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El Reloj De Pulsera: ¿un Discreto Atributo Del Ego?

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EL RELOJ DE PULSERA: ¿UN DISCRETO ATRIBUTO DEL EGO?


Desde una perspectiva ancestral el homo sapiens, considerado como individuo, ha tratado siempre de crear objetos más o menos inútiles desde un punto de vista objetivo, bien con un valor simbólico, bien con un valor meramente decorativo, con el fin de procurarse unos adornos personales que realzaran su singularidad frente al grupo, a fin de distinguirse así de sus semejantes. Esta característica, que era desconocida en los Neandertales, se hace ya patente en el hombre de Cromagnon, del que al parecer descendemos por línea directa (por cierto, en algunos de nuestros congéneres, esa línea descendente resulta patente y no admite discusión alguna).

Se trata, por tanto, de una característica genética difícil de obviar si contemplamos las manifestaciones culturales de todas y cada una de las civilizaciones que nos han precedido, así como de los distintos grupos que nos rodean donde, incluso las más remotas y lejanas agrupaciones humanas en forma de pueblos o tribus, ensalzan la individualidad diferenciadora a la que me refería y que va, desde casi traumáticas deformaciones de la morfología externa del propio cuerpo, hasta los tatuajes, la pintura decorativa de la epidermis, el corte del pelo y cómo no, las pulseras, collares, huesos, pendientes, etc. que cuelgan de sus distintas protuberancias. La sociedad en que nos ha tocado vivir no es en absoluto ajena a todas esas tendencias, a través de las cuales el sujeto reclama su propia individualidad frente a la masa. Ello, no solamente es lícito, sino que entiendo que, por lo dicho, responde a una demanda anclada en lo más íntimo del ser humano, aunque el factor cultural occidental que nos ha tocado vivir y compartir, cuyos orígenes más próximos se remontan a la revolución industrial, a caballo de los SS XVIII y XIX, ha supuesto el filtro o tamiz tras el que se han materializado las diversas tendencias y modas, configuradoras de nuestros gustos y apetencias.

Así, debido a tal factor cultural tamizador, los varones actuales nos hemos visto sumergidos en la discreción como parámetro, valor y requisito sine qua non a través del que debemos exteriorizar nuestra propia individualidad, so pena de caer en lo grotesco. La sociedad capitalista y el estado social y de derecho en los que nos desenvolvemos, de un lado nos iguala en derechos y deberes, convirtiendo en aspiraciones de la masa lo que antes fuera solo de unos pocos y, de otro, nos deja saciar el ánimo de individualidad que todos llevamos dentro, a través de la tan manida discreción. Así, solo deberíamos diferenciarnos externamente de nuestros semejantes a través del color de la corbata, del dibujo de la camisa, del corte de pelo (el que lo tenga), etc. y, todo ello, dentro de unas tendencias y modas que definen lo que es “políticamente correcto”.

Resulta obvio que, como aficionados a los relojes, éstos pasen inevitablemente a engrosar esa lista de atributos externos que, desde una perspectiva meramente formal, nos distinguen –solo mientras los llevamos puestos- de nuestros semejantes. Esto, que resulta inevitable, no deja de ser tampoco ajeno a tendencias y modas que son las que, a su vez y en su día, nos sumergieron en esta loca afición, que cada uno practica como sabe o como puede y en la que no veo más censura o crítica que la que entiendo que debe recaer en aquéllos que, tildándose de “aficionados”, solo compran sus relojes por esnobismo social y con la visión única y miope de cubrir sus complejos y deficiencias personales a través de la exhibición de lo caro y de lo grande frente a los demás.

Dicho esto, como decía, cada uno enfoca su afición como sabe o como puede y así, hay quien satisface plenamente su pasión con relojes antiguos o vintage’s, porque sus conceptos estéticos en relojería, así como sus conocimientos técnicos, encuentran plena satisfacción ante esas “viejas glorias”. Seguramente a ese grupo pertenecen los más puristas, los cuales incluso ven con cierta ajeneidad a su motivación pasional los desarrollos y estéticas que acompañan a la industria relojera actual.

Entiendo que existe un segundo grupo de aficionados, entre los que me incluyo, y que optamos por una mayor flexibilidad, concibiendo nuestra común afición como algo evolutivo y en casi permanente actualización y, por tanto, repartiendo nuestro gusto entre esas maravillosas antiguallas en las que nos iniciamos y los relojes que el mercado actual nos brinda.

Podríamos también hablar de un tercer grupo –que realmente no lo es- de muy alto poder adquisitivo compuesto por esnobs y cretinos, que se dicen aficionados a los relojes y que solo los compran por su alto precio y el exclusivismo que ello acarrea, con absoluta ignorancia de sus bondades o maldades reales y como meros artículos pretendidamente maquilladores de sus más que probables deficiencias personales. Estos, no toleran salirse un ápice de las más rabiosas tendencias actuales.

Se podrían hacer muchas matizaciones y subdivisiones en cada grupo pero, en cualquier caso, entiendo que todas las opciones son legítimas y para eso está el libre mercado con su oferta y demanda. La relojería en general, no deja de ser un lujo a la postre innecesario más allá de esas “herramientas básicas” que sirven para darnos la hora por lo que, como tal lujo, entiendo que no es procedente tildar a un reloj en concreto como caro, ya que tal adjetivo solo será aplicable en relación a la medida de nuestro bolsillo en concreto, pero quizás sea improcedente para aplicarlo en relación al bolsillo del vecino ya que… ¿cuál debe ser el precio del lujo?

No creo equivocarme si afirmo que todos hemos ido asumiendo cotas cada vez mayores en nuestra afición a través de la dedicación a ella de horas y euros o que, cuanto menos, nos vamos marcando metas de mayores pretensiones como forma de conseguir piezas a las que solo habíamos aspirado en sueños, al igual que nos ocurre en otros ámbitos materialistas de la vida (o ¿es que ya no os acordáis de vuestro primer “Seat-600” y del coche que tenéis ahora?).

En cuanto a los relojes buenos, grandes y de moda, confieso que muchos de ellos me gustan, aunque sólo lo suficiente como para comprarme alguno de ellos, pero es que también me gustan los buenos y pequeños fruto de la moda de otros tiempos pretéritos. Yo, que era tremendamente resistente a comprarme un reloj de más de 40 mm de diámetro, debo reconocer que a mi vista cansada (parece mentira pero todo llega en la vida) le ha venido estupendamente el resurgimiento de los relojes de tamaño generoso.

Ahora bien, que quede bien claro que lo de la “discreción” forma ya parte de la personalidad de cada uno y no estrictamente del reloj, puesto que se puede ser tremendamente indiscreto con un pequeño PP Calatrava y sumamente discreto con un IWC Gran Aviador. Un auténtico aficionado se compra un reloj para sí mismo y para nadie más (y ahí todo vale), ya que si se lo compra “para los demás”, ni será aficionado, ni dejará de pertenecer a ese, para mí proscrito, “tercer grupo”.


Un S@ludo.

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