
English87
The Beater Man
Contribuidor de RE
Sin verificar
Hola a todos. Os presento este relato incluido en el libro Relojes Especiales que no había sido publicado aún de forma individual. Quizás aquellos que no lo conozcan lo consideren interesante. Se trata de un relato de espías en la segunda guerra mundial que llega hasta nuestros días y conecta a través de un reloj Dirty Dozen a Inglaterra, Francia y España.
Espero que os guste.
Espero que os guste.
Dirty Dozen Shadow Warden
Cuando un reloj es capaz de ganar una guerra mundial
Aunque no quisiera reconocerlo, Mateo Zambrano se había convertido en un ser solitario y poco social, especialmente desde su jubilación. Tras la muerte de su esposa debido a un fatídico cáncer, las ilusiones de la juventud murieron al tiempo que ella y desde entonces, hacía ya más de diez años, se había encerrado en una concha hermética que le protegía del mundo exterior. No habían tenido hijos y nunca supo la razón, pero tampoco los echaba en falta, ni siquiera cuando recibió la carta de la empresa agradeciéndole los años prestados junto a un estuche que contenía un reloj, un sencillo Lotus que Mateo ni siquiera llegó a sacar de la caja. Su profesión de ingeniero industrial bien valía algo de más entidad, pero, aunque se hubiera tratado de un Rolex Submariner o un Omega Speedmaster, Mateo habría reaccionado de la misma manera. Contaba sesenta y siete años, gozaba de buena salud y su saneada cuenta bancaria le permitía vivir sin estrecheces y con licencia para algún capricho eventual.
Su relación con un foro de relojes comenzó al poco de fallecer su mujer, en parte como vía de escape y en parte debido al interés que siempre había tenido por la horología. En aquel foro, Relojes Especiales, encontró la válvula de escape que necesitaba. Cientos de aficionados participaban a diario en conversaciones de diferente temática, intercambiando opiniones, mostrando los relojes que coleccionaban e informándose de las nuevas tendencias de las grandes y no tan grandes marcas. Él mismo tenía una pequeña colección de seis piezas entre las que destacaba su Omega Deville, un reloj sencillo de tres agujas que usaba mucho más que los demás. Gustaba de abrir su caja de relojes y contemplarlos. No eran nada especial, un Seiko SKX07, un Steinhart Ocean One, un reloj de piloto Laco, el Casio digital y un Orient Star, pero su Deville era el que le acompañaba casi a diario. Le gustaba la sencillez de la esfera negra, los números romanos y la fecha en el VI. Lo había comprado de segunda mano a uno de los foreros de la web hacía ya un año y medio y estaba encantado con las sensaciones que le transmitía, algo que no le sucedía con el resto. Quizás fue por ello por lo que comenzó a interesarse por los relojes con historia. Pasaba horas frente al ordenador visitando webs y leyendo hasta el punto en que esa actividad se convirtió en la principal, especialmente para informarse de piezas antiguas de famosas marcas como Cyma, Lemania o las bien conocidas Longines y Omega, todas ellas con el nexo común de haber sido marcas que habían producido para el ejército británico los relojes llamados Dirty Dozen. Eran piezas con la esfera negra, números arábigos luminiscentes, un segundero pequeño a las 6 y una resistencia básica al agua.
Mateo se empeñó en hacerse con uno, pero no una simple réplica de las que podían encontrarse en Internet, sino algo más significativo. En el subforo de RE dedicado a las piezas vintage había oído hablar de una feria permanente de antigüedades en la población de Sant Cugat del Vallés, a unos treinta kilómetros de Barcelona, llamada Mercantic y con la esperanza de encontrar uno de aquellos relojes cogió su coche y se dirigió hacia allí.
El lugar le fascinó. Había sido una antigua fábrica de construcción que después se reconvertiría en un centro de tiendas destinadas a prendas de segunda mano, objetos antiguos, artesanía entre otros, tanto en el edificio original como en las inmediaciones, que estaban acotadas al tráfico, y ofrecían un lugar idóneo para pasear con tranquilidad y tomar una cerveza y comer algo en alguno de sus varios bares y restaurantes. Allí también estaba la Librería El siglo, un gigantesco local atestado de libros y con varias salas con sofás barrocos, escenarios diversos e incluso pianos para conciertos de música. Hablando con el dependiente de la librería, este le informó de que la famosa biblioteca que aparecía en el libro de Zafón, La sombra del viento, se había cerrado hacía años y todo su material estaba ahora en aquel lugar.
Mateo lo encontró fascinante. Estuvo paseando largo rato entre los pasillos atiborrados de ejemplares de todo tipo, maravillándose de que en pleno siglo XXI existiera un lugar como aquel que lo transportaba en el tiempo y le hacía sentir conectado de alguna manera con cientos de años de historia y conocimiento.
Un rato después entró en el edificio de la feria. Como había leído en la descripción de la página web había decenas de tiendas de antigüedades, algunas de ellas cerradas y con un letrero que indicaba el teléfono para hacer consultas. Muchas otras estaban abiertas a pesar de ser un martes por la mañana. Sabía que era el fin de semana cuando el público acudía en masa, pero de lunes a viernes se respiraba un ambiente muy pausado.
Vagabundeó de aquí para allá y subió al piso superior, donde había una gran tienda, posiblemente la mayor de todas, atestada de objetos: gramófonos muñecas de porcelana, envases de sifón, palos de golf antiguos, bicicletas de principios del siglo XX, máquinas de escribir, vasos decorados, cuberterías, lienzos, instrumentos de música… un universo que le hizo retroceder en el tiempo hasta su infancia, a los relatos de su abuelo, a la añoranza de un pasado feliz que no iba a regresar.
-¿Puedo ayudarle en algo?-dijo alguien a su espalda.
Era un hombre rechoncho y con gafas que a todas luces era el dueño. Vestía con un chaleco de pana por encima de una camisa de cuadros y de sus labios colgaba una pipa apagada que le daba un aspecto bohemio. Mateo pensó que encajaba perfectamente con la tienda.
-Estoy interesado en un reloj antiguo. ¿Sabe usted si tiene alguno disponible?
El vendedor frunció las cejas pensativo durante unos segundos.
-La verdad es que no suelo tener relojes, tan solo alguno de bolsillo sin apenas valor, pero...- el hombre interrumpió la explicación girando sobre sus talones y dirigiéndose hacia el mostrador sin hacer la menor invitación a Mateo para que le siguiera. Este, no obstante, se mantuvo a un par de metros tras él, expectante por ver lo que podía estar oculto a la vista de los compradores.
El vendedor se situó tras el amplio mostrador de madera situado en el centro del establecimiento, se agachó con dificultad debido al sobrepeso de su notoria barriga y extrajo de un cajón una cajita de color azul y un aspecto envejecido.
-Esta pieza me llegó hace años y quizás pueda interesarle -explicó, antes de proceder a abrir la caja.
Mateo no podía apartar la mirada de aquel estuche y cuando finalmente se abrió, quedó maravillado. Se trataba de un reloj Dirty Dozen, exactamente como los que estaba buscando. Tenía un aspecto descuidado, con signos del paso del tiempo, la esfera con una pátina interior que apenas dejaba ver las inscripciones de la marca y modelo.
-Aquí está. Lleva aquí encerrado desde que lo conseguí. Vino con un lote de objetos que adquirí hace tiempo y siempre he pensado en llevarlo a restaurar, pero los relojes no son mi especialidad y siempre hay otras cosas que atender. La marca es Smiths, que yo no la conozco, pero a lo mejor usted sí.
Mateo asintió con la cabeza.
-¿Le importa que lo coja?-preguntó.
