joler
De la casa
Sin verificar
NOTA: las fotos tardarán unos minutos en estar disponibles
No todos los días la entidad responsable de la gestión de los residuos radiactivos se persona en tu casa. Por eso, cuando los técnicos de ENRESA llamaron al timbre les abrí con una mezcla de expectación y nerviosismo.
Pero, creo que me estoy anticipando demasiado y seguramente la historia se entenderá mejor si la cuento desde el principio…
Todo empezó unas semanas antes cuando me hice con un pequeño adminículo cuyo inocente aspecto hacía imposible prever los hechos que se iban a suceder.
Aunque, realmente, para encontrar el origen de esta historia hay que remontarse un mes atrás cuando recibí un lote de relojes de Israel.
Los relojes que vinieron de Israel
Tal como tengo por costumbre, pujé por un lote de tres relojes para reparar y me hice con él por tan sólo 6 euros.
Cuando los recibí los inspeccioné minuciosamente y comprobé que los tres eran fácilmente recuperables.
En un principio había pensado revisar las máquinas y adecentarlos de la mejor forma antes de presentarlos en el subforo Vintage pero las fiestas navideñas y el hecho de estar en pleno proceso de deshabituación forera hicieron que lo fuera retrasando “sine die”.
Los relojes permanecieron varios días sobre la mesa de trabajo hasta que, de pronto y sin motivo aparente, el más descastado de los tres llamó mi atención.
Pequeño, sin marca en el dial, con la caja algo estropeada… uno más de los miles de relojes que circulan por la Red de no ser porque esa apariencia anodina escondía un secreto.
Estaba mirándolo fijamente cuando, de repente, se me reveló la verdad: ese pequeño bastardo tenía radio en las agujas.
Aunque no había indicio alguno para sostener esta afirmación, cuanto más lo pensaba más convencido estaba de que esas agujas negruzcas (y quién sabe si el dial) se habían pintado con radio.
L a primera consecuencia de tan grave descubrimiento fue que descarté abrir y manipular a “Pequeño Bastardo”.
La segunda consecuencia, es que me plateé si, en el pasado, no habría asumido riesgos innecesarios manipulando relojes tan sospechosos o más que este: viejos relojes de buceador, relojes militares, algún reloj de bolsillo…
Debo reconocer que me invadió una preocupación que era bastante irracional ya que se fundamentaba en meras suposiciones.
El único modo de conocer la verdad era mediante un contador geiger así que me puse manos a la obra.
El contador Geiger
Tras un barrido apresurado por la Red confirmé que la mayoría de los contadores geiger que se pueden conseguir por poco dinero son de origen ruso/soviético. Aunque la mayoría de los usuarios aseguran que son muy fiables lo cierto es que su antigüedad junto a la falta de revisiones periódicas me hacía dudar de su idoneidad.
Siguiendo con mis pesquisas encotré el Smart Geiger. Un pequeño complemento que se conecta al teléfono móvil y que, mediante una aplicación gratuita, permite medir la radiación.
Tras confirmar a través de medios tan fiables como Youtube que el aparato funcionaba, me pedí uno por algo más de 30 euros y unos días después ya tenía en casa el Smart Geiger (por la prisa se lo compré a un vendedor español aunque me costó algo más).
No veía el momento de empezar con las mediciones y seleccioné de “mi humilde colección” los que me parecieron más sospechosos para someterlos a la prueba definitiva.
Esta es una imagen de la aplicación en reposo midiendo la radiación ambiental.
De entrada me sorprendió que algunos de los relojes que yo consideraba altamente sospechosos no dieran lectura alguna lo que me hizo pensar que quizás el Smart Geiger no funcionaba.
Le tocó el turno a “Pequeño Bastardo” y…¡Eureka!
La pantalla empezó a parpadear y arrojó una lectura de 7,05 milisieverts por hora y 44,9 cuentas por minuto.
Por un segundo me alegré al ver que el Smart Geiger parecía funcionar confirmando mis sospechas iniciales (al menos no estoy paranoico, pensé) pero en breve la alegría se iba a transformar en preocupación.
