No he fumado en mi vida (mi adicción fue el alcohol, pero esa es otra historia).
Pero por si te sirve para pensar en ello perdí a mi padre cuando yo tenía 22 años y él 51. Fumador empedernido desde los 13 años (algo muy habitual en su época), viajante (con lo cual hay muchas horas muertas), verlo con un cigarrillo era algo inherente a él. La mayoría de las fotos en las que aparece tiene uno en la mano... Y nunca estuvo enfermo, ni una tos. A pesar de haberle pedido miles de veces que lo dejara me repetía que no podía, que era superior a su voluntad.
Él no era solamente mi padre. Soy hijo único, prácticamente sin familia, y él era mi guía, mi apoyo, mi mejor amigo. No te puedes ni imaginar cómo mi mundo se fue a la mierda cuando ese maldito 10 de abril de 1988, tras regresar urgentemente de Suecia donde yo vivía porque le habían ingresado tras encontrarse mal súbitamente, el médico me comunicó que a mi padre le quedaban 2 meses de vida. El tumor del pulmón, del tamaño de una pelota de tenis, ya había hecho metástasis en un riñón, el hígado y la hipófisis. En ese momento, en esa salita del Hospital del Mar de Barcelona, parte de mi vida murió al instante. Estuve todas las noches con él en la sala de terminales del hospital, viendo cómo se acababa, cómo un tío de 1'83 que se comía la vida con su alegría y su empuje de pronto se consumía, perdiendo 36 kilos y, al final, incluso el conocimiento. Murió el 15 de junio, casi exactamente dos meses después. Evidentemente la vida sigue y yo me tuve que hacer cargo de todo, especialmente de mi madre, pero me costó años recuperarme y ya nunca volví a ser el mismo. El vacío que me dejó, ese inmenso cráter, me afectó a todos los niveles, y de hecho escribo estas líneas con lágrimas y un tremendo dolor...
Si no quieres hacer pasar por todo esto a tus seres queridos, no seas egoísta y deja el tabaco de una puta vez. Por salud, por cariño, por solidaridad e incluso por economía.
Pero déjalo ahora mismo, en este instante.