Por toda respuesta, el vendedor le tendió el reloj. Mateo lo tomó en sus manos, sacó las gafas que usaba para leer y examinó la pieza. Era exactamente igual que un Dirty Dozen, esfera negra, el segundero a las 6, sin embargo, había algo que no le cuadraba, pero no dijo nada.
-¿Cuánto pide usted por él?
El vendedor resopló.
-Si le digo la verdad, estoy dispuesto a aceptar una oferta. Como le he dicho, no me dedico a la venta de relojes y así me lo saco de encima. Si le interesa, aceptaré un precio razonable.
Quince minutos después, Mateo se sentaba en uno de los sillones de la librería El Siglo para disfrutar con más detenimiento de su adquisición. Aquel era el lugar perfecto para examinar la pieza, e incluso obtener información si pudiera de alguno de los miles de libros que le rodeaban.
Como bien había podido adivinar, el Dirty Dozen era fiel reflejo de la serie de la época. El Ministerio de Defensa británico había encargado en el año 1945 la producción de unos relojes resistentes y precisos para los soldados. Para ello, contactó con doce marcas relojeras: Buren, Cyma, Eterna, Grana, IWC, Jaeger-leCoultre, Lemania, Longines, Omega, Record, Timor y Vertex. Sin embargo, su reloj no era ninguna de esas marcas sino Smiths. Su origen era británico igualmente, pero sabía a ciencia cierta que nunca le ofrecieron el encargo de fabricar el Dirty Dozen. Por ello, aquello era algo incomprensible para él. No podía tratarse de una falsificación, de eso estaba seguro porque los signos que mostraba eran de la época. Lo observó con atención bajo una lámpara que estaba a su lado. Lo que al principio le pareció acumulación de suciedad en el acero de la caja, se reveló como algo diferente. Aquella caja estaba ennegrecida a propósito para evitar reflejos. Tenía mucho sentido dado que era un reloj destinado a las acciones bélicas, pero en tal caso, ¿por qué los otros no eran así? Los Dirty Dozen tenían la caja cepillada, pero nunca de ese color oscuro, casi similar al titanio. Giró su corona con cuidado y le dio cuerda, unas pocas vueltas de forma muy cuidadosa por temor a romperla. La aguja del segundero comenzó a trotar alrededor de la pequeña subesfera como ansiando volver a la vida. Mateo observó hipnotizado el movimiento, apenas sin poder creer que el movimiento mecánico pudiera funcionar después de tanto tiempo.
Giró el reloj para examinar la trasera y en un lateral de la tapa aparecía un código grabado en el metal: S.W. 1943-O12X/LM
Aquello le desconcertó. Aparte de lo que aparentemente revelaba el año, 1943, las demás inscripciones eran un enigma. Había tenido la ocasión de ver en Internet otras inscripciones de los Dirty Dozen y no eran como aquella.
Después de unos minutos tomó una decisión. Se encontraba en el mejor lugar para hallar información, por lo que se dirigió al dependiente que andaba ocupado poniendo libros en estanterías.
-Disculpe, estoy buscando una información y posiblemente pueda ayudarme -le dijo en cuanto llegó a su lado. -Necesito algún libro donde se hable de relojes de guerra, de la segunda guerra mundial.
El vendedor apretó los labios, dubitativo.
-Tengo varias recomendaciones, pero si me explica algo más quizás pueda ayudarle mejor.
Mateo sacó el reloj del bolsillo de la chaqueta y se lo mostró.
-Me gustaría saber más sobre este reloj.
-Hombre, un Dirty Dozen.
-¿Cómo? ¿Lo conoce? -preguntó Mateo algo sorprendido. -No es un reloj muy popular entre el público. Es una pieza para aficionados.
-Bueno, es que yo lo soy. Me gustan mucho desde hace tiempo. Por eso sé perfectamente qué tipo de reloj es.
-Me parece estupendo, eso quiere decir que no tendré que explicarle demasiados detalles inútiles. Este es un Smiths.
-¿Un Smiths? Qué raro.
-Eso es lo que me pareció a mí. La marca nunca fabricó relojes para el gobierno. O por lo menos, no que se sepa.
-Exactamente.
-En la parte trasera hay una inscripción que me ha dejado perplejo. ¿La ve? -dijo mostrándosela.
El hombre la estudió con detenimiento unos segundos.
-Creo que tengo por aquí algo de donde podríamos sacar algo de información.
-Disculpe, no quisiera molestarle si está usted ocupado.
-No, no. En absoluto -replicó mientras le indicaba a Mateo que le siguiera a través del enorme local y cruzaba dos pasillos atestados de tomos.
-Tenemos tanto material que es prácticamente imposible tenerlo todo perfectamente ordenado -se disculpó. -Sin embargo, este libro me llamó la atención cuando llegó y lo tengo oculto a miradas curiosas. Manías de bibliotecario, discúlpeme.
-Por supuesto. -murmuró Mateo, cogiendo el libro que el otro le tendía.
Era un libro fechado en los años sesenta, con lomo y cubiertas de piel marrón donde se leía parcamente el título: Relojes de una guerra. Lo ojeó con cuidado. En su interior había abundantes ilustraciones en blanco y negro de relojes, escenas bélicas, soldados y en definitiva, todo relacionado con la temática que su título anunciaba.
- ¿Está a la venta? -preguntó
-No siempre. Pero hoy creo que ha encontrado a su dueño perfecto.
Aquella noche fue una de las más largas que Mateo recordaría meses después. Sentado frente a la pantalla de su ordenador, con el reloj a su derecha sobre un tapete negro y a la izquierda el libro Relojes de una guerra abierto por la mitad, buceaba incansable entre páginas y páginas de temas relacionados con la segunda guerra mundial, el gobierno británico, Churchill, los relojes Dirty Dozen, comentarios, posts…
Llevaba muchas horas inmerso en la solución de aquel misterio que le obsesionaba. Nada más salir de la librería El Siglo había ido directo a su casa para devorar la información que el libro pudiera darle. Mateo siempre había sido un ávido lector y por ello sabía extraer lo esencial de los largos párrafos que se perdían en detalles y datos que no consideraba importantes para su búsqueda. Sin embargo, un capítulo entero estaba destinado a los Dirty Dozen y fue allí donde leyó por primera sobre algo que iba a resultar trascendental. El Special Operations Executive, SOE.
Aquella había sido una organización secreta británica creada por Winston Churchill en 1940, con el propósito de llevar a cabo espionaje, sabotaje y guerra de guerrillas en la Europa ocupada por los Nazis. Operaban en células pequeñas, muchas veces infiltrándose en la Francia ocupada con la ayuda de la Resistencia Francesa. Los agentes usaban identidades falsas, radios portátiles y relojes militares personalizados. La Gestapo los consideraba una amenaza tan grande que cualquier persona vinculada a la SOE era ejecutada sin juicio. Era por ello por lo que el secretismo que envolvía a los agentes era vital para la supervivencia.
Aquella era una información tan relevante que Mateo tuvo la certeza de que el hilo conductor de su reloj estaba enlazado con la organización. Había muchas preguntas que resolver, como, por ejemplo, qué significaban los códigos de la tapa trasera.
En algún momento impreciso entre las cuatro y las cinco de la madrugada, cuando sus ojos se cerraban y el estómago hacía tiempo que protestaba por la falta de alimento, un afortunado click del ratón de su ordenador le llevó a un comentario que iba a cambiar el curso de los acontecimientos.
Era un foro de relojes militares, alojado en una página británica y que no parecía tener mucha actividad. De hecho, la entrada en cuestión pertenecía a un tal D. Halloway y había sido realizada diez años atrás, sin más continuidad. Era un comentario añadido a una pregunta que un tercero había realizado acerca de relojes militares secretos.
