Goldoff
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"La relojería y la arquitectura nos ayudan a sincronizarnos con el mundo en que vivimos y a clarificar las vidas que vivimos" Frank Gehry.
No es esta la primera vez -ni seguramente la última- donde un arquitecto diseña un reloj, pero tal vez sí la primera vez -que yo sepa- en la que un arquitecto está detrás del proyecto convenciendo a otros arquitectos para que lo hagan.
Asier Mateo es el alma máter de LEBOND, una joven empresa de la que podríamos decir que es "de, por y para" arquitectos porque, según me explica, el grueso de sus clientes comparten profesión con él y sus diseñadores. Diseñadores que por ahora no son muchos -dos- pero que dada la juventud de la empresa -dos años escasos- parece que la cosa apunta maneras.
El criterio de Mateo a la hora de elegir a quién proponer un nuevo reloj es tan simple como arriesgado: debe ser un premio Pritzker, que para el que no lo sepa es como el Nobel de arquitectura. Simple porque la lista es larga, arriesgado porque uno nunca sabe qué respuesta va a recibir de alguien que ya está consagrado en lo suyo y que desde luego no va a hacerse rico con esto.
De momento ha tenido éxito con los portugueses Eduardo Souto de Moura (premio Pritzker 2011) y Alvaro Siza (en 1992). Cada uno de ellos ha aplicado libremente su propio imaginario a lo que debe ser un objeto paradójicamente anacrónico como es un reloj mecánico, aunque circunscritos a un mínimo de requerimientos técnicos como son el calibre -siempre un 2892-A2 grado Top-, el fondo transparente con la firma del arquitecto grabada en él y -por ahora- una peculiar manera de unir la correa a la caja que les da cierto aire de familia aunque sean dos relojes tan distintos. Ambos son de titanio grado 5 arenado con tratamiento anti-huellas, aunque esto no es un requisito sino más bien la querencia de parte del gremio por las cosas ligeras y sin brillos.
Souto de Moura optó por la forma clásica, redonda, dándole un giro de 30 grados a la esfera (que a mí me recordó a los de Tiempo Extático, qué habrá sido de ellos) para hacerlo un "driver" o, si se me permite el juego de palabras, un drawer, no como "cajón" sino como "dibujador"/diseñador. Porque lo que Souto quería era poder leer la hora sin tener que levantar el brazo de su posición mientras dibuja. Ningún misterio aquí: se ha girado la esfera a la vez que todo el calibre, lo que sitúa la corona -y la ventana de fecha- a las cuatro. Las agujas son de cosecha propia, y de alguna forma se mimetizan con el gran índice/cifra 1 de las 12, creando una curiosa sensación de simetría-asimetría cuando se mira la esfera en su conjunto. El cristal de zafiro abombado sugiere una "cúpula" muy arquitectónica.
La caja, de 38,5mm, tiene una forma un tanto de trampantojo -que no parece lo que es o que no es lo que parece- porque se ve más delgada de lo que uno esperaría si sabe que alberga un calibre mecánico y además automático. La gracia la tiene ese cilindro/anillo, que además de alojar el ETA 2892-A2 tiene unos añadidos que sirven de atraque al pasador que sujetará la correa de 18 mm de ancho. Esta curiosa configuración permite que el famoso "lug-to-lug" mida exactamente lo mismo que el diámetro de la caja: 38,5 mm. La trasera, del diámetro del calibre, es transparente para permitir ver ese acabado Top y lleva impresa la firma del arquitecto. Volviendo a la correa, es de piel de vacuno granulada y el cierre desplegable -muy cómodo- es del mismo titanio que la caja. Su forma cuadrada tiene que ver con el segundo y por ahora último reloj de la colección.
Álvaro Siza tiene nada menos que 90 años (cumple 91 el próximo 25 de junio) y fue empleador precisamente de Souto de Moura, quien trabajó en su estudio entre 1974 y 1979, antes de fundar su propio despacho.
Para diseñar "su" reloj. Siza se inspiró en una de sus obras más primerizas: la piscina das Marés, construida entre 1961 y 1966 en Matosinhos, cerca de Oporto, para uso y disfrute de los bañistas locales cuando el Atlántico se pone demasiado bravo para poder bañarse directamente en él. Quería algo distinto.
