
NATZA
Habitual
Sin verificar
En el vasto mundo de la relojería, donde conviven piezas de alta precisión con diseños que rozan lo escultórico, hay un elemento que sigue presente en miles de modelos, desde los más accesibles hasta los más lujosos: el cronómetro o cronógrafo. Pero la pregunta incómoda es inevitable… ¿realmente lo necesitamos hoy? ¿O simplemente lo llevamos en la muñeca como quien lleva un adorno cuya función hemos olvidado?
Cronómetro: una función del pasado
El cronógrafo nació con un propósito claro: medir tiempos con precisión. Fue una herramienta esencial para pilotos, buzos, ingenieros, médicos, deportistas… en resumen, para profesionales que dependían del tiempo medido al segundo. En aquellos contextos, el cronómetro era una extensión de su trabajo.
Pero en pleno 2025, con relojes inteligentes, smartphones y aplicaciones que cronometran desde el horno hasta la meditación, ¿Cuántos de nosotros realmente pulsamos los pulsadores del cronógrafo de nuestra muñeca para algo más que probar si aún funcionan?
¿Moda o memoria?
Pocos lo usan, muchos lo lucen. Los cronógrafos se han convertido en un símbolo estético, un lenguaje visual que nos remite a lo técnico, lo preciso, lo sofisticado. Los subdiales, las agujas adicionales y los pulsadores laterales transmiten complejidad. Hay algo seductor en esa maquinaria aparente, aunque no se use.
Lo curioso es que incluso muchos de los amantes de los relojes —y no digamos ya el público general— desconocen cómo utilizar un cronógrafo correctamente, o para qué sirven realmente esas subesferas. No es raro ver un cronógrafo automático con las agujas del crono detenidas en cualquier posición, incluso meses después de la compra.
¿Y si no estuviera?
Imaginemos por un momento que las grandes marcas decidieran dejar de incluir el cronógrafo como función habitual en sus modelos. ¿Notaríamos su ausencia? Probablemente solo algunos nostálgicos. ¿Se venderían menos relojes? Difícilmente. Lo que sí cambiaría sería el diseño: las esferas ganarían en limpieza, en simetría, en minimalismo.
El problema es que, paradójicamente, lo que ya no usamos se ha convertido en parte de lo que nos gusta ver. Como los escapes a la vista en coches eléctricos, o los botones falsos en las chaquetas: detalles que evocan funcionalidad aunque ya no la necesiten.
¿Entonces, cronómetro sí o no?
La respuesta no es universal. Para quienes aman el simbolismo técnico, el cronógrafo seguirá siendo una pieza clave. Para quienes buscan utilidad real, cada vez tiene menos sentido. En un mundo donde medimos nuestras carreras con apps y los hornos con comandos de voz, el cronómetro ha pasado a ser un homenaje a otra época.
Quizás el verdadero valor del cronómetro no está en su función práctica, sino en lo que representa: una forma de recordar que, alguna vez, medir el tiempo fue un arte reservado a los que sabían leerlo con precisión. Y ahora, en una sociedad saturada de datos y pantallas, tal vez siga siendo bello llevar ese arte… aunque ya no lo practiquemos.
¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que usaste tu cronógrafo para algo real?