La manufactura Blancpain se precia de ser si no la más antigua una de las más antiguas de las marcas relojeras suizas, reconocida por proporcionar calibres a terceros durante muchos años hasta que, a semejanza de otros ilustres fabricantes, decidió poner su propio nombre sobre las esferas. Después de acompañarles a Marbella para degustar el menú de Dani García a 4 manos con Nobu Matsuisha y de tenerles como main partner de la presentación que nos hizo Rabat este pasado mes de abril, ya estaba listo para el siguiente paso: la visita a la manufactura de Blancpain en Le Sentier y el atelier de Le Brassus.

Porque Blancpain domina como pocos lo que podríamos llamar los dos extremos de la manufactura relojera: desde la elaboración de los calibres y sus componentes hasta la decoración tanto de esos mismos calibres como de los elementos que embellecerán un reloj más allá de su función práctica. Y las esferas –reflejo del alma relojera- son el punto fuerte de Blancpain. En Le Sentier se producen los calibres, mientras que en Le Brassus (“la granja”, aunque nunca funcionó como tal) se alojan los talleres de donde auténticos artistas encuentran el sosiego necesario para ejecutar sus obras únicas.

El edificio de Le Sentier, en pleno corazón del Jura Suizo y rodeado de otros sonoros nombres, muestra las sucesivas ampliaciones que ha experimentado a lo largo de los años, pudiendo distinguirse una zona más funcional –supongo que la última- que el resto con tejados de estilo local. Se trata de una planta productiva en toda la extensión de la palabra, porque por un lado entran lo que se podría llamar materias primas y por el otro sale producto prácticamente acabado. Por poner un ejemplo, y de alguna forma es la piedra de toque: si ves rollos de metal (generalmente latón) almacenados que después serán convenientemente troquelados para producir pletinas base, sabes que estás ante una verdadera manufactura.

Un inciso antes de seguir: no voy a entrar en la tan manida discusión de si es manufactura sólo quien produce sus propios aceites o los espirales o… Cualquier fabricante (hasta de relojes) *tiene* que comprar cosas fuera, sean espirales, cristales o correas. Y eso no debería negarle el sello de manufactura, que se mide por otros parámetros. Mi opinión, en todo caso.
En esos rollos de latón está el origen de todo. De ahí saldrán los discos en bruto que después de una infinidad de procesos tanto mecanizados como manuales acabarán conformando la base sobre la que se armará todo el calibre o movimiento. Estos discos serán taladrados, calibrados, rectificados y finalmente prensados para recuperar la estructura molecular que habían perdido con los tratamientos anteriores. Y todavía no han empezado a trabajar en ellos: unas máquinas CNC de aspecto parecido a un OVNI y que trabajan en carrusel son las encargadas de esculpir los distintos alojamientos para ruedas, rubíes y engranajes. Las tolerancias se miden en milésimas de milímetro y cada tanto se saca una pieza al azar para comprobar que sigue dentro de las tolerancias establecidas. Si no es así, toda la partida se retrocede para reciclar y vuelta a empezar previo ajuste.

Estas “máquinas-ovni” (de las que hay de varios tamaños y funciones) son tan suizas como el material que producen, y habiendo visto ya unas cuantas manufacturas uno se hace la idea de que esa industria (la de las máquinas-herramienta) tiene que ser tan potente como la relojera. Pero no son ni mucho menos standard: una buena manufactura tiene, además, su propio taller de herramientas donde produce elementos que en algunos casos sólo pueden ser apreciados a través del microscopio. Un ejemplo: el relojero necesita crear un hueco determinado en la pletina para alojar una de las varillas que hacen de gong para un calibre repetición de minutos. Los especialistas estudiarán ese hueco (en la mesa de diseño) y pensarán y crearán una broca que –montada en los ovnis- pueda conseguir ese efecto.

También crean troqueles para estampar distintas piezas que después de ser convenientemente tratadas llegarán a ser martillos para esos gongs, áncoras, puentes o balancines de cronógrafo. Cada troquel es único porque se crea específicamente para una sola pieza. De ahí que el almacén de troqueles se parezca al de Indiana Jones al final de la primera entrega… y no sólo por el volumen: el coste medio de producción de cada uno de estos moldes se sitúa e unos 30.000 €.

La gran mayoría de las pletinas (y no sólo en Blancpain) están hechas de latón, material con unas características físicas que lo hacen idóneo para tal cometido, pero una parte de la producción se realiza en oro, que a su vez es ideal para transmitir la sonoridad de los gongs de los calibres con repetición. Esa zona de las máquinas cnc está especialmente vigilada por cámaras y prácticamente cada gramo que entra en ella sale en forma de pletina o de residuos cuidadosamente pasados por la báscula.

Como de oro son las masas oscilantes para los movimientos automáticos, ya que otra de las propiedades del oro es su densidad. Son cortadas a partir de un círculo completo y, como su forma de media luna no es simétrica, casi la mitad de ese círculo original va a reciclaje. Los micro-rotores de los calibres más pequeños se hacen en platino, todavía más denso que el oro. Debido a que no maneja metales preciosos en cantidad suficiente que lo justifique, Blancpain no tiene su propia fundición y delega esa actividad en un proveedor externo. ¿Deja por eso de ser una manufactura?

