Hoyanco
De la vieja guardia
Verificad@ con 2FA
Dudaba si iniciar este hilo aquí o en el subforo de música, pero dado que hablamos de una miniserie....
Pues eso, seis capítulos de veinticinco minutos cada uno. McCartney y el productor Rick Rubin hablando de música, destripando canciones, y punto. Nada de salsa rosa, sólo música.
Me ha parecido una delicia. Y como fan, imprescindible.
A continuación copio un artículo de Fernando Navarro, en El País, que habla de ella.
La cosa es tan sencilla que más de uno puede pensar que, en estos tiempos de tanta velocidad y sobreestimulación, no puede funcionar: dos tipos se juntan solo para hablar de música. Está claro que para que funcione esos dos tipos tienen que ser interesantes y decir cosas interesantes. Y, en este caso, lo hacen, y de qué manera. Es difícil fallar cuando esos dos tipos son Paul McCartney y Rick Rubin, aclamado productor que se dio a conocer como un avanzado del hip hop en los ochenta, pasó a ser el gran rescatador de Johnny Cash en los noventa y desde entonces su nombre está asociado a todo tipo de pesos pesados como Tom Petty, Red Hot Chili Peppers, U2, LCD Soundsystem, Metallica, Shakira o Eminem.
McCartney 3, 2, 1, la miniserie documental estrenada en Disney+, podía haber fallado, pero no lo hace. Podía haberlo hecho de la forma más fácil: mostrándose como un panfleto en favor de la figura de McCartney, una especie de loa exagerada tal y como hacen muchos documentales musicales de un tiempo a esta parte, solo apto para el consumo de seguidores acérrimos. Sin embargo, esta serie de seis capítulos de media hora de duración se convierte en un interesantísimo recorrido por la obra musical de uno de los creadores más importantes de la historia del pop, un compositor y músico cuyas mejores canciones son referentes imbatibles de la música popular y parte de la memoria colectiva de más de una generación.
De esta forma, McCartney 3, 2, 1 nos recuerda algo simple, pero que parece olvidado: The Beatles fueron grandes por todo, pero especialmente por sus canciones. Después de tantísima tinta y cinta de vídeo gastadas para haber contado su historia y anécdotas una y mil veces, esta serie, basada en charlas reposadas y bien dirigidas, pone sobre la mesa el valor de las canciones. Desde el prisma del blanco y negro, la música es el hilo conductor y el objetivo último para maravillarse una vez más de la grandeza de The Beatles y, por consiguiente, del propio McCartney, el gran compositor junto a John Lennon de la banda.
Hace bien McCartney en apartarse a un lado para que lo que importe no sea su nombre, sino el de la banda más importante de la historia. No solo habla de sus composiciones sino también de las de Lennon —al que le dedica bastante tiempo a modo de redención entre ambos—, George Harrison, Ringo e incluso se detiene inteligentemente en George Martin, el productor que les hizo crecer. Pero no ajusta cuentas con ningún pasado ni se sitúa por encima de nadie. Como dice en uno de los capítulos: el mismísimo Paul está ahí, al final, medio siglo después, como fan de The Beatles. Está ahí para ver todo desde la mirada asombrada y entregada de Rubin, pero aún más importante de la suya propia, regresando al misterio de muchas canciones de The Beatles con la alegría de quien supo que aquellos tiempos fueron mágicos. Está ahí, en ese estudio de grabación donde él y Rubin se sientan al piano o cogen una guitarra, para enseñarnos buena parte de aquel espléndido laboratorio musical que fueron los apenas ocho años de vida del grupo y esforzarse en recordar cómo lo hicieron, qué les empujaba o qué les sorprendió más de toda esa gran aventura.
Una aventura que no se puede entender sin canciones como Yesterday, Let It Be, With a Little Help from My Friends o Penny Lane, entre muchas otras. Especialmente gratificante es conocer qué ideas se ejecutaron para crear Michelle, pero, realmente, podría decirse lo mismo de casi todas las composiciones a las que McCartney y Rubin meten el bisturí con el fin de separar todos los órganos y dar una lección maestra de cómo funciona un organismo vivo, es decir, una canción. Hay momentos que son auténticamente grandiosos cuando ambos están en la mesa de mezclas, básicamente, porque explican el arte del oficio de hacer canciones. Un arte siempre reducido al entretenimiento, incluso en el caso de The Beatles, pero que en esta serie se demuestra con facilidad pasmosa que está plagado de genialidad, arrojo, casualidades y libertad, la palabra que más usa Paul para explicar qué llevó a los fabulosos de Liverpool a sus hazañas sonoras. Porque, más allá de una marca comercial, una pegatina y un nombre tan conocido en el mundo como el de Jesucristo, The Beatles fueron fantásticos creadores de canciones. Todo lo demás es simplemente importantísimo, pero siempre una añadidura.
