Venimos de la primera parte, donde James Cox ya sabía que su Rolex Daytona Paul Newman (en realidad “el” Rolex Daytona “de” Paul Newman) podía valer una pequeña fortuna. Lo que no sabía era el tamaño de esa fortuna, que resultó no ser tan pequeña. Lo primero que hizo fue hablar con Nell Newman, con quien seguía –sigue- manteniendo una excelente relación (de hecho, es el tesorero de su fundación, dedicada a la filantropía y la agricultura sostenible), para pedirle permiso y poner a la venta semejante icono de la relojería mundial. Y el motivo, lejos de la codicia era doble: el primero es porque conociendo al actor (y ambos lo conocieron bien) sabían que él hubiera querido que ese reloj volviera al mundo. Y el segundo, mucho más importante, porque con lo recaudado dotarían de recursos a la fundación de Nell.

Una vez de acuerdo, James, que no sabía nada del mundo de la relojería, llamó a un abogado amigo que le puso en contacto con un reputado coleccionista. Fue éste quien a su vez dirigió a Aurel Bacs, el más famoso subastador de relojes del mundo. Cuando seis semanas después se encontraron en California y Bacs pudo tener el reloj en sus manos “estaba tan nervioso como puede estarlo un suizo dentro de un traje” en palabras de Cox. Para colmo, el estado del reloj era sencillamente perfecto: completamente original, con la esfera sin tocar, todos los índices de tritio en su sitio, la caja sin abolladuras… un reloj usado con mimo y sin extravagancias durante más de treinta años (no hay que olvidar que los últimos veinte los pasó en una caja fuerte).

La noticia corrió como la pólvora no sólo en el mundo aficionado sino también entre el financiero: estaba claro que sólo bolsillos muy profundos podrían acceder no ya a hacerse con él sino simplemente a las pujas que se avecinaban. Es precisamente por esto que el Wall Street Journal fue el elegido para dar la primicia al mundo: Michael Clerizo publicó un artículo que encendió las redes y convirtió el Rolex Daytona de Paul Newman en trending topic. Es interesante a la vez que divertido leer la génesis de ese artículo en palabras del propio Clerizo: como no podía contarle a nadie que tenía el encargo de contar esa historia, lo que hizo fue preguntarle a todo el mundo qué creía que iba a pasar si se encontrase. Un amigo le dijo en Baselworld: “gritaríamos, nos desmayaríamos y después saldríamos corriendo a reunir 10 millones de dólares para intentar comprarlo”.

Una vez más, la realidad acabó superando a la ficción. Se habían vendido algunos ejemplares del Rolex de la referencia 6239 con esfera “exótica” (esto es, de los llamados “Paul Newman”). A principios de los 90 se había rematado uno en subasta por 10.000 dólares, y en 2016 otro había alcanzado los dos millones. Antes de saber que seguía existiendo y que había aparecido, mucha gente especulaba con que en caso de que así fuera el reloj se habría ya vendido (o al menos ofrecido) por una cantidad astronómica. Nada más lejos de la realidad: El Rolex Daytona de Paul Newman salía ahora a la venta –subasta- por única vez desde que abandonó la tienda (supuestamente Tiffany’s) en manos de Joanne Woodward.

El gran día iba a ser el 26 de octubre de 2017 en Nueva York, coincidiendo con la subasta inaugural de Phillps (la sala de subastas) en la ciudad. No estaba mal para ser la primera. La cita era a las seis de la tarde, pero a las cinco y media la sala de Park Avenue estaba abarrotada por lo que parecía (en realidad era) un quién-es-quién de la comunidad coleccionista y comerciante más potente del mundo: desde anónimos con posibles hasta nombres sonoros como Alfredo Paramico, el famoso coleccionista de “Pateks blancos” (los Patek de acero son piezas muy raras y apreciadas. Y caras, claro). Por haber, había también un par de ejecutivos de Rolex, otro día hablo de eso. Y a las seis en punto empezó la subasta.

Hasta siete lotes pasaron sin casi hacerse notar: Heuer Monaco, IWC Aquatimer, AP Royal Oak, un Rolex Submariner “red letter”… piezas maravillosas en sí mismas, pero incapaces de competir en interés con el que ahora ya era el reloj de pulsera más famoso del mundo. Y por fin llegó el momento. Antes de empezar, Aurel Bacs anunció que había hasta 10 “paletas Premium” en la sala, refiriéndose a los pujadores autorizados a pujar en directo: celebrities como Jerry Lauren (el hermano de Ralph) o comerciantes de altos vuelos como Davide Parmegiani o Eric Ku. Además, se habían registrado otros 14 pujadores por teléfono previamente seleccionados. Se prohibió la puja online para evitar pujas falsas del tipo “mi gato se ha subido al teclado pero en realidad yo no quería comprar un reloj de 18 millones” (anécdota real). Por cierto, puedes ver el catálogo completo en ISSU

Aurel Bacs abrió por fin la puja comentando que ya había una oferta por escrito y previa a la subasta de un millón de dólares (el catálogo decía que se esperaba un resultado “por encima del millón”). Todavía no había terminado de girar su mirada hacia la zona de los teléfonos cuando procedente precisamente de ellos se oyó una exclamación: “¡Diez millones!”. La oferta procedía de Asia. El público se removió con una mezcla de risas e incredulidad: ¿sería la propia Phillips, que quería ahorrarse media hora de pujas de tanteo? Pues no, Bacs estaba tan estupefacto como el público, aunque tardó poco en recomponerse para decir que la siguiente oferta sería de diez y medio (“ten five”).

Y lo fue. En realidad fue saltando alegremente de medio en medio millón hasta los trece, y directamente a ¡catorce! En este momento ya había superado el record del reloj de pulsera más caro jamás vendido, el de un Patek Philippe de acero referencia 1518. Después de un silencio que a algunos se les hizo largo (“¿alguno en la sala?”. Nadie), llegó a los catorce doscientos (“te los voy a aceptar”, dice Bacs) y luego a los catorce y medio. La pugna estaba entre el pujador original de los diez millones y otro también al teléfono, que a esas alturas empezaban a dar señales de “prudencia” (jaja). Bacs, maestro entre maestros, suelta: “Quince, última oportunidad Tiffany”. Tiffany To es la interlocutora del pujador asiático, que en este momento perdía. Que dice “¿aceptarías quince millones cien mil?”

Antes de que Aurel Bacs pueda responder a eso, salta la otra parte: ¡“Quince quinientos”! Y después de un rato de broma nerviosa la subasta termina abruptamente con la caída del martillo: “Esto ya es historia”, dijo. Quince millones y medio de dólares es lo que el mercado (o al menos parte de él) considera que vale el Rolex Daytona que una vez perteneció a Paul Newman, un precio que con el “buyer’s premium” o comisión de la sala se elevó a la nada despreciable cifra de 17.752.500 dólares, un record que tardará mucho en superarse. ¿O no?

La puja en directo y sin editar. Doce minutos fueron suficientes para que el reloj más icónico entre los coleccionistas cambiara de manos. A mí se me ponen los pelos de punta…