Introduccíon e historia de la relojería en Ginebra y en el jura suizo.
La historia de la casa suiza de relojería Movado, que trataré a continuación, es producto de la labor desempeñada por la familia Ditesheim, fundadora de la empresa, cuyos miembros la dirigieron durante 88 años, logrando dar al nombre Movado una reputación internacional. Esta industria, con su fascinante producto final, el reloj, ha determinado durante dos siglos la vida en este pequeño país o, más bien, en la región del Jura suizo y lo ha hecho con una exclusividad sin parangón en la historia universal.
El desarrollo de la fabricación de relojes se inició en Suiza en el siglo XVI, un poco más tarde que en Francia y en Alemania y casi al mismo tiempo que en Inglaterra. Empero, hasta la segunda mitad del siglo XVIII no cobró la importancia dominante que conocemos en la actualidad, pues hasta entonces, la mayor parte de la población desconocía por completo la medición del tiempo y la división del día natural en porciones u horas, ya que esos conceptos no significaban nada para los ciudadanos de la época. La posición del Sol y el paso del día a la noche servían de orientación y, a lo sumo, la población se guiaba por el repicar de las campanas de los relojes de torre, muy difundidos ya en el siglo XIV. Hasta entonces, poseer un reloj particular, conocer, por tanto, el "tiempo personal" era un privilegio de ricos y poderosos, de príncipes y del alto clero.
Tres ciudades o, mejor dicho, tres regiones, de naturaleza muy diversa, en la Suiza occidental, fueron la cuna de la artesanía relojera: Ginebra, la región alrededor de La Sagne en las montañas de Neuchatel y el Valle de Joux con la capital Le Brassus en la comarca de Le Chenit. El orden de presentación de estas tres regiones no es accidental, por el contrario, marca una evolución en el tiempo.
Hacia 1540 se comenzaron a elaborar en Ginebra los primeros relojes portátiles, sobre todo, relojes colgantes derivados de los pequeños relojes de sobremesa con esfera horizontal, siendo al principio relojeros franceses quienes acometieron dicha tarea. Se trataba principalmente de hugonotes, perseguidos por motivos religiosos en Francia y que por esta razón abandonaron su patria. El primer relojero inscrito en 1554 en el padrón municipal, fue también un francés: Thomas Bayard, quien, además, era orfebre. En 1566,
Calvino prohibió a los orfebres la fabricación, en la Ginebra protestante, de instrumentos sagrados como crucifijos, cálices, etc. Esta prohibición provocó un auge en la relojería, en tanto y en cuanto los orfebres se vieron obligados a dedicarse a la creación de relojes y sus cajas si deseaban seguir ejerciendo su profesión. En el mismo año de 1566 se fundó en Ginebra la Corporación gremial de relojeros, la segunda después de París (1544), que se dotó de un reglamento en 1601, con reglas estrictas para protegerse contra chapuceros y competidores sin escrúpulos.
Con la abolición en 1685 del Edicto de Nantes, que había otorgado a los hugonotes franceses libertad de culto, llegó una nueva oleada de hugonotes a Ginebra y, entre ellos, numerosos artesanos relojeros cualificados, con lo cual la relojería se convirtió en la industria principal de la ciudad hacia finales del siglo XVII. Desde entonces, Ginebra es «el símbolo de la relojería de prestigio, alta calidad y lujo.
En el mismo periodo, es decir, hacia finales del siglo XVII, época en que Ginebra ya había adquirido una reputación de excelencia entre las principales metrópolis relojeras, en la vecina región de Vaud y en el Jura de Neuchatel la relojería era una asignatura relativamente desconocida. Sólo podían encontrarse algunos artesanos relojeros aislados en las mayores poblaciones como Lausana, Rolle o Neuchatel. Por este motivo, puede ser verídica la legendaria historia del joven herrero y mecánico Daniel JeanRichard de La Sagne, a quien se dirigió un buen día un viajero con un reloj de bolsillo roto y, a pesar de que nunca en su vida había visto un mecanismo de medida del tiempo portátil, comprendió en poco tiempo su funcionamiento y la causa del defecto y pudo repararlo con herramientas elaboradas para dicho fin. La leyenda prosigue contando que, posteriormente, JeanRichard sintió el deseo de aprender sistemáticamente todo lo que había que saber sobre relojería. Debido a que cuando se encaminó a la región de Ginebra no pudo dar con un maestro que estuviera dispuesto a revelarle los secretos y artificios de la relojería, adquirió los primeros conocimientos rudimentarios de forma autodidacta y de inmediato comenzó a enseñar a otros interesados. Estos fueron, según la leyenda, los comienzos de la relojería en La Sagne y en el Jura neuchatelino.