“Se rumorea que hubo relojes fabricados en secreto para agentes de la SOE. Modelos llamados “Shadow Warden”. Nunca se entregaron en masa, sino a unos muy pocos agentes. Si encuentras uno, tienes en tus manos algo más que un simple reloj”.
Mateo jamás había oído hablar de los Shadow Warden y si realmente era cierto, significaría la piedra angular de todo el asunto. Releyó varias veces el mensaje del tal Halloway, buceó en la página arriba y abajo para encontrar más información, pero nada le parecía relevante. Finalmente tomó una decisión. Descubrió la forma de enviarle un mensaje donde le explicaba que era poseedor de uno de tales relojes y que le gustaría hablar con él. Pensó que por probar no perdería nada, aunque no confiaba demasiado en recibir una respuesta. Sabía por experiencia que ciertos foreros eran activos durante un tiempo y luego desaparecían como por arte de magia.
Una vez enviado el mensaje, su cuerpo se liberó de la tensión acumulada y se dejó vencer por el cansancio. Apoyó la cabeza en la mesa y se durmió.
Los días siguientes fueron una pesadilla. La información que encontraba no ahondaba más en el asunto ni revelaba nada nuevo. Preguntó a varios compañeros del grupo de vintage en Relojes Especiales, pero nadie podía aportar datos que ya no hubiera descubierto por su parte. El mensaje enviado a D. Halloway no parecía haber surgido efecto y no había recibido respuesta alguna por su parte. Mientras tanto, el reloj seguía funcionando encima del tapete negro en la mesa de ordenador. Le daba cuerda a diario y comprobaba la exactitud. Adelantaba varios segundos al día, pero teniendo en cuenta su antigüedad, marchaba con una precisión envidiable. Pensaba llevarlo a su relojero habitual para que lo aceitara, limpiara y devolverle el esplendor que un día tuvo. Sin embargo, le daba miedo el perder el trozo de historia adherido a cada pliegue, cada arañazo visible en el oscuro metal.
Fue al final de la semana cuando Halloway respondió. Mateo dio un bote de alegría al ver el nombre en su correo email y se apresuró a leer el mensaje.
“Celebro que tenga usted en su poder una pieza tan exclusiva. Puede contactar conmigo al teléfono que le indico abajo y charlar del asunto con tranquilidad.”
Mateo releyó el mensaje tres veces antes de decidir marcar el número indicado. Tenía un prefijo de Inglaterra y no pasaron ni tres avisos de llamadas cuando la voz de un hombre le respondió.
-Tal y como le decía en mi email, celebro que tenga usted en su poder un Smiths Shadow Warden. Es muy afortunado -fue lo primero que dijo a modo de saludo.
Mateo musitó algo parecido a un agradecimiento y se limitó a afirmar con un monosílabo, para luego explicar que lo había adquirido en una tienda de antigüedades.
Tras resumir brevemente el hallazgo y su inquietud, decidió preguntar al desconocido para encontrar respuestas.
-¿Qué sabe usted de este reloj? ¿Dice que es un Shadow Warden?
-Por supuesto, No hay duda alguna. Los conozco de sobras -respondió el hombre, enigmático.
-Llevo días buscando información. Le agradecería me dijera lo que pueda ayudarme a saber más sobre su historia. Por lo que yo sé, Smiths nunca fabricó relojes para el gobierno británico.
-Oficialmente, no. Sin embargo, esto es algo que es complicado hablar por teléfono. Sé que usted está en Barcelona y que posiblemente lo que le voy a decir le sonará raro, pero si realmente quiere tener toda la información, deberíamos reunirnos en Londres.
Lo primero que pensó Mateo es que aquel hombre desvariaba si realmente creía que iba a viajar hasta Inglaterra de la noche a la mañana. Sin embargo, optó por ser cauto y no dejarse llevar por las primeras impresiones. Permaneció en silencio unos segundos que fueron interpretados a la perfección por su interlocutor.
-Sé lo que está pensando, que soy un viejo loco, que cómo me atrevo a pedirle algo así. Ya lo sé. Todo tiene una explicación. El Archivo Nacional Británico es el lugar que necesita para desvelar el misterio, y le aseguro que vale la pena. Está cerca de Londres, a pocos kilómetros.
-No entiendo. ¿No se puede acceder a los archivos online?
-No a todos. En este caso se trata de unos archivos que fueron desclasificados después de la guerra y no han sido digitalizados aún. Creo que es porque no les interesa que sean de dominio público, pero el gobierno no puede evitar mostrarlos a quien se persone en el Archivo a solicitarlos. Le recuerdo que somos británicos y estas cosas se llevan a rajatabla.
Mateo chascó la lengua, pero había que tomar una decisión o quizás aquel hombre no confiaría en su interés y desaparecería de su vida para siempre.
-De acuerdo. Dígame cuándo y dónde. Tomaré un vuelo y nos veremos en persona.
-Buena decisión. Estoy seguro de que no se arrepentirá. Llevo esperando toda la vida que uno de estos relojes apareciera. Cuando nos veamos entenderá el porqué.
La última vez que había puesto un pie en Londres había sido un año antes de la enfermedad de su esposa y desde entonces había evitado volver a ir a pesar de que era una ciudad por la que sentía predilección. No en vano había pasado largas temporadas en su época de recién graduado, trabajando en diferentes empresas para ganar experiencia y de paso perfeccionar el idioma. Incluso pensó en establecerse permanentemente allí, pero ya había conocido a Rosa, con la quien más tarde se casaría y pasaría a ser el centro de su vida. Además, el clima cambiable, gris y poco apacible le hizo desechar la idea definitivamente.
Y aquí estaba de nuevo, refugiado de la lluvia londinense bajo un paraguas y sorteando el gentío en pleno Oxford Street. La reunión con Halloway se celebraría en un pub llamado Open Arms a las 12:00 del mediodía. “Spot at noon” le había dicho antes de colgar y justo a esa hora abrió las puertas del establecimiento y se dirigió a su interior. Era el típico pub inglés, con suelo de moqueta, barra de madera oscura y un buen número de tiradores de cerveza listos para ser usados.
-Demasiado temprano para una pinta, se dijo. Sin embargo, se vio con una en la mano de camino hacia una mesa al fondo donde un elegante caballero le saludaba con la mano frente a una jarra por empezar.
Halloway tenía toda la pinta del English Gentleman, con un traje bien entallado de color azul marino y suéter de lana de cuello de cisne. Mateo calculó que sería un poco mayor que él, quizás sobre los setenta años, pero conservaba un buen porte y una mirada viva que se adivinaba detrás de sus gafas Windsor redondas.
El hombre se incorporó para saludar a su invitado y ofrecerle un asiento.
-Le agradezco infinito que haya accedido a hacer un viaje como este para reunirse conmigo, Sr. Zambrano. No me cabe duda de que estará usted muy ocupado y su presencia aquí revela el interés sobre el asunto que estuvimos hablando.
Mateo asintió con la cabeza. Ya no recordaba las formalidades británicas de cortesía, pero enseguida se puso al nivel.
-Muy al contrario, Mr. Halloway. Soy yo el que le agradece a usted que se haya dignado a reunirse conmigo y de paso retornar a mi vieja y querida Inglaterra, donde pasé largas temporadas en mi juventud.
Los siguientes minutos fueron de charla informal. Halloway era un asesor financiero jubilado y que llevaba una vida apacible en el condado de Surrey, alternando la vida social en el club de golf St. George’s Hill con escapadas al centro de la ciudad para reunirse con viejos amigos de profesión.
-Al igual que usted, señor Zambrano, a mí también me apasiona la horología, especialmente los relojes de principio de siglo, los llamados ahora vintage, que no son sino un pedacito de historia que nos conecta con el pasado. Me jacto de tener un elegido número de ellos, y de hecho he podido reunir a los 12 Dirty Dozen, los cuales tienen un lugar especial dentro de mi colección.
