.
En su mente rondó la idea de que debía cambiar de reloj. Sí, ¿pero, cuál? Y más importante ¿cuánto gastar? Se convenció tras noches de insomnio de que debía de ser de categoría, algo que infundiera respeto y hablara a todas luces de su determinación y poderío.
Lo primero que hizo fue determinar el precio y 15.000€ parecía una cifra redonda que podría hacer cumplir sus sueños.
Al poco, se dio cuenta de que sus ojos iban de muñeca en muñeca examinando los relojes de sus jefes más directos, adivinar la marca y luego acudir a internet para saber el precio. Había de todo, algunos demasiado sencillos para su gusto, lo cual denotaba, bajo su forma de pensar, que él podría hacerlo mucho mejor.
Se volvió un experto en aprender a limpiarse las babas sin que nadie se diera cuenta o a disimular la tendinitis de su dedo índice por clickar continuamente en el ratón del ordenador. Imaginaba su vida con el reloj en la muñeca, cómo la gente le admiraría y le trataría con respeto.
Sin embargo, primero tenía que vencer un gran escollo: convencer a su mujer. Comenzó a lanzar anzuelos aquí y allá justo antes de navidad cuando ella ojeaba una revista de bolsos Louis Vuitton. Que si la importancia de la imagen. Que si más que un reloj era una inversión. Que si sus hijos lo heredarían en el futuro.
Y fue visto y no visto. El día de Navidad ella abrió un paquete que contenía uno de los bolsos de la marca y él una corbata y la promesa de que las siguientes navidades serían las que marcarían el principio de su nueva vida.
Y Julio se puso manos a la obra. Para ello había que solucionar la financiación. Ideó una estrategia para conseguir el dinero:
Julio decidió que lo más sensato era usar las cuatro estrategias al mismo tiempo y así fue como tras arduas negociaciones con el cuñado, una pelea con su madre y un préstamo bancario como adelanto al Bonus de la empresa, se plantó al cabo de doce meses delante del vendedor de una tienda acreditada dispuesto a llevar a cabo su deseada compra.
- Ahorrar una cantidad mensualmente.
- Usar el bonus que recibía de la empresa a final de año.
- Retirar parte del dinero del plan de pensiones que sus padres habían iniciado cuando nació.
- Pegar un sablazo a su cuñado aprovechando que los bitcoins estaban en alza.
Previamente ya se había dejado caer por el establecimiento haciéndose el simpático y mostrando interés en otras piezas menores. De hecho, aprovechó una oferta sobre un reloj de una marca de renombre para hacerle un regalo de cumpleaños a su madre. Finalmente, pocos días antes de navidad pudo blandir su tarjeta de crédito en el datáfono de la tienda y salir con el paquete bajo el brazo y la autoestima por las nubes.
Desde entonces, cada vez que daba un paseo, entraba en un restaurante o tenía una reunión de trabajo se aseguraba de que las mangas de la camisa permitieran mostrar el trofeo de forma clara y natural. Incluso aprendió a descubrir las miradas envidiosas y los cuchicheos de sus compañeros cuando se daba la vuelta. Ya no veía las series de Netflix con su esposa como antes hacían. Ni falta que hacía. Se quedaba embelesado contemplando la perfección de las formas de la caja y el hipnótico movimiento del segundero. Comprobaba con el alma en vilo a cada hora si adelantaba o atrasaba. Revisaba la web de la marca para ver si había alguna especificación que se le hubiera pasado por alto y sondeaba en internet opiniones de otros usuarios solo por el placer de comprobar que disponía de una pieza de absoluta categoría y de alto copete.
Lo había conseguido.
La primera vez que se quitó el reloj de la muñeca fue cuando su mujer le pidió que fregara los platos porque a ella se le había partido una de las uñas de porcelana y el lavavajillas no andaba muy fino. Lo depositó con cuidado en la mesa encima del trapo de la cocina para evitarle rayaduras innecesarias y evitarle salpicaduras de agua. Se sintió extraño mientras enjabonaba la sartén y aclaraba los vasos, mirando de reojo a su preciado tesoro y convenciéndose de que había tomado la mejor decisión. Uno nunca sabe lo que puede pasar en la cocina.
