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feliz Navidad pese a que.........

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Milpostista
Sin verificar
La Navidad no siempre es tan dulce. Ni el turrón, ni el cava, ni siquiera el deseo de disfrutarla con toda la alegría del mundo valen en muchas ocasiones para garantizar que se tenga la fiesta en paz. No basta una sonrisa para olvidar una afrenta entre hermanos que se prolonga en el tiempo. Un par de botellas de vino tampoco ayudan a olvidar la reciente muerte del padre, que este año, por primera vez, no se sentará a la mesa.

A uno, para colmo, le tocará, como siempre -y ya es mala suerte-, sentarse enfrente de su cuñado, que cuando toma dos copas saca siempre a colación los mismos temas incordiantes con el aparente fin de provocar una crisis. Alguien, en algún momento determinado, dará un puñetazo en la mesa y la fiesta se acabará.

La historia se repite cada 24 de diciembre. Los comensales se miran. Alguno de ellos intenta romper el hielo de la mejor manera que puede, que es cantando un villancico; es decir, que peor ya es imposible. Un año más, se chafó el arbolito de Navidad. ¿Realmente merece la pena celebrar las fiestas ante un panorama así?

Tal vez no, pero si pese a todo, de la bronca familiar, de la muerte del padre y del cuñado buscapleitos, uno se propone zambullirse en ellas con la idea de ser todo lo feliz que pueda, lo mejor es que lo haga con sensatez. «Lo importante es ser capaz de reconocer lo que se siente; no puedes obligarte a sentirte feliz sólo porque llega la Navidad. Muchas veces, la solución pasa por asumir la realidad; y si uno un año no se siente capaz de festejar nada, tal vez lo mejor sea no hacerlo. Vendrán tiempos mejores». El psiquiatra Iñaki Eguiluz resume así su receta para afrontar las esperadas, a veces odiosas y siempre y a pesar de todo, felices navidades.

Felicidad obligada

Eguiluz ofrece una especie de guía para disfrutar de las fiestas solo o en familia, a pesar de los parientes, de los problemas personales y de las muchas razones, a favor y en contra de las navidades que, cada fin de año, se repiten como una cantinela. Las de fin de año son unas fiestas especialmente dadas para caer en la nostalgia y la tristeza, más aún cuanto mayor se es y más experiencias dolorosas se acumulan.

Desde el mes de noviembre, el comercio y las instituciones públicas y privadas machacan a la población con mensajes navideños, cargados de azúcar y buenos deseos. La decoración especial de las calles y los anuncios en prensa, radio y televisión mantienen un auténtico pulso con la realidad, en la que lo normal es que las vivencias positivas y negativas se mezclen a partes más o menos iguales. El ambiente propicia que los sentimientos de la población estén a flor de piel. Esa circunstancia ocurre, además, en un momento tan crítico como el de fin de año, cuando, quien más quien menos, todo el mundo hace balance de su trayectoria personal a lo largo del año y elabora la lista de buenos deseos para el siguiente.

Las navidades, cada vez más largas, suponen por ello el momento ideal para que estalle una crisis personal o de relaciones humanas. Los servicios de Psiquiatría no experimentan en estas fechas un auge de atenciones, tal como explica Eguiluz, pero sí ven cómo pacientes con antecedentes clínicos de ansiedad y depresión recaen en diciembre. El gran problema social no es, sin embargo, ése; sino otro más de tipo psicológico, que afecta a la mayor parte de la población.

La tristeza o la alegría exacerbada con que a veces se reciben las fiestas navideñas, las falsas expectativas que uno se marca ante la caducidad del calendario, supone una fuente constante de desengaños y de malestar interior. Los especialistas la denominan 'depresión blanca', un sentimiento de pesar provocado por la obligación de ser feliz y el recuerdo de los seres ausentes. «Tenemos que reducir nuestras expectativas», aconseja el experto.

Las tradiciones, donde cobran especial relevancia las cenas y comidas navideñas, contribuyen a magnificar los sentimientos contradictorios. Así es como los comensales se sientan a la mesa. Con una mochila llena de frustraciones, de deseos incumplidos, de una felicidad comprada a base de tarjeta-visa y con la intención, sana pero falsa, de que, por lo menos esa noche todo sea mágico. Cambia la decoración. El comedor está un poco más rojo y dorado que el resto del año, pero todo es igual, salvo las buenas intenciones. Pero con eso no vale.

El niño, que durante el resto del año no ha sido educado para permanecer sentado en la mesa durante toda la comida, se levanta. Dos familias, con costumbres y educación muy distintas, se sientan frente a frente. Todos intentan olvidar las desavenencias, pero el alcohol, primero un espumoso, luego algo de tinto, el cava y por fin las copas, comienza a soltar la lengua de los comensales. Llega un momento en que la bebida hace lo que tiene que hacer y alguien con una copa de más entre los dedos se desinhibe y trata de resolver con un comentario jocoso un problema de raíz más profunda.