-Eso es magnífico, mister Halloway, Le felicito.
-Por eso, en cuanto recibí su email, no pude sino responder inmediatamente.
Mateo adivinó la velada petición de su interlocutor. Con gesto algo teatral, extrajo del bolsillo de su abrigo la caja de su reloj y la depositó con cuidado frente a él.
-Haga usted los honores, por favor- le ofreció, mientras observaba la excitación reprimida del gentleman. Este alargó su mano izquierda donde asomó la inequívoca forma de un Cartier Tank, y procedió a abrir la caja.
-Fascinante, dijo acercándose los ojos para ver el reloj.
-Por favor, cójalo y examínelo.
Halloway lo extrajo de la caja y sus ojos revelaron la excitación que sentía. Sacó una pequeña lupa que llevaba consigo y procedió a examinar con detenimiento los detalles del reloj. Asentía con la cabeza y emitía unos pequeños sonidos que mostraban su asombro y admiración por la pieza. Le dio la vuelta y leyó la inscripción allí escrita: S.W. 1943-O12X/LM
-Aquí está el quid de la cuestión-dijo finalmente.
-¿Ese código tiene algún sentido para usted? Entiendo que debe de ser el número del fabricante, ¿no?
Halloway negó con la cabeza y acercó el reloj con la lupa hacia Mateo.
-En absoluto. Déjeme que le explique. Las dos primeras iniciales S.W. se refieren a los Shadow Warden, es decir, a este reloj en concreto. Puedo asegurarle que se fabricaron apenas tres docenas de ellos, encargados por Churchill directamente. Los Shadow Warden son muy especiales, construidos bajo un estricto protocolo. Este color ennegrecido de la caja fue hecho a propósito y es debido a una aleación especial que le aportaba una mayor dureza y resistencia. El año que indica, 1943, fue el de la fabricación, sí, pero también el que el operativo más secreto de aquellos tiempos comenzó a funcionar.
-¿Se refiere usted al SEO?
-No, amigo mío. Era mucho más que aquello. Era un grupo más secreto aún dentro de los mismos SEO. Solo el mismo Churchill conocía la identidad de aquellos hombres. Su misión era ultrasecreta porque debían actuar en contra de los intereses alemanes en Francia, especialmente misiones de espionaje. Y aquí viene mi interés en invitarle a la vieja Inglaterra.
Halloway se incorporó de su asiento, invitando a Mateo que hiciera lo propio.
-Creo que en el Archivo Nacional encontraremos más detalles reveladores. Si me hace el favor de acompañarme…
La luz del exterior contrastaba con la penumbra del pub y Mateo entrecerró los ojos para protegerse. En aquel tiempo, las oscuras nubes habían dado paso a un cielo más despejado donde el sol luchaba por colarse e invitar a pasear. Halloway caminaba ligero, evitando los charcos de agua para que sus zapatos Oxford no se mojaran. Caminaba erguido, haciéndole parecer más alto de lo que era. Mateo le siguió en silencio y al poco estaban dentro de un taxi londinense en dirección a Kew Gardens, a unos veinte minutos de Oxford Street.
La conversación en el trayecto fue distendida. Halloway tenía don de gentes, de eso no cabía duda, y sabía cómo hacer que su interlocutor se mostrara dispuesto a responder a sus sencillas preguntas de aparente inocencia. Tras varios minutos de conversación, Halloway procedió a darle una pequeña charla informativa acerca de lo que se disponían a hacer.
-El Archivo Nacional Británico alberga más de 11 millones de documentos, incluidos tratados, registros militares, censos y documentos. Cuando un ciudadano quiere acceder a alguno de estos documentos, debe registrarse previamente y obtener su Tarjeta de lector, además de ser orientado sobre cómo proceder con el material. La gran mayoría de documentos están digitalizados, por lo que se puede acceder a ellos desde internet o utilizando uno de los ordenadores de las salas. En nuestro caso, el documento en cuestión no está digitalizado aún. Lo consulté antes de hacerle venir hasta aquí. Es por eso por lo que nos van a dejar ver el original.
Mateo escuchó con atención la explicación. Él nunca había accedido con anterioridad a información como aquella y jamás se le hubiera ocurrido, por lo que agradeció la suerte de contar con la ayuda de aquel desconocido que parecía más interesado que él mismo en averiguar más detalles de aquel reloj.
-Hay algo que no acabo de comprender. ¿Cómo sabe usted qué archivo hay que consultar?
Halloway sonrió satisfecho de sí mismo.
-Por la numeración. Sospeché que el acrónimo O12X/LM debía de tratarse de alguna operación secreta. Puede sonar descabellado, pero en tiempos de guerra era lo más frecuente. Y, además, -continuó- no es la primera vez que consulto datos similares, por lo que estoy familiarizado con la jerga militar.
En aquel momento, el taxi se detuvo al llegar a su destino y ambos pasajeros se apearon, caminaron hacia el interior del edificio. Mateo quedó impresionado. El edificio estaba rodeado de un largo artificial y en el exterior había una gran zona ajardinada. El interior era moderno, con varios pisos y salas de lectura. Esperó con impaciencia que Halloway realizara los trámites necesarios para solicitar el documento y finalmente les comunicaron que tardarían alrededor de media hora y que podían esperar en la sala de lectura. Estaba absolutamente prohibido acceder con bolígrafos o plumas al interior, tan solo con lápiz para tomar notas y Halloway depositó en una bandeja una pluma Montblanc que sacó de su americana.
La espera se hizo larga, pero finalmente, un joven les preguntó su nombre y les ofreció una carpeta de color gris. En la portada estaba escrito en una tipografía de la época las siglas OX12. Plenos de excitación, procedieron a examinar el interior. Era un fajo de papeles mecanografiados y podía verse que el tiempo había hecho mella en la nitidez de los escritos, aunque eran visibles en su gran parte. La cabecera anunciaba el día de la información y las siglas del documento. El número de página se indicaba al pie, junto a un cajetín de registro en forma de sello de color rojo donde se leía perfectamente que se trataba de un documento original y que la propiedad era del Archivo Nacional Británico.
-Estaba en lo cierto, -dijo Halloway visiblemente excitado-. OX12 es el nombre en clave de la operación y tenemos los detalles frente a nosotros. De todas formas, veo que el servicio de inteligencia ha hecho de las suyas. Mire todos estos borrones.
Efectivamente, parecía que alguien se había dedicado a borrar minuciosamente los nombres de los implicados, muy posiblemente los agentes secretos implicados en la operación. Por lo que pudieron sacar en claro después de revisar los 32 folios de la carpeta era que se trataba de una operación encubierta en un punto indeterminado de Francia con la intención de sabotear un sistema de suministros alemán. La fecha databa de octubre de 1943 y dedujeron que había tres agentes encargados de la operación cuya identidad había sido ocultada para siempre.
-La SOE no empezó a actuar hasta dos años más tarde, por lo que esta fue la prueba piloto de Churchill. Entrenar a unos agentes elegidos e infiltrarles en líneas enemigas para realizar la guerra de guerrillas que tan buen resultado tuvo después.
-Ruego disculpe mi ignorancia, pero ¿qué podría significar LM?
-No estoy seguro, pero viendo la personalización del reloj, podría tratarse de las iniciales del agente en cuestión.
-Entiendo. Es una pena que no podamos averiguar mucho más de toda esta aventura. Me temo que este es el final de nuestro viaje.
Mateo sacó del bolsillo el reloj y lo depositó encima de la mesa. Halloway lo tomó en sus manos y lo revisó con detenimiento. Su rostro reflejaba la frustración de no poder hallar más detalles.