Todas las piezas sospechosas fueron pasando por el detector hasta que le tocó el turno a un viejo reloj despertador.
La lectura llegó a los 11,23ms/hora y 71,5cpm. El dial pasó a color rojo al rebasar los 10ms lo que me dio a entender que quizás estaba entrando en terreno peligroso.
Por último le toco el turno a un viejo reloj de buceo marca Kromnex.
La lectura alcanzó la espeluznante cifra de 121,49ms/h y 774cpm pero es que además la pantalla parpadeaba a gran velocidad y, a diferencia de las mediciones anteriores, los números subían a un ritmo vertiginoso.
De todo ello deduje que esta era la pieza más peligrosa de las tres y recordé angustiado que no hacía mucho la había desmontado parcialmente para limpiar un poco el dial sin tomar precaución alguna y además lo había usado durante una semana.
“Acojone” es la expresión que mejor define como me sentí. De momento no sabía ni qué hacer con los relojes: tirarlos, venderlos, guardarlos en una caja emplomada y, en este caso, ¿ qué pasaría con el gas radón que desprenden?
Ya con más calma se me ocurrió que quizás el Smart Geiger era una patraña y tampoco era cuestión de tomar decisiones irreversibles de forma precipitada.
La solución sería acceder a un contador Geiger de verdad, de los buenos, cuya lectura fuera absolutamente fiable y eso sólo podía encontrarse en algún centro dedicado a la protección radiológica donde, felizmente, yo tenía un contacto.
Para salvar la situación no va a quedar más remedio que mover algunos hilos, me dije.
Ni corto ni perezoso me lancé a por la caja de la costura, siempre necesitada de orden, y esparcí su contenido en la mesa de la cocina.
Empecé a clasificar los hilos por colores y materiales con la idea de que entregarme a alguna tarea mecánica podría calmarme pero fue en vano.
Finalmente agarré el teléfono y concerté una visita para el día siguiente a las 8:30
La visita al Centro de Protección Radiológica
A la mañana siguiente surgió el primer problema cuando me enfrenté a la forma idónea para transportar el reloj que ahora manipulaba con una mezcla de miedo y asco que podríamos definir como “yuyu”.
Descartada de antemano la posibilidad de llevarlo puesto, se me ocurrió que podía llevarlo en el bolsillo superior del anorak. “-Eso, pegadito al corazón, para que vaya recibiendo una buena dosis de radiación-“.
Después contemplé la posibilidad de meterlo en la bandolera donde llevo la impedimenta habitual (cargador del móvil, botella de agua, barrita energética…) pero, ¿y si la radiación afecta a los alimentos?
También pensé en llevarlo en el bolsillo del pantalón pero la posibilidad de ciertos daños colaterales en zonas especialmente sensibles me hizo desistir. Esto último quizás se entienda mejor con una imagen.
Al final me lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón pensando que, en el peor de los casos, la zona afectada sería menos noble.
Durante el trayecto en tren me iba formulando algunas preguntas cuyas respuestas esperaba encontrar.
¿Habré puesto en riesgo mi vida manipulando los relojes sin tomar precauciones?
¿Hasta qué punto es necesario y conveniente tener un contador Geiger en casa?
¿Qué pensará mi mujer cuando descubra el contenido de la caja de costura esparcido en la mesa de la cocina?
Espoleado por la imagen de los huevos con chistorra llegue al CPR media hora antes de la cita por lo que tuve que esperar en un pasillo “la mar de acogedor”.
Algunas personas se interesaron por mi presencia allí especialmente sobre si venía a entregar o recoger un dosímetro. También me invitaron a sentarme pero el prominente bulto del bolsillo trasero me hizo declinar amablemente la invitación.
Finalmente apareció mi contacto y me llevo hasta una sala de unos 50 metros cuadrados rodeada de estanterías atestadas de aparatos electrónicos de donde escogió uno.
Me pareció bastante viejuno y cuando se lo comenté me respondió que sí pero que era muy fiable. Le acercó el reloj pero la aguja no se movió ni un ápice.
No pude tomar fotos pero la escena no fue muy distinta de esta.
-Si lo que tiene es radio no lo va a detectar- afirmó.
