Un poco de historia
Antes de 1884 no había Horas Mundiales, sino al contrario, las horas locales se contaban por cientos. Porque cada país, pero también cada ciudad, tenía su propia hora local, definida por los observatorios astronómicos. El observatorio más antiguo es el de Leiden (Países Bajos) en 1633, seguido por el de París en 1667 y el de Greenwich (Londres) en 1675. El acuerdo que establece el famoso meridiano de referencia cero GMT (hora del meridiano de de Greenwich) se tomó en la Conferencia de Washington celebrada en 1884 y que reunió a representantes de unos 25 países. Para contentar a los franceses, que se sentían con prioridad por aquello de que su observatorio era más antiguo, los británicos prometieron a cambio adoptar el sistema métrico decimal, hijo de la Revolución Francesa… Seguramente fue por eso que Francia no lo aceptó hasta 1911.
La necesidad de establecer semejante norma común venía dada principalmente por el desarrollo de los medios de transporte, pero sobre todo de su velocidad de desplazamiento. El primero de ellos, el ferrocarril. Para hacernos una idea del caos reinante podemos leer la cabecera de la tabla de horarios comparativos que utilizaban las compañías ferroviarias del norte de América (EEUU y Canadá): No hay un horario ferroviario estandarizado en los Estados Unidos o Canadá, sino que cada compañía ferroviaria adopta el horario de su propia localidad o la de donde tenga sus oficinas centrales»… y explica que esta tabla intenta ayudar refiriendo esas horas al mediodía de Washington DC. Lo que no dice -aunque lo sugiere- es que se producían auténticas catástrofes ferroviarias por culpa de ese caos horario. No es que hubiera un gran problema en distancias locales (cortas), pero los desfases y por tanto los problemas aumentaban proporcionalmente a la distancia.
Los primeros pasos
Charles F. Dowd, un director de escuela de Nueva York, fue el primero en proponer (1870) a los superintendentes de los ferrocarriles de su ciudad dividir el país en cuatro zonas horarias de 15º cada una y marcadas por meridianos, que tendrían una hora de diferencia entre ellas. La referencia sería, cómo no, Washington. La idea no prosperó, pero fue la base de partida para que Sandford Fleming, un ingeniero escocés expatriado a Canadá para desarrollar su red ferroviaria, propusiera en 1879 dividir el globo terráqueo en 24 husos horarios (de 15 grados cada uno) y establecer una hora universal. Una anécdota un tanto macabra: Dowd falleció en 1904… atropellado or un tren.
La conferencia de Washington de 1884 era la ¡séptima! que se celebraba desde 1871 con el mismo objeto, y aun así se tardaron siete años desde la propuesta de Fleming. Por añadir una vuelta de tuerca extra: la idea original de dividir el mundo en 24 husos horarios no fue ni de Dowd ni por supuesto de Fleming: el matemático italiano Quirico Filopanti (1812-1894) ya había expuesto esta posibilidad en su libro «Miranda!, un libro en tres partes» de 1858. Nombres injustamente olvidados a los que debemos partes esenciales de nuestra forma de vivir actual.
Louis Cottier, un genio de la relojería
Como -casi- olvidado ha quedado el nombre de un genio, Louis Cottier, relojero-inventor, que en 1931 creó un mecanismo inédito, capaz de indicar simultáneamente las horas de esos 24 husos horarios en que se había dividido el mundo. Consistía básicamente en un anillo que giraba sobre un disco donde estaban inscritos los nombres de las principales ciudades ubicadas en los diferentes husos. Habían pasado casi 50 años desde el acuerdo de Washington, y en realidad bastantes menos desde que finalmente todos los países aplicaron ese acuerdo. Propuso su invento -instalado en un reloj de bolsillo- al por entonces muy conocido joyero Baszanger, pero las grandes maisons no tardaron en interesarse por él.
