Goldoff
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Tripulación
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Hola a todos,
Después de la vorágine que para un aficionado supone una feria como la de Baselworld y una vez de vuelta os traigo algunas impresiones. Siendo esta la tercera visita reconozco que ha habido una evolución desde esa sensación de estar en el país de las maravillas a algo bastante más sosegado. Ahora ya no es aquel corretear por todos los pabellones posibles para ver el máximo de cosas en unos días que eran lo más parecido a un recreo de escuela sin más obligaciones que pasárselo bien y acabar la jornada derrengado pero contento. Eso sí: todo desde fuera de los stands, porque para acceder a las sacrosantas presentaciones es absolutamente necesario haber concertado citas previamente y llegar a la feria con la agenda perfectamente definida durante las semanas anteriores.
Esto es precisamente lo que recuerdo de mi primera visita, la libertad de moverte por donde te apetece o te lleva el instinto, a cambio de tener una visión superficial y perderte la esencia de las novedades, presentadas en todos y cada uno de los stands, y creo que no exagero si hablo de cientos de ellas. Pero este año, y con la experiencia acumulada (incluso a la hora de reservar alojamiento, que lo mío en Basel tiene tela), la cosa ha sido bastante distinta porque llegué con una agenda bastante apretada, fruto de varias llamadas e intercambios de correos con las propias marcas o sus agencias de comunicación. Esto me proporcionó la ventaja de poder ver-tocar-fotografiar-comentar esas novedades a cambio de restringir mi actividad a ellas porque dispuse 'sólo' de dos días y medio que acabaron convirtíendose en dos debido a los -pocos- tiempos muertos pero sobre todo a una sensación de saturación que suelo acusar hacia el final de mi estancia. La consecuencia práctica ha sido que de cinco pabellones -algunos con varias plantas- sólo he sido capaz de moverme en el número uno y en su planta baja, además. Ahí se encontraban todas mis citas: Patek Philippe, Chopard, Breguet, Breitling, Oris, Bell&Ross, Omega, Blancpain (no llegué a tiempo ) Ebel, Seiko, Longines, Glashütte Original... no hubo ocasión de quedar con Rolex por su propia saturación, y a la vista de esta exigua lista os podréis hacer una idea de tooooodo lo que me perdí, pero la relatividad o elasticidad del tiempo tampoco aplica en la feria mundial de relojería
Pero antes de entrar en materia os cuento un poco del entorno.
Sobrevolar los Alpes viniendo del mar augura la cercanía del destino... aunque debo reconocer que esta foto es de la vuelta, que a la ida se me olvidó
Basilea es una ciudad amable, bastante aprensible y aparentemente tranquila. Yo, que suelo ser un desastre orientándome, no me perdí ni una sola vez en el trayecto desde mi alojamiento hasta la feria. La (¿el?) Rathaus (Ayuntamiento) es un edificio bastante singular y decididamente llamativo. El tranvía es el principal medio de transporte público y tiene una red bastante densa, de manera que uno puede llegar prácticamente a cualquier punto importante de la ciudad en él y en varias combinaciones, además.
Después de la vorágine que para un aficionado supone una feria como la de Baselworld y una vez de vuelta os traigo algunas impresiones. Siendo esta la tercera visita reconozco que ha habido una evolución desde esa sensación de estar en el país de las maravillas a algo bastante más sosegado. Ahora ya no es aquel corretear por todos los pabellones posibles para ver el máximo de cosas en unos días que eran lo más parecido a un recreo de escuela sin más obligaciones que pasárselo bien y acabar la jornada derrengado pero contento. Eso sí: todo desde fuera de los stands, porque para acceder a las sacrosantas presentaciones es absolutamente necesario haber concertado citas previamente y llegar a la feria con la agenda perfectamente definida durante las semanas anteriores.