-¿Con qué lo has medido tú?- me preguntó.
Me dispuse a sacar el Smart Geiger, lo conecté al móvil y mientras le explicaba el funcionamiento no dejaba de repetirme mentalmente –madre mía, estará pensando que soy un friki-
Sin embargo el aparatejo pareció interesarle y me condujo a una sala contigua donde había cuatro personas (dos hombres y dos mujeres) reunidos en torno a una mesa bien provista de pastitas y cafeses.
Tras una breve exposición de “mi caso” se sucedieron algunos comentarios sobre lo mucho que había avanzado la electrónica mientras se pasaban de mano en mano tanto el reloj como el Smart Geiger. Me sorprendió que no tomaran precaución alguna y que siguieran desayunando tranquilamente después de tocar el reloj con las manos.
De pronto, el que parecía ser el mandamás ordenó algo así como –Pásale el detector de contaminación- a la vez que me apuntaba con el mentón. Por un momento pensé que tendría que desnudarme y que me someterían a toda clase de perversas pruebas y todo ello sin pasar por el agradable atontamiento provocado por la lectura de revistas atrasadas en la sala de espera…
Afortunadamente se refería al reloj.
Volvimos a la sala contigua y esta vez eligió un aparato más moderno, de color amarillo y con pantalla digital. Lo puso sobre el reloj y tras unos segundos anunció -750 cuentas por minuto- (la misma lectura que había dado el Smart Geiger)
Volvimos a la sala de reuniones/desayuno y, tras anunciar la lectura obtenida, la curiosidad por el reloj se incrementó por lo que fue necesaria otra ronda de manoseo a la que se sumó una batería de preguntas que me permitió confirmar que la ignorancia sobre relojes de los presentes era total.
Al final la visita sólo valió para confirmar que el reloj contenía radio y que la lectura del Smart Geiger era bastante fiable.
Ninguno de los presentes, habituados a tratar con materiales radiactivos más modernos y de uso fundamentalmente médico, me supo decir si el uso o la tenencia del reloj eran o no perjudiciales para la salud.
ENRESA llama a tu puerta
En los momentos de pánico posteriores a las primeras mediciones con el Smart Geiger me planteé seriamente deshacerme de los relojes por la vía rápida pero pensé que quizás existía algún protocolo especial para los residuos radiactivos.
No se me ocurría a quien preguntar así que decidí mandar un correo electrónico a ENRESA, la entidad que gestiona los residuos radiactivos.
En contra de lo que esperaba, me contactaron tanto vía correo electrónico como por teléfono y cuando les conté “mi caso” me propusieron desplazar un equipo de técnicos a mi domicilio para estudiar las piezas “in situ”.
Por fin llegó el día señalado y los técnicos de ENRESA llamaron a la puerta. Cuando les abrí me encontré con dos personas de mediana edad que podrían pasar por respetables funcionarios.
“-Menos mal que no han venido con los trajes NBQ porque en tal caso mi maltrecha reputación en el vecindario se habría visto seriamente afectada-“ pensé aliviado.
Nada más llegar me pidieron que les mostrara los relojes mientras sacaban varios aparatos de sus maletas de transporte.
Rápidamente les mostré a “Pequeño Bastardo” y compañía y les hice una breve demostración del funcionamiento del Smart Geiger con lo que creo que pudieron hacerse una idea bastante aproximada de que estaban ante un auténtico friki.
Tomaron fotos de los relojes y los sometieron a distintas comprobaciones en, al menos, tres aparatos distintos.
Aunque se trataba de radio 226, tal como puede verse en las anotaciones que tomaron, no utilizaron ninguna medida de protección a la hora de manipularlos porque no les pareció necesario dado que el nivel de radiación era bajo.
Su proceder me pareció muy metódico y profesional
A mis preguntas sobre el nivel de peligrosidad del reloj de buceo, que es el que dio la lectura más alta, me aseguraron que no veían riesgo alguno en tenerlo en casa en incluso en usarlo y que el único riesgo real era que el radio pasara al organismo mediante inhalación o ingestión involuntaria al manipularlo.
Y con este me despido
Esperando que haya gustado
Que el otro día en un pueblo
Hasta piedras me tiraron.
