Inteligencia emocional
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 				 								 				La 
inteligencia emocional es la capacidad para reconocer  sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos. El  término fue popularizado por 
Daniel Goleman, con su célebre libro: 
Emotional  Intelligence, publicado en 1995. Goleman estima que la inteligencia  emocional se puede organizar en cinco capacidades: conocer las emociones  y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia  motivación, y gestionar las relaciones.
  
  
 Con un 
beso,  manifestamos nuestros sentimientos y evocamos emociones.
 
 
     
Contenido
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     [editar] Orígenes del  concepto
 El uso más lejano de un concepto similar al de inteligencia emocional  se remonta a 
Charles Darwin, que indicó en sus trabajos la  importancia de la expresión emocional para la supervivencia y la  adaptación. Aunque las definiciones tradicionales de inteligencia hacen  hincapié en los aspectos cognitivos, tales como la memoria y la  capacidad de resolver problemas, varios influyentes investigadores en el  ámbito del estudio de la inteligencia comienzan a reconocer la  importancia de la ausencia de aspectos cognitivos. Thorndike, en 1920,  utilizó el término inteligencia social para describir la habilidad de  comprender y motivar a otras personas.
[1]  David Wechsler en 1940, describe la influencia de factores no  intelectivos sobre el comportamiento inteligente, y sostiene, además,  que nuestros modelos de inteligencia no serán completos hasta que no  puedan describir adecuadamente estos factores.
 En 1983, 
Howard Gardner, en su Teoría de las  inteligencias múltiples 
Frames of Mind: The Theory of Multiple  Intelligences[2]  introdujo la idea de incluir tanto la inteligencia interpersonal (la  capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de  otras personas) y la inteligencia intrapersonal (la capacidad para  comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y  motivaciones propios). Para Gardner, los indicadores de inteligencia,  como el 
CI, no  explican plenamente la capacidad cognitiva.
[3]  Por lo tanto, aunque los nombres dados al concepto han variado, existe  una creencia común de que las definiciones tradicionales de inteligencia  no dan una explicación exhaustiva de sus características.
 El primer uso del término inteligencia emocional generalmente es  atribuido a Wayne Payne, citado en su tesis doctoral: Un estudio de las  emociones: El desarrollo de la inteligencia emocional, de 1985.
[4]  Sin embargo, el término "inteligencia emocional" había aparecido antes  en textos de Leuner (1966). Greenspan también presentó en 1989 un modelo  de IE, seguido por Salovey y Mayer (1990) y Goleman (1995).
 y relevancia de las emociones en los resultados del trabajo, la  investigación sobre el tema siguió ganando impulso, pero no fue hasta la  publicación del célebre libro de Daniel Goleman: Inteligencia  Emocional: ¿Por qué puede importar más que el concepto de 
cociente intelectual?, que se  convirtió en muy popular.
[5]  Un relevante artículo de Nancy Gibbs en la revista 
Time, en  1995, del libro de Goleman fue el primer medio de comunicación  interesado en la IE. Posteriormente, los artículos de la IE comenzaron a  aparecer cada vez con mayor frecuencia a través de una amplia gama de  entidades académicas y puntos de venta populares.
 En 2010 Alejandro Vega un joven malagueño, lleva el mundo de las  emociones hasta las más altas cotas de la sociedad, mostrándolas de una  forma nunca vista hasta entonces. En su libro "DICEDIR SABER VIVIR"  expone todos estos contenidos de forma vivencial, nos habla desde el  cerebro hasta sus manifestaciones en diferentes culturas y religiones.
 
 
  
  
 Imagen esquemática del cerebro.
 
 
 Para comprender el gran poder de las emociones sobre la mente  pensante —y la causa del frecuente conflicto existente entre los  sentimientos y la razón— debemos considerar la forma en que ha  evolucionado el 
cerebro.
[6]
 La región más primitiva del cerebro es el 
tronco encefálico, que regula las  funciones vitales básicas, como la respiración o el 
metabolismo,  y lo compartimos con todas aquellas especies que disponen de 
sistema nervioso, aunque sea muy rudimentario. De este  cerebro primitivo emergieron los centros emocionales que, millones de  años más tarde, dieron lugar al cerebro pensante: el 
neocórtex.  El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional y que  éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas  relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento.
[7]
 El neocórtex permite un aumento de la sutileza y la complejidad de la  vida emocional, aunque no gobierna la totalidad de la vida emocional  porque, en estos asuntos, delega su cometido en el 
sistema límbico. Esto es lo que confiere a los centros de  la emoción un poder extraordinario para influir en el funcionamiento  global del cerebro, incluyendo a los centros del pensamiento.
[8]
 La sede de las pasiones  
  
 Imagen anatómica del cerebro.
 