De repente pareció tener una idea.
-Discúlpeme, regreso enseguida.
Abandonó la sala con pasos rápidos mientras Mateo le observaba marchar. Era la primera vez que le veía agitado y visiblemente excitado desde que le conociera horas antes. Cogió el reloj en la mano y lo admiró, más como una pieza de museo que como un mero objeto que había servido de eslabón entre un tiempo pasado y el actual. Se planteó qué hacer con él. Usarlo sería lo más indicado, pero al mismo tiempo la importancia extrema de su historia le hacía ser precavido.
Estaba envuelto a esos pensamientos cuando oyó de nuevo a su espalda el taconeo de los zapatos Oxford de su anfitrión. Se giró hacia él y vio que portaba un objeto en la mano.
-Tengo la esperanza de que haya más información escondida en algún lugar -dijo acomodándose de nuevo en la silla. En su mano apareció una pequeña linterna.
-Los ultravioleta son muy útiles para desvelar secretos. Afortunadamente, sospechaba que en la librería del edificio podría hacerme con uno de estos prácticos objetos.
Mateo le miró desconcertado. -¿Ultravioleta?- murmuró para sí mientras veía cómo Halloway manipulaba el Smith enfocándolo con la linterna por delante, detrás y los laterales.
Tras unos segundos, su rostro se iluminó.
-¡Eureka! ¡Lo encontré! - exclamó.
Señaló unos apenas perceptibles números impresos en un lateral.
-Mateo, ¿sería tan amable de tomar el lápiz y apuntar lo que yo le dicte?
A continuación, y sin esperar respuesta, leyó una serie de números
-50 19 59 N 1 52 43 E. ¿Lo ha apuntado?
-Sí, por supuesto. Parecen coordenadas.
-Evidentemente. Y si no me equivoco, este era el destino de la misión encomendada. Amigo mío, nos estamos acercando al fondo de la cuestión.
-Sorprendente, de eso no hay duda.
-Creo que ha llegado el momento de devolver estos documentos y dar el siguiente paso.
-¿A qué se refiere?
-Parodiando a mi congénere de ficción, Sherlock Holmes, déjeme decir: Elemental, querido amigo. Veamos a qué lugar de Francia nos mandan estas coordenadas.
Y sin mediar más palabra, se levantó de su asiento con la carpeta de documentos y salió de la sala.
Apenas una hora más tarde y de vuelta en la ajetreada Londres, Mateo y su acompañante repasaban la información obtenida de internet tras haber introducido las coordenadas en el buscador. El lugar se llamaba Douriez, un pequeño pueblo rural a 48 kilómetros de Calais. Ahondando más en el pueblo en concreto, habían encontrado información adicional que parecía coincidir con su búsqueda.
“Durante la ocupación nazi de Francia en la Segunda Guerra Mundial, la región de Douriez, situada en el departamento de Pas-de-Calais, estuvo bajo control alemán desde junio de 1940 hasta la liberación en 1944. En 1943, la Resistencia Francesa intensificó sus actividades en todo el país, incluyendo áreas rurales como Douriez. Estas actividades llevaron a operaciones de represalia por parte de las fuerzas alemanas y las milicias colaboracionistas, que buscaban suprimir cualquier oposición al régimen de ocupación.”
Halloway consultó la hora en su Cartier Tank.
-Me temo que hoy ya es demasiado tarde para nuevas pesquisas. Le propongo lo siguiente, si usted no tiene inconveniente. Reunámonos mañana temprano y vayamos a Douriez. El viaje no será muy largo. Puedo pasar a recogerle por su hotel con mi coche. Iremos a Folkestone para coger el Eurotunnel hasta Calais. De allí hasta el pueblo en cuestión será menos de una hora. Solo allí podremos sacar alguna cosa en claro.
Mateo Zambrano apenas pudo adivinar si realmente aquello era una proposición o una orden, dado que un instante después Halloway se incorporó de la silla del restaurante donde habían estado conversando frente a una frugal comida con la intención de marcharse.
-Le recogeré a las 09:00. Su hotel es el Conrad London Saint James, en Westminster ¿verdad? Sí, por supuesto. Bien, amigo mío. Mañana nos vemos.
Y sin esperar respuesta y dando un firme apretón de manos, salió para desaparecer entre la multitud exterior.
Mateo le vio desaparecer entre la gente a través de los ventanales.
-Vaya todo un personaje, pensó para sí. Sin embargo y a pesar de su peculiaridad, había algo en la personalidad de aquel hasta hace poco desconocido caballero que le llamaba la atención y le hacía confiar en él. Le habían asaltado dudas sobre sus intenciones reales, máxime cuando parecía ser un experto y coleccionista que quizás le hubiera atraído hasta Londres con alguna oscura intención. Sin embargo, no parecía ser eso el leitmotive, sino más bien las ganas de aventura de una persona con demasiado dinero y tiempo para emplearlo de forma excitante.
A las 09:00 de la mañana, puntual como un reloj, Halloway se detenía delante del hotel al volante de una berlina Jaguar XE de color plateado. Le saludó con la mano e invitó a Mateo a subir al interior.
-Buenos días, querido amigo. Espero que haya pasado una reparadora noche. El Conrad goza de buen nombre en la zona, por lo que confío en que haya hecho honor a su fama.
Mateo no pudo evitar una sonrisa ante la formalidad que destilaba su acompañante en cada momento. “Típico británico”, pensó. Y era algo que le agradaba y a lo que se acostumbró en sus largas estancias en el pasado.
-Excelente, como usted bien dice, las instalaciones son más que adecuadas, aunque con tanta excitación he pasado buena parte de la noche en vela.
Halloway se incorporó al tráfico londinense y condujo de forma impecable durante todo el tiempo que le llevó tomar la autopista M20 hacia Folkestone. El viaje duraría alrededor de hora y media hasta coger el tren subterráneo que les conectaría con el continente, por lo que sería el momento ideal para entablar una buena conversación y descubrir algo más de quién era su altruista anfitrión. Como si hubiera leído sus pensamientos, Halloway comenzó a hablar.
-La pieza que está en su poder es muy interesante. He tenido el privilegio de ver ciertas piezas datadas de la segunda guerra mundial que fueron de suma importancia para el transcurso de los acontecimientos. Como ya ha podido comprobar, los códigos ocultos eran algo, no diría común, pero más frecuentes de lo que se podría pensar. En mi humilde colección conservo tres piezas similares, con apenas imperceptibles cambios de las inscripciones originales, pero visibles a la vista de un ojo entrenado. Recuerdo el caso de mi Cartier Tank, el que llevaba ayer. Fue en un viaje a Zurich por un asunto de negocios cuando me hice con él. Es un reloj que había ocultado en su interior un microfilm de importancia vital y que solo podía distinguirse del resto debido a una leve alteración en la inscripción del logotipo original de la marca. Yo conocía la historia porque en mis tiempos de estudiante en Oxford había entablado amistad con Sir Oliver Hargreaves, el que después sería pieza clave en el ministerio de defensa británico en los años noventa. El viejo Oliver es otro enamorado de los relojes con historia al igual que yo. La verdad es que puedo considerarme afortunado en ese sentido. Hay tantos secretos que desconocemos que descubrirlos hace que la vida sea mucho más excitante, ¿no cree usted?
-Está usted en lo cierto, aunque con la salvedad de que no todos tenemos al alcance la posibilidad de conocer a un miembro del gobierno -bromeó Mateo. -La mayoría nos conformamos con investigar un poco en internet y satisfacer así la curiosidad.