No todos los días la entidad responsable de la gestión de los residuos radiactivos se persona en tu casa. Por eso, cuando los técnicos de ENRESA llamaron al timbre les abrí con una mezcla de expectación y nerviosismo.
Pero, creo que me estoy anticipando demasiado y seguramente la historia se entenderá mejor si la cuento desde el principio…
Todo empezó unas semanas antes cuando me hice con un pequeño adminículo cuyo inocente aspecto hacía imposible prever los hechos que se iban a suceder.
Aunque, realmente, para encontrar el origen de esta historia hay que remontarse un mes atrás cuando recibí un lote de relojes de Israel.
Los relojes que vinieron de Israel
Tal como tengo por costumbre, pujé por un lote de tres relojes para reparar y me hice con él por tan sólo 6 euros.
Cuando los recibí los inspeccioné minuciosamente y comprobé que los tres eran fácilmente recuperables.
En un principio había pensado revisar las máquinas y adecentarlos de la mejor forma antes de presentarlos en el subforo Vintage pero las fiestas navideñas y el hecho de estar en pleno proceso de deshabituación forera hicieron que lo fuera retrasando “sine die”.
Los relojes permanecieron varios días sobre la mesa de trabajo hasta que, de pronto y sin motivo aparente, el más descastado de los tres llamó mi atención.
Pequeño, sin marca en el dial, con la caja algo estropeada… uno más de los miles de relojes que circulan por la Red de no ser porque esa apariencia anodina escondía un secreto.
Estaba mirándolo fijamente cuando, de repente, se me reveló la verdad: ese pequeño bastardo tenía radio en las agujas.
Aunque no había indicio alguno para sostener esta afirmación, cuanto más lo pensaba más convencido estaba de que esas agujas negruzcas (y quién sabe si el dial) se habían pintado con radio.
L a primera consecuencia de tan grave descubrimiento fue que descarté abrir y manipular a “Pequeño Bastardo”.
La segunda consecuencia, es que me plateé si, en el pasado, no habría asumido riesgos innecesarios manipulando relojes tan sospechosos o más que este: viejos relojes de buceador, relojes militares, algún reloj de bolsillo…
Debo reconocer que me invadió una preocupación que era bastante irracional ya que se fundamentaba en meras suposiciones.
El único modo de conocer la verdad era mediante un contador geiger así que me puse manos a la obra.
El contador Geiger
Tras un barrido apresurado por la Red confirmé que la mayoría de los contadores geiger que se pueden conseguir por poco dinero son de origen ruso/soviético. Aunque la mayoría de los usuarios aseguran que son muy fiables lo cierto es que su antigüedad junto a la falta de revisiones periódicas me hacía dudar de su idoneidad.
Siguiendo con mis pesquisas encotré el Smart Geiger. Un pequeño complemento que se conecta al teléfono móvil y que, mediante una aplicación gratuita, permite medir la radiación.
Tras confirmar a través de medios tan fiables como Youtube que el aparato funcionaba, me pedí uno por algo más de 30 euros y unos días después ya tenía en casa el Smart Geiger (por la prisa se lo compré a un vendedor español aunque me costó algo más).
No veía el momento de empezar con las mediciones y seleccioné de “mi humilde colección” los que me parecieron más sospechosos para someterlos a la prueba definitiva.
Esta es una imagen de la aplicación en reposo midiendo la radiación ambiental.
De entrada me sorprendió que algunos de los relojes que yo consideraba altamente sospechosos no dieran lectura alguna lo que me hizo pensar que quizás el Smart Geiger no funcionaba.
Le tocó el turno a “Pequeño Bastardo” y…¡Eureka!
La pantalla empezó a parpadear y arrojó una lectura de 7,05 milisieverts por hora y 44,9 cuentas por minuto.
Por un segundo me alegré al ver que el Smart Geiger parecía funcionar confirmando mis sospechas iniciales (al menos no estoy paranoico, pensé) pero en breve la alegría se iba a transformar en preocupación.
Todas las piezas sospechosas fueron pasando por el detector hasta que le tocó el turno a un viejo reloj despertador.
