Omega 3
Habitual
Sin verificar
Es algo que vengo pensando desde hace tiempo en primera persona: la casi obsesiva manía que tengo (¿tenemos?) de ir acumulando y acumulando piezas que, en muchos casos, cuestan una fortunita y en ocasiones apenas ni se estrenan, estamos hartos de verlo en el FCvR: vendo éste reloj apenas estrenado, con tres puestas o, directamente, con los plásticos.
Yo quiero cerrar ya mi colección, lo tengo muy claro, sólo relojes que vaya a ponerme y ni uno más de los que caben en mi caja (10) pero algo subconsciente me hace entrar diariamente en el FCvR a ver que hay...
Casualmente hoy ha caído en mis manos el artículo que reproduzco aquí abajo y que me ha hecho, al menos, reflexionar si la manía del coleccionista te hace feliz más allá del instante que recibes la pieza nueva y que acaba cuando empiezas a pensar en la próxima.
Saludos.
Aquí va el artículo, publicado en El Mundo en 2015.
—————————
"Horror al vacío"
PEDRO G. CUARTANGO
« Coleccionamos sellos y monedas. Llenamos nuestra casa de objetos. Guardamos los viejos cuadernos escolares. Almacenamos libros en nuestras estanterías. E intentamos no dejar ningún hueco en el tiempo de ocio.
Todo eso refleja nuestro horror al vacío, ese 'horror vacui' que es el sentimiento más arraigado en el ser humano: el miedo a la nada, a la muerte. Intentamos llevar una vida de intensas actividades para olvidar lo único que importa: la fragilidad de nuestra existencia.
"Cuanto más se encrespa el hombre en sus inútiles pasiones, más se acentúa el sufrimiento"
Escribía Lao-Tsé: "lo que da valor a una taza es el espacio vacío que hay entre sus paredes". Igual ocurre en nuestras vidas: todo lo que hacemos sólo cobra sentido en relación a ese vacío que nos rodea y nos acecha.
Cuanto más nos afanamos en conseguir las cosas, en aumentar nuestro bienestar material o en alcanzar fortuna o éxitos profesionales, más pesado e insoportable se hace ese vacío.
Incluso es peor: los dioses funden las alas de los que vuelan más alto y les condenan a una dolorosa caída, como le sucedió a Ícaro por no escuchar el consejo de Dédalo al tratar de huir del rey Minos.
Nadie puede sobrepasar sus límites y, tal vez, en esta gran verdad resida la maldición de Yahvé al expulsar a los hombres del Paraíso y condenarles al sufrimiento.
El único antídoto contra la vulnerabilidad de la condición humana es la anulación de todo deseo, como bien predican los budistas, pero éso es imposible para quienes hemos sido formados en la corrosiva idea de la felicidad.
Buscar la felicidad es una forma de luchar contra el vacío. Mientras queremos algo y lo perseguimos, olvidamos la maldición del transcurso inexorable del tiempo. Pero si logramos culminar el deseo, el disfrute es siempre pasajero. Y si fracasamos en el empeño, entramos en un estado de frustración.
Hay muchas maneras de huir del horror al vacío: el viaje es una de las mejores. Pero también el alcohol, la velocidad, las drogas y el sexo. Y, por supuesto, el suicidio. Como cuenta Giuseppe Scaraffia en 'Los grandes placeres', un libro espléndido, Rousseau realizaba grandes caminatas hasta agotarse, Hemingway se emborrachaba, Benjamin Constant era un asiduo de los burdeles, Baudelaire se refugiaba en el trabajo. Tras haber disfrutado de todo tipo de placeres en viajes exóticos, Gustave Flaubert escribió: "El alma es una bestia feroz, que siempre está hambrienta y hay que atiborrarla para que no nos embista".
Atiborrar el alma para olvidar el vacío. Ése es un buen consejo, pero el alma siempre acaba embistiendo porque cuanto más se encrespa el hombre en sus inútiles pasiones, más se acentúa el sufrimiento. La nada siempre está al acecho.
Spinoza mientras pulía sus lentes tuvo la intuición de que cada cosa se esfuerza en perseverar en su propio ser. Aquí reside la esencia de la cuestión: el ser se aferra al ser y rechaza la nada. Nos agitamos, sufrimos, perseguimos los sueños, intentamos perpetuarnos en nuestras obras. Pero el tiempo se nos escapa entre las manos, dictando su sentencia fatal.
Sólo cuando se ha perdido todo, incluida la esperanza, el vacío aparece como una posibilidad de liberación. Es la sensación que también uno puede experimentar ante la infinitud del Universo o mirando la inmensidad del océano.