Pues eso, seis capítulos de veinticinco minutos cada uno. McCartney y el productor Rick Rubin hablando de música, destripando canciones, y punto. Nada de salsa rosa, sólo música.
Me ha parecido una delicia. Y como fan, imprescindible.
A continuación copio un artículo de Fernando Navarro, en El País, que habla de ella.
En el espléndido laboratorio musical de The Beatles
‘McCartney 3, 2, 1’, la miniserie documental estrenada en Disney+, propone un interesantísimo recorrido sobre el oficio de hacer canciones a través de Paul McCartney y el productor Rick Rubin
elpais.com
La cosa es tan sencilla que más de uno puede pensar que, en estos tiempos de tanta velocidad y sobreestimulación, no puede funcionar: dos tipos se juntan solo para hablar de música. Está claro que para que funcione esos dos tipos tienen que ser interesantes y decir cosas interesantes. Y, en este caso, lo hacen, y de qué manera. Es difícil fallar cuando esos dos tipos son Paul McCartney y Rick Rubin, aclamado productor que se dio a conocer como un avanzado del hip hop en los ochenta, pasó a ser el gran rescatador de Johnny Cash en los noventa y desde entonces su nombre está asociado a todo tipo de pesos pesados como Tom Petty, Red Hot Chili Peppers, U2, LCD Soundsystem, Metallica, Shakira o Eminem.
McCartney 3, 2, 1, la miniserie documental estrenada en Disney+, podía haber fallado, pero no lo hace. Podía haberlo hecho de la forma más fácil: mostrándose como un panfleto en favor de la figura de McCartney, una especie de loa exagerada tal y como hacen muchos documentales musicales de un tiempo a esta parte, solo apto para el consumo de seguidores acérrimos. Sin embargo, esta serie de seis capítulos de media hora de duración se convierte en un interesantísimo recorrido por la obra musical de uno de los creadores más importantes de la historia del pop, un compositor y músico cuyas mejores canciones son referentes imbatibles de la música popular y parte de la memoria colectiva de más de una generación.
De esta forma, McCartney 3, 2, 1 nos recuerda algo simple, pero que parece olvidado: The Beatles fueron grandes por todo, pero especialmente por sus canciones. Después de tantísima tinta y cinta de vídeo gastadas para haber contado su historia y anécdotas una y mil veces, esta serie, basada en charlas reposadas y bien dirigidas, pone sobre la mesa el valor de las canciones. Desde el prisma del blanco y negro, la música es el hilo conductor y el objetivo último para maravillarse una vez más de la grandeza de The Beatles y, por consiguiente, del propio McCartney, el gran compositor junto a John Lennon de la banda.
Hace bien McCartney en apartarse a un lado para que lo que importe no sea su nombre, sino el de la banda más importante de la historia. No solo habla de sus composiciones sino también de las de Lennon —al que le dedica bastante tiempo a modo de redención entre ambos—, George Harrison, Ringo e incluso se detiene inteligentemente en George Martin, el productor que les hizo crecer. Pero no ajusta cuentas con ningún pasado ni se sitúa por encima de nadie. Como dice en uno de los capítulos: el mismísimo Paul está ahí, al final, medio siglo después, como fan de The Beatles. Está ahí para ver todo desde la mirada asombrada y entregada de Rubin, pero aún más importante de la suya propia, regresando al misterio de muchas canciones de The Beatles con la alegría de quien supo que aquellos tiempos fueron mágicos. Está ahí, en ese estudio de grabación donde él y Rubin se sientan al piano o cogen una guitarra, para enseñarnos buena parte de aquel espléndido laboratorio musical que fueron los apenas ocho años de vida del grupo y esforzarse en recordar cómo lo hicieron, qué les empujaba o qué les sorprendió más de toda esa gran aventura.
Una aventura que no se puede entender sin canciones como Yesterday, Let It Be, With a Little Help from My Friends o Penny Lane, entre muchas otras. Especialmente gratificante es conocer qué ideas se ejecutaron para crear Michelle, pero, realmente, podría decirse lo mismo de casi todas las composiciones a las que McCartney y Rubin meten el bisturí con el fin de separar todos los órganos y dar una lección maestra de cómo funciona un organismo vivo, es decir, una canción. Hay momentos que son auténticamente grandiosos cuando ambos están en la mesa de mezclas, básicamente, porque explican el arte del oficio de hacer canciones. Un arte siempre reducido al entretenimiento, incluso en el caso de The Beatles, pero que en esta serie se demuestra con facilidad pasmosa que está plagado de genialidad, arrojo, casualidades y libertad, la palabra que más usa Paul para explicar qué llevó a los fabulosos de Liverpool a sus hazañas sonoras. Porque, más allá de una marca comercial, una pegatina y un nombre tan conocido en el mundo como el de Jesucristo, The Beatles fueron fantásticos creadores de canciones. Todo lo demás es simplemente importantísimo, pero siempre una añadidura.