La lectura llegó a los 11,23ms/hora y 71,5cpm. El dial pasó a color rojo al rebasar los 10ms lo que me dio a entender que quizás estaba entrando en terreno peligroso.
Por último le toco el turno a un viejo reloj de buceo marca Kromnex.
La lectura alcanzó la espeluznante cifra de 121,49ms/h y 774cpm pero es que además la pantalla parpadeaba a gran velocidad y, a diferencia de las mediciones anteriores, los números subían a un ritmo vertiginoso.
De todo ello deduje que esta era la pieza más peligrosa de las tres y recordé angustiado que no hacía mucho la había desmontado parcialmente para limpiar un poco el dial sin tomar precaución alguna y además lo había usado durante una semana.
“Acojone” es la expresión que mejor define como me sentí. De momento no sabía ni qué hacer con los relojes: tirarlos, venderlos, guardarlos en una caja emplomada y, en este caso, ¿ qué pasaría con el gas radón que desprenden?
Ya con más calma se me ocurrió que quizás el Smart Geiger era una patraña y tampoco era cuestión de tomar decisiones irreversibles de forma precipitada.
La solución sería acceder a un contador Geiger de verdad, de los buenos, cuya lectura fuera absolutamente fiable y eso sólo podía encontrarse en algún centro dedicado a la protección radiológica donde, felizmente, yo tenía un contacto.
Para salvar la situación no va a quedar más remedio que mover algunos hilos, me dije.
Ni corto ni perezoso me lancé a por la caja de la costura, siempre necesitada de orden, y esparcí su contenido en la mesa de la cocina.
Empecé a clasificar los hilos por colores y materiales con la idea de que entregarme a alguna tarea mecánica podría calmarme pero fue en vano.
Finalmente agarré el teléfono y concerté una visita para el día siguiente a las 8:30
La visita al Centro de Protección Radiológica
A la mañana siguiente surgió el primer problema cuando me enfrenté a la forma idónea para transportar el reloj que ahora manipulaba con una mezcla de miedo y asco que podríamos definir como “yuyu”.
Descartada de antemano la posibilidad de llevarlo puesto, se me ocurrió que podía llevarlo en el bolsillo superior del anorak. “-Eso, pegadito al corazón, para que vaya recibiendo una buena dosis de radiación-“.
Después contemplé la posibilidad de meterlo en la bandolera donde llevo la impedimenta habitual (cargador del móvil, botella de agua, barrita energética…) pero, ¿y si la radiación afecta a los alimentos?
También pensé en llevarlo en el bolsillo del pantalón pero la posibilidad de ciertos daños colaterales en zonas especialmente sensibles me hizo desistir. Esto último quizás se entienda mejor con una imagen.
Al final me lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón pensando que, en el peor de los casos, la zona afectada sería menos noble.
Durante el trayecto en tren me iba formulando algunas preguntas cuyas respuestas esperaba encontrar.
¿Habré puesto en riesgo mi vida manipulando los relojes sin tomar precauciones?
¿Hasta qué punto es necesario y conveniente tener un contador Geiger en casa?
¿Qué pensará mi mujer cuando descubra el contenido de la caja de costura esparcido en la mesa de la cocina?
Espoleado por la imagen de los huevos con chistorra llegue al CPR media hora antes de la cita por lo que tuve que esperar en un pasillo “la mar de acogedor”.
Algunas personas se interesaron por mi presencia allí especialmente sobre si venía a entregar o recoger un dosímetro. También me invitaron a sentarme pero el prominente bulto del bolsillo trasero me hizo declinar amablemente la invitación.
Finalmente apareció mi contacto y me llevo hasta una sala de unos 50 metros cuadrados rodeada de estanterías atestadas de aparatos electrónicos de donde escogió uno.
Me pareció bastante viejuno y cuando se lo comenté me respondió que sí pero que era muy fiable. Le acercó el reloj pero la aguja no se movió ni un ápice.
No pude tomar fotos pero la escena no fue muy distinta de esta.
-Si lo que tiene es radio no lo va a detectar- afirmó.
-¿Con qué lo has medido tú?- me preguntó.
