Complicaciones relojeras: la alarma o despertador

De entre las complicaciones relojeras que han contribuido a ennoblecer el Arte de la Alta Relojería, la de alarma o despertador es de las más antiguas, como sucede en general con todas las relativas a la sonería. Es como si el ser humano no sólo se conformara con medir con exactitud el tiempo, sino que quisiera adornarlo con música y sonidos que alivien o remarquen su paso inexorable.

Hoy nos detendremos en la sonería simple, de alarma o despertador, y haremos un pequeño recorrido histórico, reflexionando al final sobre su vigencia en estos tiempos de la era digital.

Su utilidad en la antigüedad era innegable: sacaba del sueño a la hora conveniente o servía de recordatorio, ya sea a una persona determinada o a una colectividad, sin necesidad de que alguien en persona tuviera que encargarse de ello. Esos primeros mecanismos de aviso tuvieron su expresión más evidente en los relojes de torre del siglo XIV, que anunciaban las horas con el tañido de campanas, aunque se sospecha que ya en el siglo XII los monjes de los monasterios eran llamados a sus servicios y obligaciones por medio de sonidos de reloj.

En el Renacimiento, los relojes con alarma extendieron poco a poco su influencia desde el espacio común al privado, con la aparición de los primeros relojes de mesa e incluso los primeros de bolsillo con esa complicación relojera que suponía todo un reto mecánico y de precisión. A finales del siglo XVI y principios del XVII, por ejemplo, su dominio en la ejecución era una exigencia para pertenecer a la Corporación de Relojeros de Ginebra y ser considerado maestro relojero.

Su desarrollo desde entonces es imparable, utilizándose para fines diversos como el de avisar a los viajeros para que no perdieran sus trasbordos (los llamados “relojes de carruaje”). Pero el salto definitivo para la sonería de despertador sucede en el siglo XX, con la aparición del reloj de pulsera con alarma, plenamente programable y de una extraordinaria comodidad porque permitía al usuario desplazarse sin límite y disfrutar de la complejidad relojera con sencillez.

Estamos hablando del mítico Cricket, de Vulcain, creado en 1947 por Robert Ditisheim. Su nombre (“grillo” en inglés) se debe al sonido levemente chirriante que producía su campanilla de bronce y berilio. Su mecanismo, con doble caja trasera para potenciar el sonido de la alarma, era sencillo y eficaz y, básicamente, es el que se sigue usando hoy en día: cuando las levas y las muescas de la rueda de horas y de la rueda de despertador encajan, el martillo golpea repetida y rápidamente contra un cuerpo de resonancia, que puede ser el propio fondo de la caja, produciendo un sonido de percusión acelerada y haciendo vibrar el reloj en la muñeca.

Otro reloj legendario, creado un poco después, en la década de los 50, es el Memovox de Jaeger-Le Coultre. Su nombre, arrebatadoramente poético y muy apropiado, vendría a significar en latín “la voz de la memoria” y en esta ocasión el martillo percutía contra una clavija que salía del fondo de la caja.

Más adelante, surgieron otros modelos de sonería simple también muy afamados, como el Deep Sea Alarm o el Polaris, que junto al Memovox, el Amvox y el Cricket se siguen comercializando hoy en día, a pesar de la feroz competencia que tiene la alarma de los relojes mecánicos con los despertadores digitales o los mismos móviles.

Y es que, ¿qué sentido tiene seguir usando este tipo complicación relojera? Los digitales suelen sonar más alto, el usuario puede elegir la música de aviso y un elemento tan necesario y común hoy en día como el móvil lo lleva incorporado. Es pues innegable que seguir utilizando la complicación relojera de la alarma o despertador, aparte del interés del coleccionista o del entretenido reto que supone su reparación, es un acto de romanticismo, un signo de elegancia y un toque de distinción frente a la uniformidad reinante. Pero son acciones, frente a lo que pudiera parecer, también necesarias hoy en día, porque defender lo vintage siempre llevará consigo una voluntad de exclusividad y de suave rebeldía frente a modas pasajeras. Lucir en la muñeca un reloj de sonería simple es, al fin y al cabo, reivindicar la belleza de la tradición y de la labor secular, paciente y minuciosa de los maestros relojeros en estos tiempos volátiles marcados por lo efímero.