Lo que lamentablemente no pudimos ver fue la parte de ensamblaje, donde todos los componentes que habíamos visto producir toman sentido en una ordenación casi mágica. Para eso habrá que esperar vientos de cambio más poderosos dentro del Grupo Swatch. De momento hemos podido visitar Le Sentier, que comparado con antes (nada) ya es mucho. Un dato que los aficionados preguntamos habitualmente y que, también habitualmente, las marcas son reacias a dar: la producción de Blancpain es de 25.000 relojes al año, aunque habiendo absorbido a Frederique Piguet también produce calibres de primer nivel para otras marcas.
Como no todo iban a ser pletinas y talleres, hubo tiempo para degustar platos típicos de la región en un lugar tan recóndito como es el Chalet du Pré aux Veaux, que no se puede decir que esté en medio de nada porque en realidad está en medio del parque natural del Jura y los paisajes son sencillamente de cuento.


No soy capaz de encontrar una traducción que me satisfaga para la sonora expresión “metiers d’art”, de manera que lo dejaré en “oficios artesanos” para describir lo que se realiza en las instalaciones de Le Brassus. También aquí se realizan y acaban las altas complicaciones como los tourbillones, carruseles y calibres de repetición. “La granja”, como también se le ha llamado, tiene ese aspecto que la mayoría de aficionados imagina cuando oye la expresión manufactura: un chalet con aspecto coquetón que si no fuera porque ostenta una marca en su fachada podría perfectamente pasar por una residencia privada. Grande, eso sí…

Aquí se reúnen artes como el grabado, el esmaltado, la marquetería, el damasquinado, el shakudo… eso sólo para las esferas, porque también encontraremos maestros pulidores y desde luego maestros relojeros. Todos son verdaderos artistas creadores, porque del mismo modo que no hay dos pinturas –o grabados, o esmaltados- iguales, tampoco hay dos sonerías que suenen exactamente igual, lo que confirma lo que decía al pricipio: no hay dos relojes iguales en Chez Blancpain. Por lo menos en Alta Relojería.


A la entrada pudimos ver la explosión de un calibre 1735, formado por más de 750 piezas y que llevó más de quince años completar por parte de un solo relojero. El precio, acorde con todo esto, fue de siete cifras. Todas y cada una de las piezas (incluso las que no se ven) son tratadas a mano por expertos pulidores que dominan el arte del “black-polish” o pulido a espejo, denominación infinitamente más fácil de escribir que de ejecutar. Los cantos se biselan con varillas de genciana, una planta que abunda en los prados alpinos (al menos en la zona del Jura) y de la que también se extrae un agurdiente digamos que peculiar (lo probamos en la cena del Pré aux Veaux)… Bien, si tuviera que elegir prefiero con mucho la utilidad del pulido.


También aquí se ensamblan los tourbillones y carruseles que adornan las piezas más excelsas de Blancpain. Del tourbillon se ha hablado mucho pero hay un mecanismo similar que Blancpain recuperó por el mero placer de hacerlo: se trata del carrusel, inventado por el relojero danés Bahne Bonniksen (1859-1935) en 1892, que proponía un sistema de arrastre de la jaula por un efecto de diferencial pero que no mejoraba sustancialmente el invento de Lois Abraham Breguet.

A grandes rasgos, para lograr evitar la influencia de la gravedad el movimiento encierra el conjunto regulador (volante, espiral y escape) en una jaula móvil y los hace girar sobre su eje. Hasta aquí todo es parecido entre el carrusel y el tourbillon, pero la diferencia está en cómo lo hace cada uno de ellos. El tourbillon gira en torno a un eje fijo mientras que el carrousel lo hace en torno a un eje móvil. Puedes obtener más información aquí. Pues bien, Blancpain monta ambos mecanismos en un mismo calibre, lo que añade la complicación de tener que sincronizar ambos. El resultado, combinado con pulidos, esmaltes y/o grabados, es ni más ni menos que una pequeña (pero sólo por tamaño) obra de arte.
No obstante, hace ya tiempo que el tourbillon se considera superado como complicación suprema. Saludemos a su majestad la repetición de minutos, que exige no sólo pericia mecánica sino un fino oído para conseguir sonidos que -literalmente- ponen los pelos de punta. Y en esto Blancpain también muestra su maestría, con sublimes mecanismos hechos casi totalmente de oro. Mecanismos que, para mayor gloria de la manufactura y deleite del afortunado destinatario, termina con grabados a mano de excelente ejecucución.

Pero si una imagen vale por mil palabras, veamos qué es capaz de transmitirnos un pequeño video:
Sublime ¿no?
Gracias a distintas actividades tuvimos además ocasión de comprobar en carne propia cuán difícil es ejecutar decentemente cualquiera de los oficios allí reunidos, para los que además de práctica –mucha- se necesita tener ciertas dotes de las que al menos yo carezco por completo, lo que me lleva a admirar más si cabe estas realizaciones extraordinarias.

Quiero agradecer expresamente a Lara Bartolomé, directora de la marca para España, a Mathieu Rochat, nuestro anfitrión en Suiza y a MRA agencia la oportunidad de acercarme a una marca poco conocida para el aficionado medio más allá de los ya míticos Fifty Fathoms y más recientemente del hermoso Bathyscaphe. Tiene un fabuloso recorrido por delante.
