ElChusco
Forer@ Senior
Sin verificar
Buenos días, buena semana.
Como tantas veces hago por la noche, justo antes de dormirme, saco de la caja el que planeo ponerme al día siguiente; y luego por la mañana, para culminar la tarea de vestirme, lo vuelvo a meter en la caja y me pongo otro distinto al inicialmente previsto. Algunas veces me mantenido la decisión, pero raras veces.
Este nunca es el de la noche. Tampoco es que lleve mucho en casa: Conseguí la esfera hace poco, y en una tarde de no hace muchos domingos urdí el trasplante con otro zakaz que tenía. No era mucha la herejía, ya aquel era medio franki.
Esta mañana se ha impuesto este por la principal razón por la que me hice con la esfera, por nostalgia. Era el reloj que llevaba al instituto. Tenía otros, no muchos más, cinco serían en total. Pero este vostok era mi favorito.
En aquellos años la chavalería no podía imaginar que la hora se podía consultar en unas minipantallas con las que terminaríamos haciendo cotidianamente casi de todo, hasta telefonear de vez en cuando. Todas y todos llevábamos reloj.
Yo me sentía dichoso de llevarlo. No era un reloj lujoso, chic ni moderno, pero era diferente; yo llevaba un reloj mecánico, y para mí lo más exclusivo del mundo era darle cuerda públicamente. Creo que en la adolescencia reivindicamos nuestra individualidad como podemos, cada cual a su manera, y yo vivía la exhibición de aquella rutina como un acto revolucionario en un mundo de pilas.
La esfera era otro guiño romántico. Desde luego había leído sobre el estalinismo -entonces era un adolescente marciano, hoy sería incluso extrasolar-, pero me quedaba con la precuela del relato, y mi muñeca jugaba a denunciar el zarismo de ese mundo que me rodeaba.
Lo perdí, en los muchos años que siguieron de universidad, mudanzas, aventuras laborales, familia, paternidad, más aventuras laborales y aún más mudanzas. Pero como os decía, no hace mucho he vuelto a conjurarlo. Y es así que esta mañana he querido repetir el gesto de darle cuerda en público. El giro que le doy no es mecánico, sino retórico, ya sé.
Pero también sé que lo hago ante aula y pupitres mucho más románticos y revolucionarios que los de aquellos días. Vuestra resistencia a ver la hora en una pantalla no es conservadora. Insistís en divulgar y proteger pequeños misterios.
A mí me parece algo revolucionario.
Como tantas veces hago por la noche, justo antes de dormirme, saco de la caja el que planeo ponerme al día siguiente; y luego por la mañana, para culminar la tarea de vestirme, lo vuelvo a meter en la caja y me pongo otro distinto al inicialmente previsto. Algunas veces me mantenido la decisión, pero raras veces.
Este nunca es el de la noche. Tampoco es que lleve mucho en casa: Conseguí la esfera hace poco, y en una tarde de no hace muchos domingos urdí el trasplante con otro zakaz que tenía. No era mucha la herejía, ya aquel era medio franki.
Esta mañana se ha impuesto este por la principal razón por la que me hice con la esfera, por nostalgia. Era el reloj que llevaba al instituto. Tenía otros, no muchos más, cinco serían en total. Pero este vostok era mi favorito.
En aquellos años la chavalería no podía imaginar que la hora se podía consultar en unas minipantallas con las que terminaríamos haciendo cotidianamente casi de todo, hasta telefonear de vez en cuando. Todas y todos llevábamos reloj.
Yo me sentía dichoso de llevarlo. No era un reloj lujoso, chic ni moderno, pero era diferente; yo llevaba un reloj mecánico, y para mí lo más exclusivo del mundo era darle cuerda públicamente. Creo que en la adolescencia reivindicamos nuestra individualidad como podemos, cada cual a su manera, y yo vivía la exhibición de aquella rutina como un acto revolucionario en un mundo de pilas.
La esfera era otro guiño romántico. Desde luego había leído sobre el estalinismo -entonces era un adolescente marciano, hoy sería incluso extrasolar-, pero me quedaba con la precuela del relato, y mi muñeca jugaba a denunciar el zarismo de ese mundo que me rodeaba.
Lo perdí, en los muchos años que siguieron de universidad, mudanzas, aventuras laborales, familia, paternidad, más aventuras laborales y aún más mudanzas. Pero como os decía, no hace mucho he vuelto a conjurarlo. Y es así que esta mañana he querido repetir el gesto de darle cuerda en público. El giro que le doy no es mecánico, sino retórico, ya sé.
Pero también sé que lo hago ante aula y pupitres mucho más románticos y revolucionarios que los de aquellos días. Vuestra resistencia a ver la hora en una pantalla no es conservadora. Insistís en divulgar y proteger pequeños misterios.
A mí me parece algo revolucionario.
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