 
 La 
amígdala cerebral y el 
hipocampo fueron dos piezas clave del  primitivo «cerebro olfativo» que, a lo largo del proceso evolutivo,  terminó dando origen al 
córtex y posteriormente al neocórtex. La  amígdala está especializada en las cuestiones emocionales y se la  considera una estructura limbica muy ligada a los procesos del  aprendizaje y la memoria.
[9]  Constituye una especie de depósito de la memoria emocional.
[10]  Es la encargada de activar la secreción de dosis masivas de 
noradrenalina,  que estimula los sentidos y pone al 
cerebro  en estado de alerta.
[11]
 LeDoux descubrió que la primera zona cerebral por la que pasan las  señales sensoriales procedentes de los ojos o de los oídos es el 
tálamo  y, a partir de ahí y a través de una sola 
sinapsis,  la amígdala. Otra vía procedente del tálamo lleva la señal hasta el  neocórtex —el cerebro pensante—, permitiendo que la amígdala comience a  responder antes de que el neocórtex haya ponderado la información.
[12]  Según LeDoux: «anatómicamente hablando, el sistema emocional puede  actuar independientemente del neocórtex. Existen ciertas reacciones y  recuerdos emocionales que tienen lugar sin la menor participación  cognitiva consciente».
[13]
 La memoria emocional Las opiniones inconscientes son recuerdos emocionales que se  almacenan en la amígdala. El hipocampo registra los hechos puros, y la  amígdala es la encargada de registrar el «clima emocional» que acompaña a  estos hechos.
[14]  Para LeDoux: «el hipocampo es una estructura fundamental para reconocer  un rostro como el de su prima, pero es la amígdala la que le agrega el  clima emocional de que no parece tenerla en mucha estima». Esto  significa que el cerebro dispone de dos sistemas de registro, uno para  los hechos ordinarios y otro para los recuerdos con una intensa carga  emocional.
[15]
 Un sistema de alarma anticuado En el cambiante mundo social, uno de los inconvenientes de este  sistema de alarma neuronal es que, con más frecuencia de la deseable, el  mensaje de urgencia mandado por la amígdala suele ser obsoleto. La  amígdala examina la experiencia presente y la compara con lo que sucedió  en el pasado, utilizando un método asociativo, equiparando situaciones  por el mero hecho de compartir unos pocos rasgos característicos  similares, haciendo reaccionar con respuestas que fueron grabadas mucho  tiempo atrás, a veces obsoletas.
[16]
 En opinión de LeDoux, la interacción entre el niño y sus cuidadores  durante los primeros años de vida constituye un auténtico aprendizaje  emocional, y es tan poderoso y resulta tan difícil de comprender para el  adulto porque está grabado en la amígdala con la tosca impronta no  verbal propia de la vida emocional. Lo que explica el desconcierto ante  nuestros propios estallidos emocionales es que suelen datar de un  período tan temprano que las cosas nos desconcertaban y ni siquiera  disponíamos de palabras para comprender lo que sucedía.
[17]
 Cuando las emociones son rápidas y toscas La importancia evolutiva de ofrecer una respuesta rápida que  permitiera ganar unos milisegundos críticos ante las situaciones  peligrosas, es muy probable que salvaran la vida de muchos de nuestros  antepasados, porque esa configuración ha quedado impresa en el cerebro  de todo protomamifero, incluyendo los humanos. Para LeDoux: «El  rudimentario cerebro menor de los mamíferos es el principal cerebro de  los no mamíferos, un cerebro que permite una respuesta emocional muy  veloz. Pero, aunque veloz, se trata también, al mismo tiempo, de una  respuesta muy tosca, porque las células implicadas sólo permiten un  procesamiento rápido, pero también impreciso», y estas rudimentarias  confusiones emocionales —basadas en sentir antes que en pensar— son las  «emociones precognitivas».
[18]
 El gestor de las emociones La amígdala prepara una reacción emocional ansiosa e impulsiva, pero  otra parte del cerebro se encarga de elaborar una respuesta más  adecuada. El regulador cerebral que desconecta los impulsos de la  amígdala parece encontrarse en el extremo de una vía nerviosa que va al  neocórtex, en el lóbulo prefrontal. El área prefrontal constituye una  especie de modulador de las respuestas proporcionadas por la amígdala y  otras regiones del sistema límbico, permitiendo la emisión de una  respuesta más analítica y proporcionada. El lóbulo prefrontal izquierdo  parece formar parte de un circuito que se encarga de desconectar —o  atenuar parcialmente— los impulsos emocionales más perturbadores.
[19]
  
