Me pregunto cómo se debe de sentir uno cuando abandona el buen hábito de miccionar. Me imagino que el primer síntoma debe de ser un tremendo dolor punzante en la parte baja del abdomen. Un dolor tan fuerte que hará que sea un suplicio abrochar el botón del pantalón.
Al no ser que se refieran a otra cosa, como a mear sin preocuparse por el sitio hacia donde se debería de apuntar. Porque claro, uno tiene la cabeza en otras cosas y ni se da cuenta de lo que se trae entre manos ni de que le tiembla el pulso.
Pero... ¿Y si resulta que el cartel quiere decir otra cosa y yo lo he malinterpretado, que también es posible...?
De todo esto se deduce que la ortografía y la gramática tienen una razón fundamental: Hacerse entender y evitar el equívoco. Sencillo, ¿no?
Dicen que leyendo se aprende, pero no soy tan optimista: Creo que además de leer hay que esforzarse un poco, aunque el esfuerzo parezca ir contra la norma de los tiempos presentes.
Y ahora, la pregunta: ¿Me parece bien que se corrija los errores ortográficos y gramaticales del personal?
Sí. Escribimos en un lugar público sin que nadie nos lo haya pedido, y lo que en público se dice corre el riesgo de ser corregido por el público.
Personalmente agradezco toda corrección que se me haga. Al fin y al cabo conviene no engañarse: Por muy bonito, caro, glamuroso, excelso y divino que sea el reloj que llevo, no tiene nada, nada, NADA que hacer si me pongo una mierda de vaca por sombrero o si digo la palabra "hayga" mal pronunciada.
Mi estilo soy yo, no mi reloj.
Zenquiu veri mach.