No hace muchos día, en el autobús de la línea 33 de Zaragoza, subió una ciudadana de estas que van envasadas al vacío. La señora era dueña de un par de pechos (se escribe pechos, pero se pronuncia -en estos casos- tetas) desaforados que intentaba, sin éxito por ser poca la tela, mantener en orden: no he visto cosa igual en mi vida ni en persona, animal o cosa. Yo (y no solo yo) la miraba con más sorpresa que lujuria, calculando pesos y volúmenes e intentando contener la risa. El caso es que llegó a su parada, se levantó - aquí podrían ir unos comentarios, pero por no ser prolijo...- y me espetó con voz chillona: ¿qué, hijo de la gran enchilada, acabaste la revista o continúo una cuadra más? Comprendí mejor la pregunta cuando un señor me dijo que no era gran enchilada, sino gran chingada. Yo creo que quería rollo, no sé...igual uno se hace vanas ilusiones