  
 Vandalismos en forma de pintadas. El 
		
		
	
	
 es otro ejemplo de  actuación con perturbación emocional.
 
 
 Armonizando emoción y pensamiento Las conexiones existentes entre la amígdala (y las estructuras  límbicas) y el neocórtex constituyen el centro de gestión entre los  pensamientos y los sentimientos. Esta vía nerviosa explicaría el motivo  por el cual la emoción es fundamental para pensar eficazmente, tomar  decisiones inteligentes y permitimos pensar con claridad. La corteza  prefrontal es la región cerebral que se encarga de la «memoria de  trabajo».
[20]
 Cuando estamos emocionalmente perturbados, solemos decir que «no  podemos pensar bien» y permite explicar por qué la tensión emocional  prolongada puede obstaculizar las facultades intelectuales del niño y  dificultar así su capacidad de aprendizaje. Los niños impulsivos y  ansiosos, a menudo desorganizados y problemáticos, parecen tener un  escaso control prefrontal sobre sus impulsos límbicos. Este tipo de  niños presenta un elevado riesgo de problemas de fracaso escolar,  alcoholismo y delincuencia, pero no tanto porque su potencial  intelectual sea bajo sino porque su control sobre su vida emocional se  halla severamente restringido.
[21]
 Las emociones son importantes para el ejercicio de la razón. Entre el  sentir y el pensar, la emoción guía nuestras decisiones, trabajando con  la mente racional y capacitando —o incapacitando— al pensamiento mismo.  Del mismo modo, el cerebro pensante desempeña un papel fundamental en  nuestras emociones, exceptuando aquellos momentos en los que las  emociones se desbordan y el cerebro emocional asume por completo el  control de la situación. En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos  clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la  inteligencia emocional y nuestro funcionamiento vital está determinado  por ambos.
[22]
 Daniel Goleman, psicólogo norteamericano, bajo el término de  "Inteligencia Emocional" recoge el pensamiento de numerosos científicos  del comportamiento humano que cuestionan el valor de la inteligencia  racional como predictor de éxito en las tareas concretas de la vida, en  los diversos ámbitos de la familia, los negocios, la toma de decisiones,  el desempeño profesional, etc. Citando numerosos estudios Goleman  concluye que el Coeficiente Intelectual no es un buen predictor del  desempeño exitoso. La inteligencia pura no garantiza un buen manejo de  las vicisitudes que se presentan y que es necesario enfrentar para tener  éxito en la vida.
 La Inteligencia Académica tiene poco que ver con la vida emocional,  las personas más inteligentes pueden hundirse en los peligros de  pasiones desenfrenadas o impulsos incontrolables. Existen otros factores  como la capacidad de motivarse y persistir frente a decepciones,  controlar el impulso, regular el humor, evitar que los trastornos  disminuyan la capacidad de pensar, mostrar empatía, etc., que  constituyen un tipo de Inteligencia distinta a la Racional y que  influyen más significativamente en el desempeño en la vida.
 El concepto de "Inteligencia Emocional" enfatiza el papel  preponderante que ejercen las emociones dentro del funcionamiento  psicológico de una persona cuando ésta se ve enfrentada a momentos  difíciles y tareas importantes: los peligros, las pérdidas dolorosas, la  persistencia hacia una meta a pesar de los fracasos, el enfrentar  riesgos, los conflictos con un compañero en el trabajo. En todas estas  situaciones hay una involucración emocional que puede resultar en una  acción que culmine de modo exitoso o bien interferir negativamente en el  desempeño final. Cada emoción ofrece una disposición definida a la  acción, de manera que el repertorio emocional de la persona y su forma  de operar influirá decisivamente en el éxito o fracaso que obtenga en  las tareas que emprenda.
 Este conjunto de habilidades de carácter socio-emocional es lo que  Goleman definió como Inteligencia Emocional. Esta puede dividirse en dos  áreas:
 Inteligencia Intra-personal: Capacidad de formar un modelo realista y  preciso de uno mismo, teniendo acceso a los propios sentimientos, y  usarlos como guías en la conducta.
 Inteligencia Inter-personal: Capacidad de comprender a los demás; qué  los motiva, cómo operan, cómo relacionarse adecuadamente. Capacidad de  reconocer y reaccionar ante el humor, el temperamento y las emociones de  los otros.
 
