Mickelson
Forer@ Senior
Sin verificar
"El tiempo del reloj de cuerda" (Josep Mª Espinàs en "El Periódico" de hoy)
Hola buenos días,
El veterano escritor Josep Mª Espinàs, en su artículo diario para "El Periódico de Catalunya", escribe hoy sobre los relojes. Me ha parecido interesante porque son las palabras de un hombre profano en el mundo de los relojes, pero cuya reflexión seguramente compartimos muchos de los aficionados.
Un saludo,
-----
En casa hay algunos relojes
de pulsera que nunca
me he puesto. La mayoría
son relojes promocionales.
Si no me los pongo, no
es por la publicidad, que a veces es
muy discreta, sino porque desde hace
muchos años me he acostumbrado
a llevar el mismo. Solo en alguna
rara ocasión me lo cambio. Mi reloj,
pues, no tiene ninguna de esas prestaciones
–como les llaman– que caracterizan
la modernidad. Es un reloj
de cuerda, de buena marca, que
había usado mi padre.
Durante un tiempo usé un reloj
de los llamados automáticos, los que
funcionan gracias a los movimientos
de la mano. Una buena idea, sin
duda. También hay un modelo muy
extendido: el reloj que lleva una pila.
La pila se gasta, claro está. «Es lo
de menos, la cambias», me dicen. De
acuerdo.
Pero a mí me gusta dar cuerda al
reloj. He pasado muchos años haciendo
cada mañana este pequeño
movimiento con los dedos, y salvo
que una artrosis me lo dificulte continuaré
dando cuerda hasta que llegue
el momento en que sea yo quien
me pare. Y eso no lo arreglará ninguna
pila.
La duración de una pila –de una
vida, si se prefiere– es un misterio.
«Tenía que hacer una visita a las
ocho y llegué tarde, porque mi reloj
se había parado a las siete», suelen
explicar algunos tardones. No sé si
ya han inventado pilas que emitan
un silbido cuando están en las últimas
para avisar de que la hora que
marca el reloj está a punto de no ser
fiable. Los previsores deberían llevar
siempre una pila encima.
A mí me gusta dar cuerda al reloj.
La cuerda es un modesto y utilísimo
invento de la física y de la mecánica.
Dar cuerda al reloj está al alcance de
todo el mundo. Yo no soy muy hábil,
pero siempre lo he logrado. Y este
movimiento de los dedos para hacer
rodar el pivote del reloj de pulsera es
una pequeña acción matinal cargada
de simbolismo.
Como si fuera yo mismo quien pone
en marcha el nuevo día. El tiempo
pasa con una precisión implacable,
como nos han hecho saber los
instrumentos electrónicos. Ya sabemos
que el tiempo avanza sin ninguna
necesidad de nosotros. El cuarzo
es el último refinamiento de precisión
aplicado a los relojes. Todo está
muy bien, y su funcionamiento se
ha hecho cada vez más preciso.
Pero a mí me costaría renunciar
a la ilusión de imaginar que puedo
intervenir en la marcha del tiempo.
Cada mañana doy cuerda al reloj
con los dedos, un pequeño empujón.
Y cada mañana pienso: ya tengo
cuerda para un día.
(Josep Mª Espinàs - "El Periódico de Catalunya" - 23/02/10)
Hola buenos días,
El veterano escritor Josep Mª Espinàs, en su artículo diario para "El Periódico de Catalunya", escribe hoy sobre los relojes. Me ha parecido interesante porque son las palabras de un hombre profano en el mundo de los relojes, pero cuya reflexión seguramente compartimos muchos de los aficionados.
Un saludo,
-----
En casa hay algunos relojes
de pulsera que nunca
me he puesto. La mayoría
son relojes promocionales.
Si no me los pongo, no
es por la publicidad, que a veces es
muy discreta, sino porque desde hace
muchos años me he acostumbrado
a llevar el mismo. Solo en alguna
rara ocasión me lo cambio. Mi reloj,
pues, no tiene ninguna de esas prestaciones
–como les llaman– que caracterizan
la modernidad. Es un reloj
de cuerda, de buena marca, que
había usado mi padre.
Durante un tiempo usé un reloj
de los llamados automáticos, los que
funcionan gracias a los movimientos
de la mano. Una buena idea, sin
duda. También hay un modelo muy
extendido: el reloj que lleva una pila.
La pila se gasta, claro está. «Es lo
de menos, la cambias», me dicen. De
acuerdo.
Pero a mí me gusta dar cuerda al
reloj. He pasado muchos años haciendo
cada mañana este pequeño
movimiento con los dedos, y salvo
que una artrosis me lo dificulte continuaré
dando cuerda hasta que llegue
el momento en que sea yo quien
me pare. Y eso no lo arreglará ninguna
pila.
La duración de una pila –de una
vida, si se prefiere– es un misterio.
«Tenía que hacer una visita a las
ocho y llegué tarde, porque mi reloj
se había parado a las siete», suelen
explicar algunos tardones. No sé si
ya han inventado pilas que emitan
un silbido cuando están en las últimas
para avisar de que la hora que
marca el reloj está a punto de no ser
fiable. Los previsores deberían llevar
siempre una pila encima.
A mí me gusta dar cuerda al reloj.
La cuerda es un modesto y utilísimo
invento de la física y de la mecánica.
Dar cuerda al reloj está al alcance de
todo el mundo. Yo no soy muy hábil,
pero siempre lo he logrado. Y este
movimiento de los dedos para hacer
rodar el pivote del reloj de pulsera es
una pequeña acción matinal cargada
de simbolismo.
Como si fuera yo mismo quien pone
en marcha el nuevo día. El tiempo
pasa con una precisión implacable,
como nos han hecho saber los
instrumentos electrónicos. Ya sabemos
que el tiempo avanza sin ninguna
necesidad de nosotros. El cuarzo
es el último refinamiento de precisión
aplicado a los relojes. Todo está
muy bien, y su funcionamiento se
ha hecho cada vez más preciso.
Pero a mí me costaría renunciar
a la ilusión de imaginar que puedo
intervenir en la marcha del tiempo.
Cada mañana doy cuerda al reloj
con los dedos, un pequeño empujón.
Y cada mañana pienso: ya tengo
cuerda para un día.
(Josep Mª Espinàs - "El Periódico de Catalunya" - 23/02/10)