Vacheron Constantin (para quien ya había trabajado el padre de Louis), Agassiz, Rolex (Cottier fue más tarde contratado para cuidar la colección de relojes del mismísimo Hans Wilsdorf) y Patek Philippe ya percibían la utilidad práctica de la complicación desarrollada por Cottier. Y fue precisamente Patek quien tuvo una relación más intensa y longeva con el relojero: desde 1937 se han sucedido innumerables (es una forma de hablar) referencias de hora mundial. Cabe decir, no obstante, que después del de Baszanger el primer reloj con el mecanismo de Cottier fue hecho para Vacheron Constantin en 1932. Y que Rolex encargó únicamente doce relojes: seis en 1943 y seis más en 1947.
En los años posteriores a este primer reloj, Louis Cottier produjo todo tipo de variaciones sobre el tema del tiempo mundial, creando un movimiento rectangular (1937), luego un pequeño reloj femenino (1938), al que agregó un cronógrafo (1940) y un segundo corona, y además simplificó su uso (1950). Como buen inventor, imaginaba nuevas soluciones. Como un reloj con un solo movimiento que controlara dos esferas, o un reloj que mostraba el tiempo de una segunda zona horaria con la ayuda de una tercera aguja… (que Patek utilizó en su Calatrava Travel Time). Cuando murió en Carouge, un pequeño pueblo casi colindante con Ginebra, en 1966, Louis Cottier había diseñado y construido nada menos que 455 movimientos diferentes. Y le había dejado a Patek el desarrollo técnico del mítico Cobra, un reloj que nunca llegó a fabricarse de forma comercial pero que cuarenta años después inspiró al innovador equipo de Urwerk.
Cómo funciona un Horas Mundiales
El principio básico de Cottier es ingenioso. Alrededor de la esfera central con las manecillas de hora y minutos que indican la hora local elegida, gira automáticamente un disco de 24 horas, un salto cada hora en sentido antihorario. En la periferia de este último hay otro disco (ests fijo) que muestra las ciudades de referencia. Un ejemplo práctico: Son las 10:10, estás en Ginebra, cuyo nombre se encuentra junto al número 10 del anillo de 24 horas. Londres está al lado, frente a las 9 de la mañana. Una hora después, las manecillas indican las 11 de la mañana, el anillo dio un giro y anuncia que son las 10 en Londres, las 7 en Río, las 20 en Sydney… y se tienen las 24 horas del día a la vista. Más adelante el propio Cottier mejoraría su propio invento haciendo móvil también el disco externo a través de una segunda corona. Por cierto, los discos de los Horas Mundiales dicen mucho sobre la época, el contexto geopolítico o la importancia fluctuante de los lugares mencionados, porque las ciudades de referencia han ido cambiando con los años: hubo un tiempo en que aparecía Caracas…
Finalmente, y por si no había quedado claro…
Sencilla, tal vez. Pero codiciada
Las horas mundiales son una complicación modesta en el sentido estricto de la palabra si se quiere, pero no ha impedido que uno de estos relojes esté desde 2002 en el olimpo de los récords en subastas: Un Patek Philippe 1415 de platino producido en 1939 alcanzó los 6,6 millones de francos suizos en una subasta. Hace de esto diecisiete años.
Exposición Patek Philippe: «Le Voyage»
Esta larguísima introducción me sirve para evocar la exposición que Patek Philippe organizó recientemente con motivo precisamente de los «relojes de viaje» y las Horas Mundiales. «Le Voyage» es una exultante exhibición de técnica y buen gusto matizados, como siempre, por la elegante discreción que caracteriza a la manufactura ginebrina.
Y el esfuerzo desplegado no era poca cosa, porque además de displays explicando la historia habían traído algunas piezas directamente desde el Patek Museum (una visita, por cierto, que recomiendo fervientemente).
Pero las explicaciones no eran sólo estáticas: los relojeros «en jefe» de Patek estaban también ahí para desvelar en «vivo y en directo» los misterios del tiempo dual y las horas mundiales.
La colección actual de Patek Philippe consta de más de 160 modelos (sin contar las distintas referencias por modelo) agrupados en ocho familias. Dos de ellas están dedicadas al viajero: la de Horas del Mundo y la Travel Time. En la primera se engloban los relojes que dan origen a este artículo, con el ingenioso invento de Louis Cottier como alma mater, mientras que Travel Time aloja miembros de distintas familias, tales como Calatrava, Nautilus o Aquanaut.
Más información en patek.com