Y sí, la piscina es cuadrada (o casi, porque respetó la orografía original) como cuadrado es el reloj que nos ocupa. Con las cuatro aristas truncadas, una de ellas aloja la corona. La esfera, igualmente cuadrada, muestra los puntos cardinales, en cifras romanas en la versión blanca y árabes en la negra. Para preservar la simetría se ha prescindido del datario, aunque el índice de las 12 tiene una forma de ángulo de 90ª que no aparece en los demás. Las agujas son una adaptación de la señalética minimalista que Siza usa en algunos de sus proyectos.
Por lo demás, comparte características con el reloj de Souto: caja de titanio grado 5, trasera vista con la firma del arquitecto y con la forma de "vaso"" que hace al reloj visualmente más delgado, y los soportes, ahora desplazados a los extremos, que permiten el engarce de la correa, esta vez de caucho, con el mismo cierre desplegable también en titanio y por supuesto cuadrado. No hay logo, sólo letras, y están colocadas no encima sino debajo del eje de agujas. Por cierto, el reloj se produce íntegramente en Suiza (Biel, territorio relojero por excelencia)
Otro detalle: la correa termina con el mismo "corte" que lucen las aristas del cuadrado y del cierre:
Más allá de los criterios estéticos y filosóficos de Eduardo Souto de Moura y de Alvaro Siza para esos dos primeros relojes de la colección, lo que me ha llamado la atención es el concepto mismo de LEBOND: una cuidadísima puesta en escena, empezando por su propia web y continuando por un packaging que huye de lo fácil sin dejar de parecer sencillo: los estuches de viaje en piel se confeccionan en Ubrique, y las cajas de cartón que los protegen se realizan a mano en un taller de Barcelona.
Contra lo que pudiera parecer, no es este el estuche de presentación de cada reloj, sino una caja en forma de libro -con su funda- que le da un aspecto más "arquitectónico" si cabe.
Aun siendo una marca tan joven, LEBOND (de "Le Bon Design", el buen diseño) ya ha elegido embajador, que no es otro que el fotógrafo también portugués Fernando Guerra, especializado precisamente en arquitectura. Y eso no es todo. Hasta las oficinas ("headquarters") de Lebond transpiran arquitectura por todos los poros de su cemento.
De, por y para arquitectos. Me consta que hay entre nosotros más de uno (y más de diez) que ejerce actualmente.
Estaría bien conocer sus sensaciones más allá de las puramente relojeras.
No es esta la primera vez -ni seguramente la última- donde un arquitecto diseña un reloj, pero tal vez sí la primera vez -que yo sepa- en la que un arquitecto está detrás del proyecto convenciendo a otros arquitectos para que lo hagan.
Asier Mateo es el alma máter de LEBOND, una joven empresa de la que podríamos decir que es "de, por y para" arquitectos porque, según me explica, el grueso de sus clientes comparten profesión con él y sus diseñadores. Diseñadores que por ahora no son muchos -dos- pero que dada la juventud de la empresa -dos años escasos- parece que la cosa apunta maneras.
El criterio de Mateo a la hora de elegir a quién proponer un nuevo reloj es tan simple como arriesgado: debe ser un premio Pritzker, que para el que no lo sepa es como el Nobel de arquitectura. Simple porque la lista es larga, arriesgado porque uno nunca sabe qué respuesta va a recibir de alguien que ya está consagrado en lo suyo y que desde luego no va a hacerse rico con esto.
De momento ha tenido éxito con los portugueses Eduardo Souto de Moura (premio Pritzker 2011) y Alvaro Siza (en 1992). Cada uno de ellos ha aplicado libremente su propio imaginario a lo que debe ser un objeto paradójicamente anacrónico como es un reloj mecánico, aunque circunscritos a un mínimo de requerimientos técnicos como son el calibre -siempre un 2892-A2 grado Top-, el fondo transparente con la firma del arquitecto grabada en él y -por ahora- una peculiar manera de unir la correa a la caja que les da cierto aire de familia aunque sean dos relojes tan distintos. Ambos son de titanio grado 5 arenado con tratamiento anti-huellas, aunque esto no es un requisito sino más bien la querencia de parte del gremio por las cosas ligeras y sin brillos.