Al cabo de un par de días se lo volvió a quitar porque tenía que colgar un cuadro en el salón. Lo hizo a regañadientes, pero sabiendo que aquel cuadro había sido un regalo de la suegra para Reyes y que había postergado la colocación precisamente para proteger a su reloj de algún golpe perdido y del polvillo de la taladradora.
Poco después, tuvo que guardarlo en el bolsillo mientras paseaba por un barrio de la ciudad poco recomendable, ya que los atracos en Barcelona se habían incrementado mucho y nadie andaba ya seguro. A pesar de que era mediados de febrero, sudaba como en verano pensando que en alguna esquina aparecería una banda de latinos navaja en mano para despojarle de su reloj. Ya sabía que estas bandas tienen un sexto sentido para detectar relojes de importancia, aunque estuvieran ocultos en los calcetines. Tras quince minutos, soltó una excusa a su mujer y volvieron a la seguridad de su coche para regresar a casa.
Fue sobre marzo cuando decidió que, para evitar problemas, necesitaba un reloj de batalla para las tareas de bricolage que pudieran surgir en casa y además un reloj más casual para el día a día ya que su pieza era demasiado ostentosa para según qué situaciones. Se decidió por un Casio G-shock para lo de las tareas caseras tras oír una canción de Shakira y un Hamilton Khaki Field para cuando se fuera de birras con los amigos o al super a hacer la compra. Respiró aliviado porque tenía la certeza de que así cubría todos los frentes.
Así pasaron los meses, alternando relojes según la situación y relegando el relojazo a la oficina y fiestas de guardar. Cuando llegó el verano y las vacaciones en la playa surgió otro problema. ¡Cómo iba a ir con su pieza tan cara dentro del agua! Había leído en un foro especializado que el problema no era el agua tan solo, sino sobre todo la arena que podía destrozar la maquinaria.
Unos días antes de salir hacia la Costa brava entró en la relojería del barrio y se hizo con un Seiko Sport 5, que le aseguraron le iría muy bien para bucear. Gran error, porque en cuanto bajó unos metros haciendo snorkling, se empapó por no tener corona roscada y le quedó inservible. Aquello le incomodó mucho. Había confiado en el relojero y le había fallado. Solo llevaba un día de vacaciones y él no podía ir sin reloj.
Aprovechando un paseo y disfrutando de un helado del brazo de su mujer, se hizo con un Citizen Promaster que, este sí, podía sumergir sin miedo a que le entrara agua. Compró el modelo con válvula de escape por si finalmente se decidía a hacer el bautismo de buceo que tantos años llevaba prometiéndose. Aquel año no iba a ser posible, pero quizás el siguiente, cuando viajaran a las Maldivas para celebrar que la vida les sonreía.
A su regreso en septiembre, su jefe le llamó al despacho. El esfuerzo había valido la pena. Aquella mañana tomó delicadamente el reloj entre las manos después de quitarse el Massimo Dutti que había comenzado a llevar por las noches, no fuera que su pieza cara se diera un golpe con la mesita de noche y se malograra. Dedicó unos minutos a limpiarlo con una gamuza, a ponerlo en hora con el reloj atómico del móvil, ajustar el micro ajuste del brazalete. Cuando estuvo satisfecho, dio un beso en la mejilla a su mujer y salió hacia la reunión.
Entró en el despacho con la cabeza alta, paso firme y mirada de tigre. Se acomodó en la silla de cortesía y rompió el hielo hablando despreocupadamente de las vacaciones pasadas.
Sin embargo, la entrevista fue muy diferente de lo esperado. El jefe no hacía más que lanzar miradas de envidia y odio a su reloj, ya que no podía tolerar que un subordinado luciera una pieza 4 veces más cara que la suya. Julio aguantó el vendaval de críticas sobre su trabajo. Trató de defenderse, de explicarle que en Estados Unidos le habían enseñado la forma correcta de operar, que para eso había hecho el master. Pero todo fue inútil. Sin darse cuenta se encontró con la carta de despido en la mano al cabo de unos minutos.