-Por supuesto, querido amigo. Mi posición es una ventaja y el nombre de mi familia me precede. Mi padre y mi abuelo fueron relevantes en la sociedad del siglo pasado y es por ello que yo me vi en la necesidad de continuar con la tradición de administrar el patrimonio familiar. Sin embargo, siempre he sentido una gran atracción por la historia y eso fue lo que me llevó a cursar dicha carrera en Oxford. Todo un placer para mis sentidos, no le quepa la menor duda.
-Mateo proyectó en su cabeza una imagen de Halloway, enfundado en un traje de Savile Road en una recepción privada en Mayfair, copa de brandy en la mano y debatiendo sobre el papel de la inteligencia británica en la operación Mincemeat, para horas más tarde encontrarle en una sala privada de la Biblioteca Bodleiana examinando documentos desclasificados con la precisión de un relojero suizo. Saltaba a la vista que se trataba de un millonario de la nobleza británica, muy culto y gran apasionado a los secretos y los relojes. Mateo se sentía pequeño a su lado. Él era un simple ingeniero que había pasado toda la vida trabajando para una empresa de poca envergadura, dedicando demasiadas horas a su trabajo y relegando a un segundo plano la relación con su esposa hasta que ya fue demasiado tarde.
-Bonito Omega el suyo. Siempre me han parecido de una elegancia fuera de dudas -dijo Halloway, -especialmente los de tres agujas. Cuando se lo vi ayer en nuestro encuentro en el pub fue en lo primero que me fijé. La sencillez es la base de la elegancia.
-Muchas gracias -respondió Mateo al tiempo que lanzaba una rápida mirada a la pieza que Halloway llevaba en la muñeca, quien adivinó su curiosidad.
-Mi querido Moser Heritage siempre me da muchas satisfacciones. Fue un regalo de mi esposa antes de que una terrible enfermedad la apartara de mi lado.
-Lo siento. Puedo asegurarle que sé lo que se siente.
-En ese caso estaremos de acuerdo que, en momentos así, no importa ni la posición, ni el dinero. Cuando uno pierde a un ser querido no se deja de pensar en todos los proyectos que quedaban por hacer y el tiempo perdido. El maldito tiempo perdido.
Ambos permanecieron unos minutos en silencio, envueltos cada uno en sus propios pensamientos hasta que el primer letrero que anunciaba el Eurotunnel apareció a la vista.
-Bueno, querido amigo. Cinco minutos y estaremos más cerca de descubrir qué se oculta en Douriez.
El sonido del motor del Jaguar apenas era perceptible al transitar por las pequeñas carreteras francesas desde Calais hasta Doureiz. Era un remanso de paz en el que solo se distinguían los prados verdes y algunas vacas pastando plácidamente a ambos lados del camino. El navegador del coche los llevó de forma precisa hasta un cruce de carreteras en la zona exterior del casco urbano y Halloway detuvo el vehículo frente a una casa esquinera. El elegante Jaguar contrastaba con los humildes automóviles aparcados en las inmediaciones.
-Pues aquí parece ser. Si no estamos equivocados, esa casa de ahí enfrente coincide con las coordenadas.
- ¿Qué hacemos? ¿Llamamos a la puerta y explicamos que una inscripción en un reloj nos ha llevado hasta aquí? -dijo de forma irónica Mateo.
Halloway le sonrió al tiempo que abría la puerta del Jaguar.
-Eso es justamente lo que vamos a hacer.
Y sin más dilación se encaminó hacia la puerta principal de la casa seguido de un confuso Mateo que intentaba protestar sin saber muy bien qué hacer.
Halloway golpeó con los nudillos en la puerta de madera. La casa tenía una estructura cuadrada, de corte rústico y daba la impresión de que el tiempo había dejado su huella. Las paredes de piedra mostraban signos de moho, las maderas de ventanas y porticones estaban ajadas y algo podridas y la puerta principal donde esperaban con impaciencia parecía estar a punto de descolgarse de los goznes de un momento a otro.
Al cabo de unos minutos, un hombre octogenario abrió la puerta. Vestía como un campesino, con ropas de tela áspera y colores oscuros, gorra de cuadros en la cabeza y barba de varios días.
Respondió con un francés de fuerte acento norteño.
-Bonjour, que désirez-vous?
-Bonjour, messier. Disculpe, pero no hablamos francés. ¿Habla usted mi idioma? -preguntó Halloway.
El hombre asintió con la cabeza.
-Excelente. Quizás sea usted de gran ayuda. Querríamos hablarle de un asunto un tanto delicado. ¿Dispone usted de un minuto?
El hombre dio muestra de confusión.
-Mi inglés no es muy bueno.
Fue Mateo quien tomó la iniciativa. Disculpándose ante Halloway, se dirigió al campesino en un inglés muy sencillo y esquemático.
-Tengo un reloj de la segunda guerra mundial con unas coordenadas que indican esta casa. Es de 1943. ¿Tiene información?
El campesino abrió los ojos, asombrado. Asintió con la cabeza y se hizo a un lado.
-Pasen. -replicó escueto.
Sin más dilación, Mateo y Halloway entraron en la casa. Era humilde, con muebles de madera y una chimenea al lado de lo que podía considerarse la cocina. El fuego estaba encendido, dando un agradable calor. El hombre les ofreció asiento y un café que parecía recién hecho.
-He estado esperando mucho tiempo que alguien viniera a preguntarme por algún asunto relacionado con la guerra -dijo mientras él mismo se acomodaba en una de las sillas frente a sus invitados. -¿Cómo han llegado hasta aquí?
-La historia es muy sencilla -respondió Mateo. -Compré un reloj en una feria de antigüedades y llevaba unas coordenadas y un código escrito en la trasera. Llevamos varios días buscando información y, finalmente, hemos decidido venir con la esperanza de encontrar a alguien que supiera algo de la historia.
-Y parece que así ha sido -apostilló Halloway. -¿Qué nos puede contar? Es de gran interés para nosotros.
El hombre dio un sorbo a su café.
-Yo era pequeño, pero recuerdo cuando llegamos a casa y nos encontramos la caja. Eran tiempos difíciles y la ocupación alemana lo había cambiado todo. Mis padres y yo nos escondíamos de los soldados durante el día y volvíamos a casa al anochecer. Un día, al regresar, vimos que alguien había estado aquí mismo, en esta habitación. Encima de la mesa había una pequeña caja de metal y en su interior unas notas y un objeto muy interesante.
-¿A qué se refiere usted? ¿Un reloj? -preguntó Halloway reflejando ansiedad en su tono de voz.
El campesino frunció el ceño, sorprendido.
-Sí, exactamente. Un reloj.
-¿Lo conserva usted aún? ¿Le importaría mostrármelo?
Mateo estaba consternado. ¿Cómo sabía Halloway que el objeto era un reloj? ¿Por qué mostraba tal ansiedad en sus preguntas? Quiso preguntarlo, pero justo en ese momento el hombre se levantó de la mesa, abrió un cajón del mueble y extrajo una pequeña caja de metal. Estaba oxidada y dañada por el paso del tiempo. La depositó en la mesa y la abrió. En su interior había una hoja de papel, una pequeña libreta de lomos marrones y un pequeño objeto envuelto en papel blanco.
-Esto es lo que nos encontramos.
-¿Me permite? -dijo Halloway al tiempo que cogía el papel para leerlo sin esperar la autorización. Mateo le miró con tono crítico. Jamás hubiera imaginado un comportamiento así en su acompañante, a juzgar por las exquisitas maneras mostradas hasta ese momento.
-¿Qué dice? -le preguntó de forma inquisidora. Halloway ya había leído la nota, pero la releyó en voz alta.
-La operación se ha visto comprometida y tenemos que abortarla. Imposible regresar a la base. Hay un traidor entre nosotros.
RM
-Parece que RM es el nombre del agente -dijo Mateo.