Souto de Moura optó por la forma clásica, redonda, dándole un giro de 30 grados a la esfera (que a mí me recordó a los de Tiempo Extático, qué habrá sido de ellos) para hacerlo un "driver" o, si se me permite el juego de palabras, un drawer, no como "cajón" sino como "dibujador"/diseñador. Porque lo que Souto quería era poder leer la hora sin tener que levantar el brazo de su posición mientras dibuja. Ningún misterio aquí: se ha girado la esfera a la vez que todo el calibre, lo que sitúa la corona -y la ventana de fecha- a las cuatro. Las agujas son de cosecha propia, y de alguna forma se mimetizan con el gran índice/cifra 1 de las 12, creando una curiosa sensación de simetría-asimetría cuando se mira la esfera en su conjunto. El cristal de zafiro abombado sugiere una "cúpula" muy arquitectónica.
La caja, de 38,5mm, tiene una forma un tanto de trampantojo -que no parece lo que es o que no es lo que parece- porque se ve más delgada de lo que uno esperaría si sabe que alberga un calibre mecánico y además automático. La gracia la tiene ese cilindro/anillo, que además de alojar el ETA 2892-A2 tiene unos añadidos que sirven de atraque al pasador que sujetará la correa de 18 mm de ancho. Esta curiosa configuración permite que el famoso "lug-to-lug" mida exactamente lo mismo que el diámetro de la caja: 38,5 mm. La trasera, del diámetro del calibre, es transparente para permitir ver ese acabado Top y lleva impresa la firma del arquitecto. Volviendo a la correa, es de piel de vacuno granulada y el cierre desplegable -muy cómodo- es del mismo titanio que la caja. Su forma cuadrada tiene que ver con el segundo y por ahora último reloj de la colección.
Álvaro Siza tiene nada menos que 90 años (cumple 91 el próximo 25 de junio) y fue empleador precisamente de Souto de Moura, quien trabajó en su estudio entre 1974 y 1979, antes de fundar su propio despacho.
Para diseñar "su" reloj. Siza se inspiró en una de sus obras más primerizas: la piscina das Marés, construida entre 1961 y 1966 en Matosinhos, cerca de Oporto, para uso y disfrute de los bañistas locales cuando el Atlántico se pone demasiado bravo para poder bañarse directamente en él. Quería algo distinto.
Y sí, la piscina es cuadrada (o casi, porque respetó la orografía original) como cuadrado es el reloj que nos ocupa. Con las cuatro aristas truncadas, una de ellas aloja la corona. La esfera, igualmente cuadrada, muestra los puntos cardinales, en cifras romanas en la versión blanca y árabes en la negra. Para preservar la simetría se ha prescindido del datario, aunque el índice de las 12 tiene una forma de ángulo de 90ª que no aparece en los demás. Las agujas son una adaptación de la señalética minimalista que Siza usa en algunos de sus proyectos.
Por lo demás, comparte características con el reloj de Souto: caja de titanio grado 5, trasera vista con la firma del arquitecto y con la forma de "vaso"" que hace al reloj visualmente más delgado, y los soportes, ahora desplazados a los extremos, que permiten el engarce de la correa, esta vez de caucho, con el mismo cierre desplegable también en titanio y por supuesto cuadrado. No hay logo, sólo letras, y están colocadas no encima sino debajo del eje de agujas. Por cierto, el reloj se produce íntegramente en Suiza (Biel, territorio relojero por excelencia)
Otro detalle: la correa termina con el mismo "corte" que lucen las aristas del cuadrado y del cierre:
Más allá de los criterios estéticos y filosóficos de Eduardo Souto de Moura y de Alvaro Siza para esos dos primeros relojes de la colección, lo que me ha llamado la atención es el concepto mismo de LEBOND: una cuidadísima puesta en escena, empezando por su propia web y continuando por un packaging que huye de lo fácil sin dejar de parecer sencillo: los estuches de viaje en piel se confeccionan en Ubrique, y las cajas de cartón que los protegen se realizan a mano en un taller de Barcelona.
Contra lo que pudiera parecer, no es este el estuche de presentación de cada reloj, sino una caja en forma de libro -con su funda- que le da un aspecto más "arquitectónico" si cabe.
Aun siendo una marca tan joven, LEBOND (de "Le Bon Design", el buen diseño) ya ha elegido embajador, que no es otro que el fotógrafo también portugués Fernando Guerra, especializado precisamente en arquitectura. Y eso no es todo. Hasta las oficinas ("headquarters") de Lebond transpiran arquitectura por todos los poros de su cemento.
De, por y para arquitectos. Me consta que hay entre nosotros más de uno (y más de diez) que ejerce actualmente.
Estaría bien conocer sus sensaciones más allá de las puramente relojeras.
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