[editar]  La naturaleza de la  inteligencia emocional
 Las características de la llamada inteligencia emocional son: la  capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a  pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de  diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de  ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades  racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás.
[23]
 Medición de la inteligencia emocional y el CI No existe un test capaz de determinar el «grado de inteligencia  emocional», a diferencia de lo que ocurre con los test que miden el 
cociente intelectual (CI). Jack  Block, psicólogo de la universidad de Berkeley, ha utilizado una medida  similar a la inteligencia emocional que él denomina «capacidad  adaptativa del ego», estableciendo dos tipos teóricamente puros, aunque  los rasgos más sobresalientes difieren ligeramente entre mujeres y  hombres:
[24]
 «Los hombres que poseen una elevada inteligencia emocional suelen  ser socialmente equilibrados, extrovertidos, alegres, poco predispuestos  a la timidez y a rumiar sus preocupaciones. Demuestran estar dotados de  una notable capacidad para comprometerse con las causas y las personas,  suelen adoptar responsabilidades, mantienen una visión ética de la vida  y son afables y cariñosos en sus relaciones. Su vida emocional es rica y  apropiada; se sienten, en suma, a gusto consigo mismos, con sus  semejantes y con el universo social en el que viven». «Las mujeres emocionalmente inteligentes tienden a ser enérgicas y a  expresar sus sentimientos sin ambages, tienen una visión positiva de sí  mismas y para ellas la vida siempre tiene un sentido. Al igual que  ocurre con los hombres, suelen ser abiertas y sociables, expresan sus  sentimientos adecuadamente (en lugar de entregarse a arranques  emocionales de los que posteriormente tengan que lamentarse) y soportan  bien la tensión. Su equilibrio social les permite hacer rápidamente  nuevas amistades; se sienten lo bastante a gusto consigo mismas como  para mostrarse alegres, espontáneas y abiertas a las experiencias  sensuales. Y, a diferencia de lo que ocurre con el tipo puro de mujer  con un elevado CI, raramente se sienten ansiosas, culpables o se ahogan  en sus preocupaciones». «Los hombres con un elevado CI se caracterizan por una amplia gama  de intereses y habilidades intelectuales y suelen ser ambiciosos,  productivos, predecibles, tenaces y poco dados a reparar en sus propias  necesidades. Tienden a ser críticos, condescendientes, aprensivos,  inhibidos, a sentirse incómodos con la sexualidad y las experiencias  sensoriales en general y son poco expresivos, distantes y emocionalmente  fríos y tranquilos». «La mujer con un elevado CI manifiesta una previsible confianza  intelectual, es capaz de expresar claramente sus pensamientos, valora  las cuestiones teóricas y presenta un amplio abanico de intereses  estéticos e intelectuales. También tiende a ser introspectiva,  predispuesta a la ansiedad, a la preocupación y la culpabilidad, y se  muestra poco dispuesta a expresar públicamente su enfado (aunque pueda  expresarlo de un modo indirecto)». Estos retratos, obviamente, resultan caricaturescos pues toda persona  es el resultado de la combinación entre el CI y la inteligencia  emocional, en distintas proporciones, pero ofrecen una visión muy  instructiva del tipo de aptitudes específicas que ambas dimensiones  pueden aportar al conjunto de cualidades que constituye una persona. 
[25]