Había un matrimonio ( lo vamos a nombrar por sus iniciales, Z y M) que vivía en un pequeño pueblo, de unos 100 habitantes, de la comarca del alto Tormes, en la provincia de Ávila; mi tierra también.
Tenían una casa en la que mis abuelos maternos pasaban los veranos cuando eran jóvenes. Principios de los años 60, con mi madre muy pequeña. Z y M tenían una sobrina un par de años mayor que mi madre que vivía en otro pueblo más grande, cabeza de comarca, que está a escasos tres kilómetros; pero los días de verano los pasaba en la casa del tío Z y jugaban juntas a menudo. Hicieron buenas migas, verano tras verano.
En ese pueblo cercano, pasados los años mi madre conoció a mi padre y me tuvieron a mi (bueno, y después a mi hermano pero él no pinta nada en esta historia). La amiga de mi madre también se casó y tuvo una hija, justo un año menor que yo.
Cuántos días he pasado en esa casa... Y sin ser familia. No olvidemos que ellos solo alquilaban una casa a mis abuelos para pasar el verano. Aunque en ese momento yo ya vivía en el pueblo cercano, igual que la amiga de mi madre. De hecho, fui a la escuela, al colegio y al instituto con su hija. Y jugué con ella de niño, aún antes de tener memoria, en la huerta del tío Z., en el patio y en la calle. Entonces se podía jugar en la calle sin supervisión.
Pues la casa del tío Z. se ha vendido y ha llegado a mis manos su navaja. Siempre la llevaba en el bolsillo y con ella pelaba las manzanas y los peros que se comía sentado en el poyo de la puerta.
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¿Cómo ha llegado la navaja a mis manos? Porque esa niña rubia de ojos entre grises y verdes que jugaba conmigo de pequeño, sobrina nieta del tío Z. es hoy mi mujer (no podía ser de otra manera). Somos ella, yo y tres niños maravillos. Y en breve cumple 40 años, así que se merece un regalo especial.
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Iba a enseñar la navaja en el hilo correspondiente, pero hoy me he pasado por Rabat para coger su regalo. Y me apetecía contarlo aquí.
Espero no haber aburrido a nadie. A mi me pareció una historia bonita. Y quería compartirla.