cronopios
Milpostista
Sin verificar
No quisiera dañar susceptibilidades, ni sensibilidades, pues las imágenes de los relojes son un poco atrevidas y subidas de tono, por si al quien prefiere no verlas.
Los relojes Picarescos.
Desde no hace demasiado tiempo es posible conocer en todo su atractivo las escenas (fijas o animadas) cuya contemplación ha estado reservada durante tanto tiempo a los propietarios de relojes “picarescos” o a quienes tuvieran ocasión de conocer a algún coleccionista del tema, lo que era todo un privilegio.
Desde hace ya algunos años en los catálogos figuran frecuentemente, las divertidas y picantes escenas con que se adornaron “in ocultis”, ciertas piezas de relojería durante todo el siglo XIX. De nada ha servido que los entendidos aleguen el escaso mérito técnico de la mayoría de estos relojes ya que, si así es, desde un punto de vista estricto, los relojes en cuestión han adquirido entidad propia precisamente por tratarse de objetos eróticos de singular escasez y de precio muy elevado, debido a ello, y siempre de encuentro excepcional.
Y si los compradores originarios de tales relojes no tuvieron empacho en adquirirlos y contemplarlos, claro es que para íntimo deleite, y sus fabricantes y comerciantes obviamente tampoco lo habían tenido al dedicarse a ese género, no veremos nosotros con desagrado que se nos muestre la rica ejecución y el ingenio del anónimo artista del esmalte o autómata.
La tradición esmaltística en relojería se inicia en la segunda mitad del siglo XVII, cuando el reloj portátil combina ya alguna fiabilidad de marcha con un tamaño aceptable para su transporte en el bolsillo; pero en sus comienzos los temas fueron exclusivamente religiosos o mitológicos. El esmalte erótico no surge con fuerza sino a comienzos del siglo XIX, y es consecuencia inmediata de las rupturas religiosas que se dieron a partir de la Revolución Francesa. Excepcionalmente, hubo alguna manufactura londinense que ya en el siglo XVIII cultivó este género, con destino al comercio británico con la India y China. Antes de esa época, hay que adelantarse más de un siglo para contemplar una producción esmaltística con tema de desnudo femenino en escenas mitológicas o de asunto bíblico (Adán y Eva, Cleopatra y el áspid, Leda y el cisne, Diana en el baño o al salir de él, Venus con Cupido o Adonis, el rapto de Europa, el juicio de París, o la piadosa escena de la Caridad romana, muy difundida primero en la producción de Blois y de Ginebra después).
La facilidad para la animación de estas escenas la daba el que los personajes están recortados en silueta, con los brazos y piernas articulados, según los casos. Había ya una larga tradición en relojería con personajes autómatas, que primero fueron campaneros, soldados o ángeles, simulando la acción de tocar las campanas al sonar la hora, y después se realizaron diversas escenas de interior, algunas de complicados y múltiples movimientos: viejas hilando, perros jugando con gatos, mientras en la chimenea parecen arder unos leños.
Las implicaciones sociológicas que estos «juguetes de adultos» iban alcanzando, según aumentaba la producción y se enredaba la casuística del circuito manufactura comerciante cliente. Como es comprensible, la clientela tenía que reclutarse fuera del país, desde luego, o entre la nobleza y los altos estamentos de la burguesía (militares, funcionarios del Estado y qué sé yo si clérigos), dados los precios en que se ponían estas creaciones, realizadas en general en cortas series. El autor que venimos citando relata, por ejemplo, las odiseas de quienes con una docena de piezas de este tenor se lanzaban a la aventura de un viaje hacia Persia y la India, donde tenían que hacer innumerables gestiones, incluida la de ganarse la confianza de los eunucos, para llegar a los marajahes, califas, visres y sultanes que eran clientes tan seguros como inabordables. Entre el pueblo, si difícilmente circulaban los relojes corrientes en la época que comentamos, mal podrían circular estos otros, caprichosos y en tantas ocasiones de encargo. Pero, por curiosa paradoja, era precisamente el pueblo (el fino artesano y el concienzudo menestral) quien los producía.
En un momento dado, los «pastores de almas» de los cantones suizos trataron de prohibir la producción de estos artículos; dando el corte de bisturí en los propios centros de producción; pero las dificultades pronto se manifestaron como insalvables, ya que los talleres se trasladaban de parroquia o de región, según los casos, de forma que la prohibición tendría que plantearse a nivel territorial y hasta estatal.