Me dispuse a sacar el Smart Geiger, lo conecté al móvil y mientras le explicaba el funcionamiento no dejaba de repetirme mentalmente –madre mía, estará pensando que soy un friki-
Sin embargo el aparatejo pareció interesarle y me condujo a una sala contigua donde había cuatro personas (dos hombres y dos mujeres) reunidos en torno a una mesa bien provista de pastitas y cafeses.
Tras una breve exposición de “mi caso” se sucedieron algunos comentarios sobre lo mucho que había avanzado la electrónica mientras se pasaban de mano en mano tanto el reloj como el Smart Geiger. Me sorprendió que no tomaran precaución alguna y que siguieran desayunando tranquilamente después de tocar el reloj con las manos.
De pronto, el que parecía ser el mandamás ordenó algo así como –Pásale el detector de contaminación- a la vez que me apuntaba con el mentón. Por un momento pensé que tendría que desnudarme y que me someterían a toda clase de perversas pruebas y todo ello sin pasar por el agradable atontamiento provocado por la lectura de revistas atrasadas en la sala de espera…
Afortunadamente se refería al reloj.
Volvimos a la sala contigua y esta vez eligió un aparato más moderno, de color amarillo y con pantalla digital. Lo puso sobre el reloj y tras unos segundos anunció -750 cuentas por minuto- (la misma lectura que había dado el Smart Geiger)
Volvimos a la sala de reuniones/desayuno y, tras anunciar la lectura obtenida, la curiosidad por el reloj se incrementó por lo que fue necesaria otra ronda de manoseo a la que se sumó una batería de preguntas que me permitió confirmar que la ignorancia sobre relojes de los presentes era total.
Al final la visita sólo valió para confirmar que el reloj contenía radio y que la lectura del Smart Geiger era bastante fiable.
Ninguno de los presentes, habituados a tratar con materiales radiactivos más modernos y de uso fundamentalmente médico, me supo decir si el uso o la tenencia del reloj eran o no perjudiciales para la salud.
ENRESA llama a tu puerta
En los momentos de pánico posteriores a las primeras mediciones con el Smart Geiger me planteé seriamente deshacerme de los relojes por la vía rápida pero pensé que quizás existía algún protocolo especial para los residuos radiactivos.
No se me ocurría a quien preguntar así que decidí mandar un correo electrónico a ENRESA, la entidad que gestiona los residuos radiactivos.
En contra de lo que esperaba, me contactaron tanto vía correo electrónico como por teléfono y cuando les conté “mi caso” me propusieron desplazar un equipo de técnicos a mi domicilio para estudiar las piezas “in situ”.
Por fin llegó el día señalado y los técnicos de ENRESA llamaron a la puerta. Cuando les abrí me encontré con dos personas de mediana edad que podrían pasar por respetables funcionarios.
“-Menos mal que no han venido con los trajes NBQ porque en tal caso mi maltrecha reputación en el vecindario se habría visto seriamente afectada-“ pensé aliviado.
Nada más llegar me pidieron que les mostrara los relojes mientras sacaban varios aparatos de sus maletas de transporte.
Rápidamente les mostré a “Pequeño Bastardo” y compañía y les hice una breve demostración del funcionamiento del Smart Geiger con lo que creo que pudieron hacerse una idea bastante aproximada de que estaban ante un auténtico friki.
Tomaron fotos de los relojes y los sometieron a distintas comprobaciones en, al menos, tres aparatos distintos.
Aunque se trataba de radio 226, tal como puede verse en las anotaciones que tomaron, no utilizaron ninguna medida de protección a la hora de manipularlos porque no les pareció necesario dado que el nivel de radiación era bajo.
Su proceder me pareció muy metódico y profesional
A mis preguntas sobre el nivel de peligrosidad del reloj de buceo, que es el que dio la lectura más alta, me aseguraron que no veían riesgo alguno en tenerlo en casa en incluso en usarlo y que el único riesgo real era que el radio pasara al organismo mediante inhalación o ingestión involuntaria al manipularlo.
Y con este me despido
Esperando que haya gustado
Que el otro día en un pueblo
Hasta piedras me tiraron.
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