Hoy hace cuatro años que se fue Juan Mascuñano Torres. Así sin más seguro que no os suena.
Era una persona invisible que vivía en la calle, concretamente en la Gran Vía de Madrid, frente a los cines Capitol. Allí pasaba los días en su silla de ruedas, en invierno se acercaba a una rejilla que hay (o había, no me he fijado si sigue después de la última reforma) de la que sale calor.
Yo tenía la oficina al lado, pasaba junto a él cada vez que iba, a veces le daba algo de dinero, pero reconozco que no me paraba a hablar con él.
Un día eso cambió, me lo encontré a finales de octubre tirado en el suelo sobre un cartón, desnudo, cubierto con una bolsa de plástico. De esto hace más de una década.
Me contó que los municipales y los servicios de limpieza le habían tirado todo, salvo la silla, era la época de Gallardón como alcalde de la ciudad.
Por aquel entonces había una tienda de C&A enfrente, le facilité todo lo necesario para recuperar la dignidad que le acababan de arrebatar, además de evitar que se congelase.
Eso me llevó a entablar cierta relación con él, no lo llamaría amistad, pero las mañanas que bajaba a la oficina compartía un desayuno con él en las escaleras del cine.
Eso me llevó a descubrir que era uno de los míos, un informático que por circunstancias acabó en la calle y luchaba por salir.
Su vida comenzó a moverse por las redes sociales y logró cambiar algo su vida, muchos medios se hicieron eco de esto, ninguno de su fallecimiento, fue una noticia más.
De joven, en Carabanchel, era el listo del barrio, el chico al que todos preguntaban dudas de matemáticas. Estudió electrónica y años después se formó como informático, llegó a tener familia, empresa y un trabajo estable como programador y diseñador web, incluso en compañías como Bull (hoy Atos).
Tuvo muchos dificultades debido a la polio que padeció en su infancia.
Todo se rompió con una separación, problemas emocionales y económicos. Dejó su trabajo, el proyecto propio no funcionó, empezó a gastar sin control y terminó en la calle junto a Lourdes, su pareja, que falleció años antes que él.
A los medios contó su historia con unos 57 años; cuando murió, rondaba los 60. Pero nunca dejó de ser informático: se abrió Twitter, Facebook, LinkedIn, GitHub, colaboró con Homeless Entrepreneur y diseñó webs desde una silla de ruedas, conectado al wifi de un McDonald’s o gracias a un ordenador que le regalaron.
Desde Linkedin ofrecía sus servicios bajo la marca Zeta Pitu, y amigos y ONG le ayudaron con campañas y pequeños trabajos. Algunos de los que le conocieron de cerca cuentan que, tras muchísimo esfuerzo, llegó a conseguir lo que más repetía en sus posts: salir de la calle, aunque fuera tarde y viviendo de okupa.
Con el cambio de oficina y mi marcha de Madrid, le perdí la pista y fue hace unos meses que me fijé que su página de Zetapitu había desaparecido.
Hoy, cuatro años después, quiero que le recordemos como lo que era debajo de la capa de invisibilidad que le otorgó la calle, un profesional brillante atrapado por la pobreza, pero también un símbolo de dignidad y de resistencia.
Que nunca se nos olvide que detrás de cada persona en la calle hay una historia, y sobre todo, un ser humano que podríamo ser cualquiera de nosotros.
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