Halloway no respondió. Tomó la libreta de lomos marrones y la ojeó rápido. Estaba llena de apuntes escritos sin aparente orden, frases a modo de preguntas, números subrayados dando la impresión de que, si aquella libreta pertenecía al agente Louis Marchand la habría utilizado para tomar notas de sus pensamientos a lo largo de su investigación. En la última página aparecía un único nombre subrayado varias veces: D. Halloway.
Mateo pudo ver el nombre y miró a su acompañante, que mostraba signos de preocupación en su rostro.
-¿Cómo es posible que su nombre aparezca escrito en esta libreta? -le preguntó completamente confundido.
Halloway no respondió. Alargó la mano y se hizo con el paquete. Lo desenvolvió y en su mano apareció un reloj exactamente igual al de Mateo, pero esta vez sin las correas de cuero negro.
-¡Por fin!- exclamó sin darse cuenta de que tanto el hombre como Mateo le miraban con ojos escrutadores esperando una respuesta.
-Creo que tiene que explicarme muchas cosas -dijo finalmente Mateo.
Halloway suspiró aliviado sin dar mayor importancia ni mostrar gesto de preocupación.
-Todo tiene una explicación y estoy dispuesta a dársela sin mayor problema. Pero antes, déjeme comprobar algo.
Sacó de su bolsillo la linterna de ultravioleta que había usado el día anterior en el Archivo Nacional y Mateo sospechó que el hecho de llevarla consigo era una prueba más de que Halloway sabía más de lo que aparentaba. La encendió y se dispuso a examinar detenidamente la trasera del reloj. Tras unos segundos en silencio, sonrió y ahogó un sonido de satisfacción.
-Estaba en lo cierto. Siempre lo he estado y aquí está la prueba.
-Ruego que se explique.
El campesino les interrumpió.
-Un momento. Quiero decir algo. Llevo muchos años guardando esta caja y sabía que un día alguien vendría preguntando por ella. No sé si les pertenece o no, pero prefiero librarme de ella. El pasado hay que enterrarlo. Mis padres murieron al cabo de unos días, acusados de colaborar con la resistencia. Me los encontré aquí mismo con un tiro en el pecho cada uno y aún guardo esa imagen en la memoria. Si los que los mataron buscaban la caja o no, nunca lo supe, porque mi padre la había guardado detrás de un ladrillo suelto en una pared del piso superior. Yo estaba delante cuando lo hizo y por eso sabía exactamente dónde buscar.
El hombre hizo una pausa, dio un nuevo sorbo a su café para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.
-Desde entonces tuve que buscarme la vida yo solo y tratar de pasar página, pero la caja siempre me recordaba la guerra. No he querido destruirla porque sospechaba que tendría valor para alguien, pero ya comenzaba a pensar que me moriría sin que nadie la reclamara. Así que, llévensela y déjenme cerrar las puertas del pasado.
Mateo estrechó la mano del hombre como agradecimiento y solidaridad por lo mucho vivido. Cogió la caja con el contenido e hizo una señal a Halloway para salir de la casa. Este parecía pensativo y ensimismado a la vez mientras musitaba un adiós de despedida y acompañaba a Mateo al exterior.
Había comenzado a llover finamente, pero a pesar de ello no apresuraron el paso. El pequeño pueblo parecía desierto, con tan solo algún rumor lejano de un coche eventual, lo que acrecentaba la sensación de pesadumbre que sentía Mateo desde que había finalizado el relato. La guerra, como inevitablemente sucede, deja huellas imborrables que perduran en el tiempo. De alguna manera, habían estado predestinados para encontrar a aquel hombre y liberarle de la carga de tantos años. Ahora quedaba responder unas cuantas preguntas y la persona que debía hacerlo era aquel caballero británico que parecía conocer detalles que no había revelado aún.
Se acomodaron en el interior del vehículo y Halloway mantuvo la mirada perdida en el horizonte como si estuviera sumido en sus pensamientos mientras Mateo le observaba con impaciencia.
-¿Y bien? -le espetó al cabo de un par de minutos.
Halloway salió de su ensimismamiento.
-Tiene todo el derecho del mundo a estar confundido y ruego me perdone si he silenciado algunos detalles de nuestro viaje. Todo tiene una explicación y con mucho gusto se la voy a dar. Tan solo estaba reordenando todos los datos en mi cabeza.
-Soy todo oídos -dijo Mateo, invitándole a hablar.
-Esta mañana le comenté que mi familia ha gozado de una posición influyente desde hace tiempo, especialmente durante el siglo pasado. Quiero que entienda el momento histórico de la segunda guerra mundial, cómo los acontecimientos podían cambiar de la noche a la mañana dependiendo de quién era y en qué posición uno se encontraba. No es mi intención divagar, pero se ajusta mucho a la realidad.
Halloway hizo una pequeña pausa esperando un gesto de confirmación de su acompañante, quien hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza.
-Mi familia era muy importante, con una gran reputación que se ha conservado hasta el día de hoy. Nos hemos codeado con la creme de la creme de la sociedad política y aristócrata del reino, y gozado de influencia en las más altas esferas. Siempre sospeché que algo había pasado durante la guerra. De pequeño fui testigo accidental de una conversación, discusión más bien, entre mi abuelo y mi padre. Este le hablaba del honor y le reprochaba ciertos actos que mi abuelo había cometido en la guerra. La palabra traición salió en más de una ocasión y mi abuelo se defendía diciendo que las circunstancias eran las que eran y que no se arrepentía de nada de lo que había sucedido.
No pude escuchar mucho más. Yo debería tener unos diez años. Poco después, mi abuelo falleció. Fue un momento muy triste para toda la familia y al funeral asistió una gran cantidad de personas, dada la posición que teníamos. Recuerdo que, en un momento de la recepción posterior, mi padre hizo un aparte con un hombre vestido de militar y mantuvieron una conversación en voz baja. Yo solo alcancé a escuchar palabras sueltas, pero el militar se sacó el reloj de la muñeca y se lo dio a mi padre, quien se lo puso en el bolsillo, estrecharon la mano y se despidieron. Por la noche, pude ver aquel reloj en el despacho de la casa.
-¿Un Shadow Warden? -preguntó Mateo.
-Exactamente, querido amigo. Una unidad igual que la suya. No volví a ver la pieza ni saber nada de ella hasta muchos años después, justo antes del fallecimiento de mi padre. Yo ya llevaba tiempo interesado en la historia y en especial en la función de los relojes como elementos para transportar y ocultar información. Recuerdo aquella conversación como si fuera ayer. Mi padre y yo nos sentamos a degustar un brandy en el salón como solíamos hacer mientras mi madre subía al piso superior. Fue entonces cuando me dijo que sabía que yo había sido testigo de la discusión con el abuelo muchos años atrás y que tenía derecho a saber la verdad de la familia. Todos tenemos secretos, ¿verdad? Pues en mi familia también.
Halloway sonrió con gesto apesadumbrado, como si lo que estaba a punto de revelar fuera lo más difícil que jamás hubiera hecho.
-En aquella conversación, mi padre me contó muchos detalles de la familia que yo desconocía y que no vienen al caso. Sin embargo, lo más relevante y lo que me dejó impresionado fue que mi abuelo había sido colaboracionista con los alemanes. Parece ser que alguien se acercó a él con la intención de aprovecharse de su posición y estrecha relación con el gobierno. Le amenazaron con matar a su familia, hundirle en la miseria y dios sabe cuántas cosas más. Mi abuelo se vio obligado a ello para defender todo lo que más quería y desde ese momento se convirtió en espía para los alemanes y en un traidor para su patria. Mi abuelo se llamaba Douglas Halloway, y como pudo ver en la libreta su nombre aparece allí escrito. Con toda seguridad, él fue el causante de que aquella misión y posiblemente otras muchas fracasaran.
