Muchas gracias por vuestras opiniones compañeros. Tan variopintas como sensatas todas ellas y que me hacen pensar en el buen lugar que es este foro...
Van pasando los días y la mala l**** se va pasando, pero reconozco que algo dentro de mi, un pequeño rescoldo, me pide venganza... Quizá la diferencia es poder poner nombre y dirección a la afrenta. Supongo que cuando no sabes quién te ha robado algo o te ha hecho algún mal, es más fácil olvidar el tema. Pero cuando sabes quién y dónde... En fin, como alguno ha dicho ya por aquí, la mayoría tenemos mucho más que perder que ganar y el coste de el teléfono, aunque relevante, no significa gran cosa para nuestra economía doméstica, gracias a Dios.
Sin embargo, leyendo vuestras respuestas, no puedo dejar de darle vueltas a un tema que siempre me ha fascinado: la relación entre orgullo/dignidad, y la violencia. Dos conceptos tan claros por separado, se vuelven turbios cuando se juntan.
Respecto a la dignidad, frases como "más vale morir de pie que vivir arrodillado" nos han imbuido de una idea romántica de lo que es la dignidad, el orgullo o el amor propio... Y digo idea romántica porque esa frase, aplicada a situaciones extremas tiene, creo, sentido. Pero, desde mi punto de vista, hoy en día no es muy aplicable. Hoy en día, la mayoría de la gente vive tranquila y las afrentas a las que nos sometemos suelen ser de poca importancia (robo de móvil incluída), ¿o no? Poner la pérdida de la vida por delante de la dignidad o del orgullo parece hoy, en general, desmedido. Hablo, claro, como un hombre que vive en el primer mundo y goza de salud y una vida razonablemente tranquila como, supongo, la de casi todos los que estamos en este foro.
Respecto de la violencia, recuerdo que cuando era (más) joven, hará unos 33 años, yo tendría 15 (que cada uno haga sus cálculos), presencié una pelea al salir de una de las discotecas adolescentes de moda en esos momentos. Se llamaba But. Fuera, frente a una cafetería que tenía un gran escaparate, dos tipos normales (de aspecto), de unos 20 a 30 años, se estaban peleando. Nunca supe el motivo ni cómo se había iniciado la trifulca pero me fascinó la violencia extrema que estaban practicando. ¡Ojo! me fascinó por extrema y porque nunca había visto nada así antes, no es que me sedujera de ningún modo... El tema es que estaban a hostia limpia y, cada vez que alguno de los dos caía al suelo, el otro le pateaba cara y cuerpo sin piedad contra la acera. Ninguno de los dos parecía ducho en ningún arte de lucha a juzgar por el desorden y falta de técnica de los golpes, pero estaban poseídos por una rabia tal que parecía hacerles inmunes a su dolor y al de su contrincante. Pero sobre todo parecía hacerles inmunes al peligro de segar una vida, quizás la suya propia. En un momento dado, uno de ellos levantó del suelo a su contrincante, le agarró de la nuca y de un brazo y le empujó durante 3 o 5 metros contra el escaparate de la cafetería. El tipo atravesó literalmente el cristal, que no debía ser fino, y cayó dentro del local. El otro aún saltó dentro del local y siguió pateando el cuerpo, ya inerte, de su oponente. Sólo en ese momento, la policía llegó y pudieron a duras penas contenerle. Nos disolvieron y obligaron a irnos. Nunca supe si el pobre desgraciado que había quedado tendido en el suelo de la cafetería pudo recuperarse o ya era demasiado tarde.
Esas imágenes me persiguieron durante mucho tiempo. Nunca jamás he visto una representación de violencia en estado puro tan atroz. No tanto por la violencia practicada en sí, sino por la enajenación de los dos protagonistas durante la pelea.
Aquí llego a la relación entre ambos conceptos: dignidad y violencia. ¿No tenéis la sensación de que la sociedad es cada vez más violenta y, cada vez, menos digna?
Soy consciente de que las RRSS son un amplificador ideal de miserias. Cualquier incidente en un avión, en la carretera, en un bar, en la calle... Todo, todo queda grabado y difundido sin límite por miles de pequeños gran hermanos. Pero pese a ello, mi sensación es que las afrentas se multiplican y las reacciones violentas a esas afrentas, en consecuencia, también. Se multiplican las faltas de respeto y las mentiras: empezando por las de nuestros gobernantes, que deberían ser ejemplo para la sociedad, pero también las de nosotros mismos. Vemos la violencia en las pantallas, luego en las calles, en el patio de vecino y en la cena de navidad, pero de repente, la vemos en forma de guerra en los telediarios, o de atentado en la calle de nuestras ciudades...
Sí. Defender nuestra dignidad con violencia puede ser precisamente una forma de indignidad (Einstein decía que sólo la moralidad de nuestras acciones daba dignidad y belleza a la vida). Pero, ¿qué pasa cuando tienes que enfrentarte a la violencia? El vídeo que ha puesto un compañero en que un tipo quita tranquilamente su bebida a gente normal que pasea por la calle... Nadie hace nada. Normal. No vas a matar a un tío porque te quita un café. Pero, ¿qué pasa cuando te han quitado 10 cafés? ¿Cuántos cafés nos tienen que quitar, uno, dos, cinco, diez, mil? ¿Y si me quitan mi café número 7 y, harto, le calzo un sopapo al amante del café ajeno, y cae mal y muere de un mal golpe en la cabeza?
Seguro que nuestra dignidad, entiende que todos tenemos un límite, pero cuando le explique a un juez que he cometido un homicidio imprudente porque me quitaron un café.... ¿lo entenderá? Y si no le doy el sopapo, ¿cómo me miraré al espejo cada mañana sabiendo que ayer me quitaron u café y que quizás hoy me quiten otro?
Para terminar este tocho, os contaré una pequeña anécdota: hace un tiempo estaba jugando al golf con un amigo venezolano. En Madrid. Ni él ni yo éramos Tiger Woods y detrás de nosotros jugaba un grupito de 4 amiguetes que nos increpaban continuamente de manera bastante grosera porque avanzábamos lentamente en nuestro recorrido. Recuerdo que mi amigo me dijo "esto, en Venezuela, no pasaría". Yo, un poco sorprendido, le respondí que sí, claro, que en Venezuela todo el mundo era muy educado, no te j***... A lo que el me dijo, "No. No tiene nada que ver con educación. Es que allí es muy habitual portar un arma. Y usarla. Y claro, hay que ser muy cauto cuando increpas a alguien, porque nunca se sabe..."