Fue Hegel quien escribió en la 'Ciencia de la Lógica' que la nada y el ser son lo mismo, una aparente contradicción que se resuelve cuando observamos la bella fugacidad del vuelo de una mariposa en una tarde de verano»
El link:
https://www.elmundo.es/opinion/2015/05/29/5568a65222601dac688b4585.html
Yo quiero cerrar ya mi colección, lo tengo muy claro, sólo relojes que vaya a ponerme y ni uno más de los que caben en mi caja (10) pero algo subconsciente me hace entrar diariamente en el FCvR a ver que hay...
Casualmente hoy ha caído en mis manos el artículo que reproduzco aquí abajo y que me ha hecho, al menos, reflexionar si la manía del coleccionista te hace feliz más allá del instante que recibes la pieza nueva y que acaba cuando empiezas a pensar en la próxima.
Saludos.
Aquí va el artículo, publicado en El Mundo en 2015.
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"Horror al vacío"
PEDRO G. CUARTANGO
« Coleccionamos sellos y monedas. Llenamos nuestra casa de objetos. Guardamos los viejos cuadernos escolares. Almacenamos libros en nuestras estanterías. E intentamos no dejar ningún hueco en el tiempo de ocio.
Todo eso refleja nuestro horror al vacío, ese 'horror vacui' que es el sentimiento más arraigado en el ser humano: el miedo a la nada, a la muerte. Intentamos llevar una vida de intensas actividades para olvidar lo único que importa: la fragilidad de nuestra existencia.
"Cuanto más se encrespa el hombre en sus inútiles pasiones, más se acentúa el sufrimiento"
Escribía Lao-Tsé: "lo que da valor a una taza es el espacio vacío que hay entre sus paredes". Igual ocurre en nuestras vidas: todo lo que hacemos sólo cobra sentido en relación a ese vacío que nos rodea y nos acecha.
Cuanto más nos afanamos en conseguir las cosas, en aumentar nuestro bienestar material o en alcanzar fortuna o éxitos profesionales, más pesado e insoportable se hace ese vacío.
Incluso es peor: los dioses funden las alas de los que vuelan más alto y les condenan a una dolorosa caída, como le sucedió a Ícaro por no escuchar el consejo de Dédalo al tratar de huir del rey Minos.
Nadie puede sobrepasar sus límites y, tal vez, en esta gran verdad resida la maldición de Yahvé al expulsar a los hombres del Paraíso y condenarles al sufrimiento.
El único antídoto contra la vulnerabilidad de la condición humana es la anulación de todo deseo, como bien predican los budistas, pero éso es imposible para quienes hemos sido formados en la corrosiva idea de la felicidad.
Buscar la felicidad es una forma de luchar contra el vacío. Mientras queremos algo y lo perseguimos, olvidamos la maldición del transcurso inexorable del tiempo. Pero si logramos culminar el deseo, el disfrute es siempre pasajero. Y si fracasamos en el empeño, entramos en un estado de frustración.
Hay muchas maneras de huir del horror al vacío: el viaje es una de las mejores. Pero también el alcohol, la velocidad, las drogas y el sexo. Y, por supuesto, el suicidio. Como cuenta Giuseppe Scaraffia en 'Los grandes placeres', un libro espléndido, Rousseau realizaba grandes caminatas hasta agotarse, Hemingway se emborrachaba, Benjamin Constant era un asiduo de los burdeles, Baudelaire se refugiaba en el trabajo. Tras haber disfrutado de todo tipo de placeres en viajes exóticos, Gustave Flaubert escribió: "El alma es una bestia feroz, que siempre está hambrienta y hay que atiborrarla para que no nos embista".
Atiborrar el alma para olvidar el vacío. Ése es un buen consejo, pero el alma siempre acaba embistiendo porque cuanto más se encrespa el hombre en sus inútiles pasiones, más se acentúa el sufrimiento. La nada siempre está al acecho.
Spinoza mientras pulía sus lentes tuvo la intuición de que cada cosa se esfuerza en perseverar en su propio ser. Aquí reside la esencia de la cuestión: el ser se aferra al ser y rechaza la nada. Nos agitamos, sufrimos, perseguimos los sueños, intentamos perpetuarnos en nuestras obras. Pero el tiempo se nos escapa entre las manos, dictando su sentencia fatal.
Sólo cuando se ha perdido todo, incluida la esperanza, el vacío aparece como una posibilidad de liberación. Es la sensación que también uno puede experimentar ante la infinitud del Universo o mirando la inmensidad del océano.
Fue Hegel quien escribió en la 'Ciencia de la Lógica' que la nada y el ser son lo mismo, una aparente contradicción que se resuelve cuando observamos la bella fugacidad del vuelo de una mariposa en una tarde de verano»
El link:
https://www.elmundo.es/opinion/2015/05/29/5568a65222601dac688b4585.html
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