-Me deja usted sin palabras. Debieron de ser momentos duros.
-Por supuesto ni usted ni yo los hemos vivido en primera persona, pero la guerra saca lo peor de cada uno y nos lleva por caminos insospechados. El abuelo Douglas siempre había sido un patriota, por lo que si se hubiera conocido su traición nadie se lo hubiera perdonado y el nombre de la familia habría quedado a la altura del betún.
-¿Y qué conexión tiene todo esto conmigo y este reloj? Y, sobre todo, con el que había en la caja.
Halloway suspiró.
-Fueron tres los agentes en la operación OX12 y cada uno llevaba un reloj con unas coordenadas. El primer reloj es el que el militar le dio a mi padre en el funeral. Descubrí después que aquel militar también había sido reclutado por los alemanes y colaborado con mi abuelo en alguna ocasión. Supongo que le entregó el reloj para limpiar su alma y librarse de un objeto que representaba lo peor del ser humano, la traición. Hoy en día conservo ese reloj y cuando regresé anoche a mi casa lo saqué de su caja y lo examiné con la linterna de ultravioleta más minuciosamente. Ya lo había hecho sin resultado alguno anteriormente y pensé que lo que un compañero de universidad me había contado un día era una simple invención. Sin embargo, al descubrir la inscripción en el suyo, volví a examinar mi unidad. Y allí estaba, apenas perceptible. Algunos números habían desaparecido por el paso del tiempo y habría sido imposible llegar hasta aquí sin su reloj, el cual conserva los números de las coordenadas de forma clara. Y ahora, si me permite examinar de nuevo el reloj que hemos encontrado en la caja…
Mateo extrajo la pieza del interior y se la tendió. Halloway lo contempló unos instantes y le dio la vuelta para mostrarle el código. Era el mismo que el que ya conocían con la salvedad de que las dos iniciales del final eran diferentes.
-RM- leyó Halloway.
-RM es el que firma la nota -añadió Mateo. -Por lo tanto, sabemos que hubo tres agentes con las siglas LM, RM y ... ¿qué iniciales aparecen en su unidad?
-JH -respondió el británico. Su cara se tornó sombría y no pasó desapercibido para Mateo.
-Me temo que tengo que hacerle una pregunta muy importante. ¿Usted sabe la identidad real de estos agentes?
Durante unos segundos, Halloway pareció no reaccionar. Finalmente, asintió con la cabeza.
-Los conozco. LM es Louis Marchand, de origen francés, pero nacido en Bristol. Fue reclutado para el servicio debido a su brillante trayectoria militar. El siguiente y recién descubierto es Richard Martins, compañero de Louis y con rango superior.
-¿Y el tercero? El que tiene usted en su casa. JH.
-JH son las iniciales de John Halloway.
-¿John Halloway? ¿Tiene algo que ver con su familia?
-Era el hermano de mi abuelo.
-No sé qué decir. Pero entonces, ¿cómo es posible que su abuelo delatara a su propio hermano?
-¿Ve cómo la guerra nos cambia? Lo que parece imposible o inaudito en tiempos de paz, cambia radicalmente y los valores desaparecen como por arte de magia. Mi abuelo puso por encima su seguridad, la de su esposa, su hijo, la posición de la familia, el buen nombre… todo aquello por lo que había luchado. El precio fue muy alto. Traicionar a su propio hermano.
El silencio se adueñó de la situación y pasaron unos minutos que parecieron eternos.
Finalmente, Halloway se giró hacia la izquierda para mirar a los ojos a Mateo. El rostro del británico era grave, decidido. Se llevó la mano derecha al bolsillo de su chaqueta y palpó el objeto que se encontraba en el interior, un pequeño revolver de bajo calibre que no dudaría en usar en contra de su acompañante si este no accedía a la petición que estaba a punto de hacerle.
-Y ahora necesito que me haga un favor. Como ve, este asunto es de gran importancia. Llevo muchos años tratando de reunir todas las piezas de un puzzle demasiado enrevesado y ya estoy a punto de poner la última pieza. No se trata de un capricho de coleccionista, sino de salvaguardar el interés de mi familia. Necesito que me ceda los dos relojes para que yo custodie el trio. Sé que es algo que pueda ser difícil de entender, pero no se lo pediría si no fuera de un asunto de esta magnitud. Estoy dispuesto a pagar por ellos, por supuesto. De hecho, a hacer lo que haga falta por obtenerlos.
Halloway volvió a llevarse la mano al bolsillo de la chaqueta y sujetó el revolver. Estaba decidido a utilizarlo si su acompañante se negaba a aceptar su petición.
A Mateo no le pasó por alto el gesto y una sombra de sospecha cruzó su mente. Se encontraba en territorio francés, en el interior de un vehículo con un hombre al que apenas conocía, pero que le había revelado un secreto familiar tan importante como aquel. Y aquel gesto le puso en guardia. Tratando de conservar la serenidad, aclaró la garganta y empleó un tono de voz conciliador.
-Entiendo perfectamente a qué se refiere y en circunstancias normales dudo que hubiera aceptado. Sin embargo, aquí tiene -dijo Mateo ofreciendo ambas piezas a Halloway. -Creo que tanto mi reloj como el que acabamos de encontrar deben quedarse con usted.
La tensión que hasta entonces había aparecido en el rostro del británico desaparecieron. Tomó los relojes con cuidado y los guardó en el interior de la guantera.
-Le quedo muy agradecido, querido amigo. No sabe usted lo que significa para mí y la familia. El apellido Halloway podrá continuar sin sombra de duda. Y ahora, si le parece bien, vayamos de vuelta a la vieja Inglaterra.
Dos días más tarde, Mateo abría la puerta de su piso y colgaba el abrigo en el perchero de la entrada. Abrió los ventanales y el ruido del tráfico barcelonés llegó a sus oídos de inmediato, recordándole que ya estaba en casa. Habían sido cinco días muy intensos, inimaginables una semana anterior cuando tropezara por casualidad con aquel anticuario en Mercantic. Recordó los detalles de su aventura, y cómo los acontecimientos se pueden alterar de la noche a la mañana. Halloway ya tenía lo que ansiaba, su trío de relojes Shadow Warden. Alguien como él no se atrevería a destruirlos jamás, solo custodiarlos sabiendo que la historia no revelaría nunca la verdad.
Mateo miró el reloj en su muñeca.
-Desde luego, no se puede negar que Halloway tiene un gusto exquisito. -pensó mientras admiraba el Moser que su acompañante le había regalado.
-No se trata de un pago, sino de un intercambio entre caballeros. Yo me quedo los Shadow Warden y usted mi Moser. ¿Tenemos trato? -había dicho Halloway al llegar a Londres.
Mateo aceptó de sumo grado. No tenía intención de pedir dinero alguno como venta de las piezas, por lo que conseguir a cambio aquella preciosa obra de arte, de esfera azul y calendario perpetuo era mucho más de lo que podía imaginar.
Se sentó al ordenador y entró en la página de Relojes Especiales. Leyó las últimas entradas de la semana y se dispuso a abrir un hilo nuevo. Ardía en ganas de explicar sin entrar en detalles lo que había vivido en aquellos días y mostrar su nuevo reloj, que seguro haría las delicias de más de un compañero forero.
Sin embargo, cuando estaba a punto de hacerlo, desistió.
-Nadie me creería y pensarían que me lo estoy inventando. Mejor así.
Y saludó como siempre a los compañeros, excusando su ausencia en las páginas por una enfermedad inoportuna.
El Moser Heritage le acompañaría como único testigo de la aventura más apasionante de su vida.