Desde entonces, mi amigo Julio no hace más que llamarme para que le intente colocar su reloj en alguna plataforma de compra-venta, pero no está el horno para bollos con la que está cayendo. Tiene su reloj guardado en la caja, protegido con plásticos de burbujas. Mientras tanto, usa el Casio a diario porque está haciendo chapuzas a los vecinos ya que ha sido siempre muy manitas. Ayer le vi paseando por la calle con su mujer. Ella iba con el Louis Vuitton bien sujeto al hombro y el la rodeaba cariñosamente con el brazo. En su mano izquierda lucía imponente su G-shock.
Yo tengo un conocido en mi sector cuya mujer tiene un cargo de cierta relevancia en Mercedes-Benz. Es evidente la marca de coche que el conducía. Pues bien, acabo comprando una Citroen Berlingo de segunda mano para ir a ver a los clientes.Buenísimo. Muy entretenido y muy bien escrito.
Y real como la vida misma.
El caso del jefe lo he visto en primera persona.
PS: Me he quedado con las ganas de contar la anécdota que viví con mi jefe por un reloj y un coche.
Hace años teníamos que hacer una obra eléctrica importante en la fábrica para que cumpliera el RBT. El caso es que pedí tres presupuestos. Uno de ellos se lo pedí a un Ingeniero Técnico que había trabajado conmigo en el Dpto Industrial y que decidió marcharse para montar una empresa de electricidad; era un chico muy competente hasta el punto que pensé en él para que fuera nuestro Jefe de Mantenimiento.
Fui a hablar con nuestro Dtor. General, estudiamos los presupuestos y me preguntó que por cual me decantaría yo. Le dije que aunque era un poco más caro escogería el del Ingeniero que había trabajado con nosotros.
A este hombre le iba muy bien hasta el punto de que iba con un Jaguar y un reloj de oro de una marca muy reconocible. Algo de lo que se hablaba bastante en la empresa.
¿Cuál fue la respuesta de mi jefe?: “A éste ni hablar; faltaría más que le vamos a financiar relojes de oro y coches de lujo”. No hubo modo de sacarlo de ahí. En ese momento aprendí que hay que ir con mucho cuidado con ciertas cosas que uno puede pensar que no ocurren hasta que las vive.
Buenísimo. Muy entretenido y muy bien escrito.
Y real como la vida misma.
El caso del jefe lo he visto en primera persona.
PS: Me he quedado con las ganas de contar la anécdota que viví con mi jefe por un reloj y un coche.
Hace años teníamos que hacer una obra eléctrica importante en la fábrica para que cumpliera el RBT. El caso es que pedí tres presupuestos. Uno de ellos se lo pedí a un Ingeniero Técnico que había trabajado conmigo en el Dpto Industrial y que decidió marcharse para montar una empresa de electricidad; era un chico muy competente hasta el punto que pensé en él para que fuera nuestro Jefe de Mantenimiento.
Fui a hablar con nuestro Dtor. General, estudiamos los presupuestos y me preguntó que por cual me decantaría yo. Le dije que aunque era un poco más caro escogería el del Ingeniero que había trabajado con nosotros.
A este hombre le iba muy bien hasta el punto de que iba con un Jaguar y un reloj de oro de una marca muy reconocible. Algo de lo que se hablaba bastante en la empresa.
¿Cuál fue la respuesta de mi jefe?: “A éste ni hablar; faltaría más que le vamos a financiar relojes de oro y coches de lujo”. No hubo modo de sacarlo de ahí. En ese momento aprendí que hay que ir con mucho cuidado con ciertas cosas que uno puede pensar que no ocurren hasta que las vive.
Claro pero no era un “sablazo”. Había un presupuesto razonable de una empresa que trabajaba muy bien, que había adquirido un prestigio, el hombre tenía mucho trabajo porque estaba triunfando y se ganaba muy bien la vida. Admiro mucho a este tipo de personas competentes y que tienen claro lo que vale un trabajo bien hecho.Muy bueno el relato.
Y tiene muchas moralejas, cada uno puede sacar la que quiera.....
Igual estoy cargado de prejuicios, pero confieso que yo, quizás hubiese actuado como tu director..... hace ya tiempo, llamé a un fontanero que me recomendaron, para que viniera a ver un problema que tenía. Y el tío viene en un Mercedes, no precisamente de "gama de entrada". Confieso que lo primero que pensé es "este me va a meter un sablazo".