(Parte del testo pertenece a Montañes)
Los relojes Picarescos.
Desde no hace demasiado tiempo es posible conocer en todo su atractivo las escenas (fijas o animadas) cuya contemplación ha estado reservada durante tanto tiempo a los propietarios de relojes “picarescos” o a quienes tuvieran ocasión de conocer a algún coleccionista del tema, lo que era todo un privilegio.
Desde hace ya algunos años en los catálogos figuran frecuentemente, las divertidas y picantes escenas con que se adornaron “in ocultis”, ciertas piezas de relojería durante todo el siglo XIX. De nada ha servido que los entendidos aleguen el escaso mérito técnico de la mayoría de estos relojes ya que, si así es, desde un punto de vista estricto, los relojes en cuestión han adquirido entidad propia precisamente por tratarse de objetos eróticos de singular escasez y de precio muy elevado, debido a ello, y siempre de encuentro excepcional.
Y si los compradores originarios de tales relojes no tuvieron empacho en adquirirlos y contemplarlos, claro es que para íntimo deleite, y sus fabricantes y comerciantes obviamente tampoco lo habían tenido al dedicarse a ese género, no veremos nosotros con desagrado que se nos muestre la rica ejecución y el ingenio del anónimo artista del esmalte o autómata.
La tradición esmaltística en relojería se inicia en la segunda mitad del siglo XVII, cuando el reloj portátil combina ya alguna fiabilidad de marcha con un tamaño aceptable para su transporte en el bolsillo; pero en sus comienzos los temas fueron exclusivamente religiosos o mitológicos. El esmalte erótico no surge con fuerza sino a comienzos del siglo XIX, y es consecuencia inmediata de las rupturas religiosas que se dieron a partir de la Revolución Francesa. Excepcionalmente, hubo alguna manufactura londinense que ya en el siglo XVIII cultivó este género, con destino al comercio británico con la India y China. Antes de esa época, hay que adelantarse más de un siglo para contemplar una producción esmaltística con tema de desnudo femenino en escenas mitológicas o de asunto bíblico (Adán y Eva, Cleopatra y el áspid, Leda y el cisne, Diana en el baño o al salir de él, Venus con Cupido o Adonis, el rapto de Europa, el juicio de París, o la piadosa escena de la Caridad romana, muy difundida primero en la producción de Blois y de Ginebra después).
La facilidad para la animación de estas escenas la daba el que los personajes están recortados en silueta, con los brazos y piernas articulados, según los casos. Había ya una larga tradición en relojería con personajes autómatas, que primero fueron campaneros, soldados o ángeles, simulando la acción de tocar las campanas al sonar la hora, y después se realizaron diversas escenas de interior, algunas de complicados y múltiples movimientos: viejas hilando, perros jugando con gatos, mientras en la chimenea parecen arder unos leños.
Las implicaciones sociológicas que estos «juguetes de adultos» iban alcanzando, según aumentaba la producción y se enredaba la casuística del circuito manufactura comerciante cliente. Como es comprensible, la clientela tenía que reclutarse fuera del país, desde luego, o entre la nobleza y los altos estamentos de la burguesía (militares, funcionarios del Estado y qué sé yo si clérigos), dados los precios en que se ponían estas creaciones, realizadas en general en cortas series. El autor que venimos citando relata, por ejemplo, las odiseas de quienes con una docena de piezas de este tenor se lanzaban a la aventura de un viaje hacia Persia y la India, donde tenían que hacer innumerables gestiones, incluida la de ganarse la confianza de los eunucos, para llegar a los marajahes, califas, visres y sultanes que eran clientes tan seguros como inabordables. Entre el pueblo, si difícilmente circulaban los relojes corrientes en la época que comentamos, mal podrían circular estos otros, caprichosos y en tantas ocasiones de encargo. Pero, por curiosa paradoja, era precisamente el pueblo (el fino artesano y el concienzudo menestral) quien los producía.
En un momento dado, los «pastores de almas» de los cantones suizos trataron de prohibir la producción de estos artículos; dando el corte de bisturí en los propios centros de producción; pero las dificultades pronto se manifestaron como insalvables, ya que los talleres se trasladaban de parroquia o de región, según los casos, de forma que la prohibición tendría que plantearse a nivel territorial y hasta estatal.
(Parte del testo pertenece a Montañes)
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