Tres tipos de conflictos

Eguiluz dice que se dan tres tipos de conflictos. Aparecen los permanentes, que están latentes todo el año y saltan de improviso; los propios de las fechas, que si la organización de la comida, si se avisa o no para venir... y por último están los problemas estrella, los provocados por el choque de culturas y los muchos gastos excepcionales que acarrean las fiestas. La pregunta es: ¿Es posible tener la fiesta en paz ante un panorama así? «Sí. Se trata de no buscar la perfección, de dejar para un momento más apropiado la resolución de los conflictos que se arrastran y, sobre todo, de no marcarse objetivos inalcanzables», contesta Iñaki Eguiluz. «No hay que forzar la fiesta; basta con vivirla». ¿Merece la pena inculcar a los niños el espíritu de la Navidad sabiendo que, algún día, se harán mayores y descubrirán la realidad? ¿Hacerles creer que existe un mundo ideal, donde todo es mágico y las personas son buenas y se quieren con locura, no les propiciará una mayor frustración? La vida, como todo en ella, es un constante aprendizaje que, según los expertos, requiere la administración a partes iguales de dosis de esperanza y frustración. Las tradiciones navideñas contribuyen de manera excepcional a despertar en los menores la ilusión y a enseñarles que no todo en la vida se consigue simplemente con desearlo.

La Navidad es, por encima de todo, una fiesta de los niños, a pesar de que muchos mayores la vivan como si aún lo fueran. «Dentro de sus fantasías, de su mundo irreal, los chiquillos son las personas que más gozan con estas fiestas, con los preparativos, los adornos de las calles y la casa, con el belén; y por supuesto con la familia, los primos, los tíos; la llegada de Papá Noel, los Reyes Magos, los regalos. Ellos cubren las carencias de los mayores que solemos pisar más en la tierra».

El responsable de Psiquiatría en el hospital de Cruces es un firme defensor del mantenimiento de la magia. «Es bueno que vivan la Navidad con plenitud y que les quede ese recuerdo tradicional de las fiestas. Ya se encargará luego la vida de resituarles. Pensemos -defiende Iñaki Eguiluz- en que los mayores con frecuencia comentamos que las navidades ya no son iguales sin los niños; y que la mayoría de nosotros recordamos ese tiempo como una época en la que disfrutábamos muchísimo».

La Navidad no sólo ayuda a los niños a aprender el manejo de sentimientos tan dispares como la esperanza y la frustración, sino que además, sirve para educarles en valores como la familia, la comprensión y la solidaridad. «Creo que es una tradición que debe mantenerse a toda costa, pero -eso sí-, sin perder el norte con los regalos», concluye. No hay por qué ser feliz en Navidad, pero tampoco debe uno obligarse a no serlo. La clave, según explica el psiquiatra Iñaki Eguiluz, consiste en intentar disfrutar de este tiempo sin marcarse metas perfectas, intentando ser todo lo feliz que uno intenta ser habitualmente. Ni más, ni menos.

Los sentimientos vivos y contradictorios que las personas vivimos en esta época del año no son nuevos. La historia de la Navidad es anterior al cristianismo y se remonta a la época en que el hombre todavía no sabía registrar el paso del tiempo.

En la mayoría de las culturas, coincidiendo con el solsticio de invierno, los humanos comenzaron a reunirse para enfrentarse unidos a la oscuridad, al miedo ancestral a la muerte que les acechaba. El Año Nuevo, la primavera, comenzó a concebirse como la victoria de la vida. Según explica Eguiluz, desde entonces el hombre ha utilizado «defensas maníacas» para afrontar la muerte, como la negación del dolor, la celebración de festejos con abundante comida y bebida y el imperativo de ser feliz. «Ante un escenario así, las personas actuamos como adolescentes: la familia, el clan, nos hace sentirnos protegidos, poderosos, falsamente capaces de controlarlo todo

texto sacado de internet
 
Particularmente, soy feliz cuando llega la Navidad para poder estar con mi familia (papás y hermanos)...lo de más me la refanfinfla...(como si discuten Mortadelo y Filemón, organizan una batida de ranas con Majorettes en la calle, o venden huevos de extraterrestre a 200.000€/kg.) al margen de creencias, que no comento porque no.

Felices Fiestas!!!
lostimage.jpg
 
Curioso documento...estoy totalmente de acuerdo...
 
¿Por que lo borras? No me das oportunidades para estar de acuerdo contigo...hay que trabajar la autoayuda...conozco un manual que se llama "Como escribir en un foro y no borrar el 75% de los mensajes"...;-)
 
Yo estoy de acuerdo contigo, pero ojo que lo borro...así que regocíjate pronto.
 
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