Jose Perez
De la casa
Sin verificar
Con lo del acero inoxidable tengo un anécdota relacionada con la maquinaria para alimentación.
Durante la negociación de compra de este tipo de maquinaria uno de los temas críticos era, obviamente, el precio. Resulta que con el paso de los años por temas de higiene, mantenimiento y durabilidad de la máquina se fue incorporando a su construcción el acero inoxidable de “grado alimentario”. Eso hacía que el coste se disparara respecto a las tradicionales en hierro o acero. Y la argumentación por parte del vendedor era “hombre, es que esta máquina lleva cientos de kilos de acero inoxidable y eso la encarece un montón “
Es práctica habitual cuando la máquina queda obsoleta técnicamente o por capacidad de producción escalar a un modelo superior del mismo fabricante (no siempre, claro) y entregar la máquina antigua como parte del pago.
Y ahí venía el debate a la hora de valorar el precio. Cuando estabas discutiendo el precio le decías al vendedor que el precio que te ofrecía era muy bajo y le decías “piensa que esta máquina es de acero inoxidable y que lleva un montón de kilos”. Invariablemente su respuesta era “ba, ba, ba, … eso no vale nada”
Cuando te la vendían parecía que el acero inoxidable era un carísimo metal precioso y cuando ellos mismos te la tenían que recomprar resultaba que “no valía nada”
Los Lanscotte de los que tanto “nos reímos” en el foro son un ejemplo extremo del poder de la publicidad y el marketing en la venta de bienes de consumo.
El precio que se paga por un melón al agricultor en el país de origen o por un litro de leche al ganadero dan una idea de cómo se incrementan los precios en la cadena de suministro hasta que llegan al consumidor final.
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