Aun cuando se trate de una leyenda, da testimonios fehacientes de la persona de Daniel JeanRichard (1672 - 1741), quien fuera el gran artífice de la producción de relojes en la región de Neuchatel. Todo parece indicar que era una persona con grandes dotes para la mecánica y de una perseverancia verdaderamente extraordinaria, por no decir grandiosa. Se cree que JeanRichard participó activamente en el desarrollo de una forma de producción basada en la división del trabajo, ideal en esa región intransitable, con pueblos, caseríos y granjas aisladas, muy distantes entre sí. Este método se ha dado en llamar "sistema de racionalización" y consistía en que sólo se elaboraban unas pocas piezas de relojería en los talleres domésticos de las familias de agricultores y como se trataba de un trabajo secundario, se desempeñaba sólo en invierno, dedicando las estaciones más templadas a la agricultura. Los viajantes iban de pueblo en pueblo recolectando dichas piezas, las ensamblaban en talleres centrales, les daban el acabado final y, a continuación, comercializaban los relojes terminados. De esta forma se inició la relojería en las dos ciudades principales del Jura, aparte de Neuchatel, a saber, Le Lóele, donde se estableció el mismo JeanRichard hacia 1700 y La Chaux-de-Fonds.
Con el tiempo, Le Lbcle se fue convirtiendo en el centro de la cronometría, es decir, de la producción de relojes de precisión. En esta ciudad trabajaron Breguet, durante su obligado asilo en los años 1793 -1795, y otros prestigiosos maestros relojeros dedicados a la elaboración de cronómetros como Jacques-Frédéric Houriet, Henri Grandjean, los daneses Juergensen (Urban, Louis Urban, Jules y Jacques-Alfred), Frédéric-Louis Favre-Bulle o Ulysse Nardin. Por el contrario, La Chaux-de-Fonds era el centro de la relojería normal, de relojes sencillos, pero de buena calidad, fabricados en mayores cantidades. En este sentido, una de las fábricas más conocidas era la de Georg Friedrich Roskopf con los económicos "relojes Roskopf. También se construían en esta ciudad relojes de precisión de alta calidad.
En el tercer centro de relojería suiza, el Valle de Joux, esta evolución tuvo lugar tres generaciones más tarde, poco antes del fallecimiento de Daniel JeanRichard hacia 1740. En dicho año, el joven y emprendedor hijo de agricultores Samuel-Olivier Meylan, desconforme con la dura existencia del agricultor y el desempleo invernal en aquel valle cerrado por las montañas, se desplazó a la pequeña ciudad de Rolle en el Lago de Ginebra y entró de aprendiz del maestro relojero Mathieu Biaudet. Tras haber finalizado el aprendizaje, volvió al caserío del que provenía, Chez le Maitre, y comenzó a construir manualmente relojes completos. Así, desencadenó en el Valle de Joux una oleada de relojeros, pues otros muchos, descontentos como Meylan por las limitadas posibilidades que les brindaba su valle de origen, siguieron su ejemplo e hicieron un aprendizaje de relojero, especialmente en Fleurier, donde las reglas de la Corporación relojera no eran tan rígidas como en Rolle. Sus éxitos llevaron a que el Valle de Joux pasara paulatinamente de ser una región pobre, predominantemente agrícola, a convertirse en un próspero centro de relojería, relegando las actividades agrícolas a un segundo plano. Más adelante, una vez finalizada la época de Napoleón, cuando los mecanismos en bruto y las cuadraturas complicadas provenientes del Valle de Joux eran tan buscados en Ginebra, París y otras metrópolis, que casi no se podía cumplir la entrega de pedidos, esta época fue llamada la "Edad de Oro". Tal y como sucediera en Ginebra, Le Lóele y La Chaux-de-Fonds, en el Valle de Joux también se implantó una especialización, a saber, en sofisticados relojes de bolsillo y cuadraturas (mecanismos adicionales a la máquina de marcha normal). Entre los famosos maestros de estos mecanismos, en parte altamente complicados, se encontraban, por sólo nombrar algunos, Georges Golay, Louis Audemars, Louis Elisée Piguet, Victorin Piguet, Daniel Aubert o Charles-Antoine LeCoultre. Sólo los expertos conocían sus nombres, ya que dichos maestros no solían firmar sus pequeñas maravillas sino las empresas que las adquirían. Un aspecto característico de lo solitario que era el Valle del Joux era que, hasta el siglo XX, la relojería, y me atrevería a decir que toda la vida pública, estaban dominadas por diez familias asentadas allí desde la Edad Media, familias que a menudo estaban, a su vez, emparentadas entre sí y que entablaban continuamente nuevos contactos de negocios.
El lector interesado se preguntará quizás porqué hubieron de pasar más de 150 años para que un oficio como el de la relojería se expandiera en una región de tamaño tan reducido como es el Jura suizo al Valle de Joux, que está situado a tan sólo 50 km de Ginebra. Sobre todo, conociendo la situación actual, en la que se necesita en coche a lo sumo media hora de Ginebra a Le Brassus. Por tanto, es casi imposible imaginar la soledad y el aislamiento que reinaban en este valle en el pasado, hasta bien entrado el siglo XIX, a pesar de que ya se habían establecido intensas relaciones comerciales con Ginebra y otras urbes, relaciones que pocas décadas después cobrarían importancia para Movado.