Gonzoneitor
Milpostista
Sin verificar
Érase una vez un niño al que le gustaban los juguetes. Con su paga, había logrado conseguir algunos. Grandes y brillantes, con un montón de indicadores y agujas. Pero cada vez que se cruzaba con un amigo y veía sus juguetes, se sentía vacío. Él pensaba, -con la próxima paga, seguro que lo consigo-. Y así era. Guardaba y guardaba pagas y obtenía nuevos juguetes. Pero llegaba un momento en el que le asaltaban terribles dudas. No lograba convencerse a sí mismo de que esos juguetes eran lo que realmente quería.
Un buen día, fue a ver al rey de los juguetes, un maestro juguetero con muy buena reputación, y le pidió que le fabricara algo extraordinario. El rey de los juguetes le dijo: -lo haré, pero deberás tener paciencia, pues estos juguetes son muy complejos de construir, pero tan buenos, que muchos otros niños hacen cola, como tú, para conseguirlos-.
Cabizbajo, el niño se marchó con un sabor agridulce en la boca. El rey le había asegurado que le tendría en consideración para su próxima obra, pero a la vez, tendría que armarse de paciencia y esperar.
Su voz interior se decía a sí mismo que había esperanza, puesto que hacía tiempo, el rey de los juguetes ya le había vendido una obra suya muy especial.
Pasaron los meses, una estación, después otra. El niño veía que los árboles florecían y se marchitaban. Pero el rey de los jugetes no mandaba su buena nueva. A veces, el niño le visitaba para saber de él, pero éste le enseñaba otras creaciones que, aunque eran muy bonitas, no eran las que le había pedido.
Apesadumbrado, paseaba y paseaba pensando qué es lo que había hecho mal para que el maestro le desdeñara de esa manera. -Le he cuidado. Le he admirado. Le he comprado otros juguetes. ¿Cómo es, pues, que se olvida de mí?
Su pesar llegó a oídos de un hada del bosque que le preguntó por qué se encontraba tan afligido. El niño le contó la historia y el hada, sin decir nada, sonrió.
Hay muchos más juguetes en el mundo. Preciosos y elaborados.- Dijo. Y abrió su mano y se los mostró.
-¿Has pensado que el rey de los juguetes no es el único maestro juguetero? De hecho, el rey es un hábil comerciante, pero los verdaderos maestros son los tres magos-.
Y tan sorprendido quedó el niño, que en seguida buscó a los tres magos. Quería conocer de primera mano de qué eran capaces esos maestros.
Llegó a la morada del primero y contó su historia. El mago se echó a reír con una sonora carcajada. -Los juguetes son para que jueguen los niños. Y nosotros, los maestros jugueteros, debemos intentar haceros felices siempre-. Y con una invitación de la mano, le mostró un cofre. El niño lo abrió y quedó maravillado.
Jamás había visto nada igual. Aquello era diferente. Mejor. Aquello no eran piezas de juguetería... era arte.
Tras la visita a la casa del mago, no cabía en sí de gozo. Había piezas con las que jamás había imaginado. Pedacitos de magia hecha juguetes.
Corrió hacia la morada del segundo mago. Quería ver de lo que aquellos individuos eran capaces.
El maestro le recibió con timidez pero con cordialidad. De la misma manera que el anterior, trajo un ánfora. Con cuidado vertió su contenido en la mesa. Un espeso humo apareció. Y tras disiparse, el niño quedó prendado.
¿Cómo era posible que aquella obra pudiera existir? Y estaba al alcance de cualquier niño. ¡Sin esperas y por la mitad de lo que pedía el rey de los juguetes!
El niño se sentía inmerso en un sueño. Acababa de encontrar la magia. Hasta entonces había tenido juguetes. Ahora había encontrado obras de arte con las que podía jugar.
A partir de entonces su visión de los juguetes ya no sería la misma. Había logrado trascender. El vacío que había sentido era el grito desgarrador de su alma que pedía un poquito de magia en su vida.
Y la magia, sin quererlo, le había encontrado a él.
Un buen día, fue a ver al rey de los juguetes, un maestro juguetero con muy buena reputación, y le pidió que le fabricara algo extraordinario. El rey de los juguetes le dijo: -lo haré, pero deberás tener paciencia, pues estos juguetes son muy complejos de construir, pero tan buenos, que muchos otros niños hacen cola, como tú, para conseguirlos-.
Cabizbajo, el niño se marchó con un sabor agridulce en la boca. El rey le había asegurado que le tendría en consideración para su próxima obra, pero a la vez, tendría que armarse de paciencia y esperar.
Su voz interior se decía a sí mismo que había esperanza, puesto que hacía tiempo, el rey de los juguetes ya le había vendido una obra suya muy especial.
Pasaron los meses, una estación, después otra. El niño veía que los árboles florecían y se marchitaban. Pero el rey de los jugetes no mandaba su buena nueva. A veces, el niño le visitaba para saber de él, pero éste le enseñaba otras creaciones que, aunque eran muy bonitas, no eran las que le había pedido.
Apesadumbrado, paseaba y paseaba pensando qué es lo que había hecho mal para que el maestro le desdeñara de esa manera. -Le he cuidado. Le he admirado. Le he comprado otros juguetes. ¿Cómo es, pues, que se olvida de mí?
Su pesar llegó a oídos de un hada del bosque que le preguntó por qué se encontraba tan afligido. El niño le contó la historia y el hada, sin decir nada, sonrió.
Hay muchos más juguetes en el mundo. Preciosos y elaborados.- Dijo. Y abrió su mano y se los mostró.
-¿Has pensado que el rey de los juguetes no es el único maestro juguetero? De hecho, el rey es un hábil comerciante, pero los verdaderos maestros son los tres magos-.
Y tan sorprendido quedó el niño, que en seguida buscó a los tres magos. Quería conocer de primera mano de qué eran capaces esos maestros.
Llegó a la morada del primero y contó su historia. El mago se echó a reír con una sonora carcajada. -Los juguetes son para que jueguen los niños. Y nosotros, los maestros jugueteros, debemos intentar haceros felices siempre-. Y con una invitación de la mano, le mostró un cofre. El niño lo abrió y quedó maravillado.
Jamás había visto nada igual. Aquello era diferente. Mejor. Aquello no eran piezas de juguetería... era arte.
Tras la visita a la casa del mago, no cabía en sí de gozo. Había piezas con las que jamás había imaginado. Pedacitos de magia hecha juguetes.
Corrió hacia la morada del segundo mago. Quería ver de lo que aquellos individuos eran capaces.
El maestro le recibió con timidez pero con cordialidad. De la misma manera que el anterior, trajo un ánfora. Con cuidado vertió su contenido en la mesa. Un espeso humo apareció. Y tras disiparse, el niño quedó prendado.
¿Cómo era posible que aquella obra pudiera existir? Y estaba al alcance de cualquier niño. ¡Sin esperas y por la mitad de lo que pedía el rey de los juguetes!
El niño se sentía inmerso en un sueño. Acababa de encontrar la magia. Hasta entonces había tenido juguetes. Ahora había encontrado obras de arte con las que podía jugar.
A partir de entonces su visión de los juguetes ya no sería la misma. Había logrado trascender. El vacío que había sentido era el grito desgarrador de su alma que pedía un poquito de magia en su vida.
Y la magia, sin quererlo, le había encontrado a él.