Esto es precisamente lo que recuerdo de mi primera visita, la libertad de moverte por donde te apetece o te lleva el instinto, a cambio de tener una visión superficial y perderte la esencia de las novedades, presentadas en todos y cada uno de los stands, y creo que no exagero si hablo de cientos de ellas. Pero este año, y con la experiencia acumulada (incluso a la hora de reservar alojamiento, que lo mío en Basel tiene tela), la cosa ha sido bastante distinta porque llegué con una agenda bastante apretada, fruto de varias llamadas e intercambios de correos con las propias marcas o sus agencias de comunicación. Esto me proporcionó la ventaja de poder ver-tocar-fotografiar-comentar esas novedades a cambio de restringir mi actividad a ellas porque dispuse 'sólo' de dos días y medio que acabaron convirtíendose en dos debido a los -pocos- tiempos muertos pero sobre todo a una sensación de saturación que suelo acusar hacia el final de mi estancia. La consecuencia práctica ha sido que de cinco pabellones -algunos con varias plantas- sólo he sido capaz de moverme en el número uno y en su planta baja, además. Ahí se encontraban todas mis citas: Patek Philippe, Chopard, Breguet, Breitling, Oris, Bell&Ross, Omega, Blancpain (no llegué a tiempo ) Ebel, Seiko, Longines, Glashütte Original... no hubo ocasión de quedar con Rolex por su propia saturación, y a la vista de esta exigua lista os podréis hacer una idea de tooooodo lo que me perdí, pero la relatividad o elasticidad del tiempo tampoco aplica en la feria mundial de relojería
Pero antes de entrar en materia os cuento un poco del entorno.
Sobrevolar los Alpes viniendo del mar augura la cercanía del destino... aunque debo reconocer que esta foto es de la vuelta, que a la ida se me olvidó
Basilea es una ciudad amable, bastante aprensible y aparentemente tranquila. Yo, que suelo ser un desastre orientándome, no me perdí ni una sola vez en el trayecto desde mi alojamiento hasta la feria. La (¿el?) Rathaus (Ayuntamiento) es un edificio bastante singular y decididamente llamativo. El tranvía es el principal medio de transporte público y tiene una red bastante densa, de manera que uno puede llegar prácticamente a cualquier punto importante de la ciudad en él y en varias combinaciones, además.
La parte vieja es encantadora, con algunas casas de los siglos XVII y XVIII muy bien conservadas, bien vale una visita reposada. Además en cualquier esquina puedes sentirte como en casa. Y a propósito de esto: es de agradecer que en un cantón que habla más alemán que francés haya tantos hispanohablantes, porque al menos a mí me facilita mucho la comunicación. Me imagino que será porque los descendientes de aquellos inmigrantes de los sesenta habrán conservado la lengua de sus padres.
El Mittlere Rheinbrücke que salvando el Rin te encara a Clarastrasse en tu camino a la feria está bastante vacío poco antes de las nueve, y no porque el personal esté durmiendo o algo así. El silencio nocturno aquí es algo yo diría que sagrado porque hasta los campanarios enmudecen, pero a partir de las seis de la mañana se empieza a escuchar un bullicio creciente hasta cerca de las ocho, hora en la que todo el mundo debe haber llegado a su destino y la ciudad parece estrenar un día festivo. Si a eso le añadimos que tuve unos días primaverales el paseo fue de lo más agradable.
En la ribera que dejaba atrás quedaban dos de los alojamientos más típicos de estas fechas: El hotel de los Tres Reyes, de lo mejor de la ciudad, y los barcos-hotel que atracan a sus pies para absorber la demanda de camas que genera Baselworld (y me imagino que también su famosa feria de arte).
Llegando a la Messeplatz, y en contraste con la apacibilidad de las calles que acabab de dejar, me encuentro con lo que es la constante de estos días: el frenesí de una feria ultradinámica donde se cierran a diario negocios millonarios (no olvidemos que el apartado de joyería tiene un peso específico enorme). Haciendo honor a su fama, los suizos no abren el acceso hasta las nueve en punto. Mientras, se ha ido acumulando una más que respetable masa humana trajada que hace gala de su educación y saber estar aguardando pacientemente y pasando por los tornillos en un orden digno del país anfitrión.
Queda inaugurada Baselworld
En la ribera que dejaba atrás quedaban dos de los alojamientos más típicos de estas fechas: El hotel de los Tres Reyes, de lo mejor de la ciudad, y los barcos-hotel que atracan a sus pies para absorber la demanda de camas que genera Baselworld (y me imagino que también su famosa feria de arte).
Llegando a la Messeplatz, y en contraste con la apacibilidad de las calles que acabab de dejar, me encuentro con lo que es la constante de estos días: el frenesí de una feria ultradinámica donde se cierran a diario negocios millonarios (no olvidemos que el apartado de joyería tiene un peso específico enorme). Haciendo honor a su fama, los suizos no abren el acceso hasta las nueve en punto. Mientras, se ha ido acumulando una más que respetable masa humana trajada que hace gala de su educación y saber estar aguardando pacientemente y pasando por los tornillos en un orden digno del país anfitrión.
Queda inaugurada Baselworld