Osinar
Forer@ Senior
Sin verificar
En ElMundo.es de hoy aparece la siguiente noticia. Al adquirir una falsificación, la gente financia adicionalmente -o eso parece- otras actividades muy nocivas.
Será bueno que los frívolos consumidores de necedades lo vayan sabiendo. A ver si la conciencia les hace avanzar donde el mal gusto les tiene frenados...
NOTICIA QUE SE CITA:
El mercado criminal que esconde el mundo de las imitaciones
Relojes falsos en una tienda de Pekín. (Foto: REUTERS)
MARÍA RAMÍREZ
BRUSELAS.- La tienda de los hermanos Chedadi en Lavapiés, implicada en la financiación de los atentados del 11-M, vendía falsificaciones por encargo. El mercado de imitaciones de frenos y parachoques alemanes ha nutrido durante años a Hizbulá. Y, en 1993, los extremistas que pusieron un coche bomba en el World Trade Center consiguieron dólares frescos gracias a la venta de ropa con marcas falsas en Broadway.
Según Interpol, incluso ETA ha recurrido a esta fuente de financiación que ya se entrelaza con los negocios de las bandas terroristas, con conexiones directas o indirectas con el tráfico de personas, la explotación infantil, la prostitución y el narcotráfico. Ronald Noble, secretario general de la organización de inteligencia internacional, testificó en la Cámara de Representantes de EEUU que la banda terrorista vasca estaba relacionada con el mercado de "falsificación de ropa y bolsos".
La compra de una baguette con un logo de Louis Vuitton en una acera a un precio 10 veces inferior al de las tiendas sigue pareciendo un crimen sin víctimas, pero, si bien aún no se percibe la conexión con las redes más oscuras del planeta, el consumidor empieza a sufrir, y a entender, los riesgos de un mercado diversificado y omnipresente.
En las últimas dos décadas, las falsificaciones de ropa, bolsos, gafas y relojes, pero también de medicamentos, piezas de avión o de coche, gasolina, juguetes o bebidas han aumentado hasta un 10.000%, en un negocio a escala industrial que mueve un mínimo de 200.000 millones de dólares al año, es decir más que el PIB de 24 países de la UE, según un informe de la OCDE de 2005 que ni siquiera incluye los productos falsificados domésticamente ni los vendidos en internet.
Según la Coalición Internacional anti-Falsificación de Washington, la cifra es, al menos, de 600.000 millones de dólares y está en ascenso. En 2006, los aduaneros de la UE intervinieron más de 128 millones de productos falsos y pirateados, es decir un 70% más que el año anterior.
La clave del 'boom' es la producción masiva en China, donde las autoridades empiezan a luchar contra un concepto ajeno a su cultura desde que Confucio invitaba a copiar los escritos de los grandes autores para distribuirlos democráticamente. El Estado, que inculcó durante décadas que la propiedad no era ni de los individuos ni de las compañías –hasta los 80, ni siquiera existía una legislación de patentes– intenta cambiar el mensaje en un país que produce entre el 60% y el 80% de las falsificaciones que entran en la UE.
"Europa lo hace; Oriente lo falsifica", declaraba esta semana Charlie McCreevy, comisario de Mercado Interior, durante una conferencia internacional contra las falsificaciones en Bruselas, optimista sobre la concienciación de Pekín. "Mientras China empieza a desarrollar su propia investigación, se está dando cuenta de que el violador de hoy podría convertirse en la víctima de mañana", comentaba el irlandés en el Charlemagne, una de las sedes de la Comisión, decorada para la ocasión con falsificaciones y carteles de cigüeñas idénticas que desafiaban a buscar "la diferencia" entre la falsa y la real (una proyectaba la sombra de una calavera).
La conferencia era parte de la consulta pública para valorar si se necesita más regulación, si bien McCreevy prefiere, en principio, utilizar la legislación existente y mejorar los controles aduaneros y la colaboración entre las industrias. Además, las normas disuasorias ya están encima de la mesa de discusión de los ministros de los Veintisiete con una propuesta de directiva que considera "todas las violaciones de la propiedad intelectual a escala comercial como una ofensa criminal".
En Francia o Italia, las sanciones ya son especialmente duras, incluso para los compradores, aunque raramente se aplican. En 2004, el Gobierno francés dobló la multa para los clientes hasta 300.000 euros o tres años de cárcel, aunque aún espera resultados.
El contraataque al negocio de internet –el que está desplazando a las aceras– puede ser, en cambio, más efectivo en función de la suerte de dos querellas contra eBay, una de Louis Vuitton, en París, y otra de Tiffany, en Nueva York. La joyería preferida de Holly Golightly denuncia que más del 70% de los productos que vende como suyos la casa de subastas online son falsificaciones, en un caso que ya está visto para sentencia.
Pese al gasto en la lucha contra los falsos, incluso algunos diseñadores les quitan vanidosamente importancia. En Deluxe de Dana Thomas, un ensayo sobre la industria del lujo publicado el año pasado, Marc Jacobs, el modisto estadounidense y ahora creador para Vuitton, dice: "Las falsificaciones son fantásticas... Desde que estoy aquí, todo lo que hemos hecho ha sido copiado. Aspiramos a crear un producto deseable".
En el caso de las marcas de lujo, el coste de defender su logo ya está incluido en el precio que paga el consumidor, pero las nuevas falsificaciones son mucho menos halagadoras y peligrosas que las de una camiseta de Marc Jacobs.
En diciembre de 1995, cuando un Boeing de American Airlines se estrelló en Colombia, los piratas de la selva no esperaron ni a que los servicios de emergencia sacaran a los 159 cuerpos de las víctimas para desmontar el avión y llevarse hasta la cabina en helicóptero para vender o copiar piezas. El destino era el habitual, el mercado negro de Miami y, de ahí a algún aeroplano, cuya deficiente construcción puede tener consecuencias fatales.
El comercio de falsificaciones hace años que dejó de ser, como decía McCreevy el martes, "una cuestión de comprar una camiseta en la playa con un falso cocodrilo de Lacoste".
Será bueno que los frívolos consumidores de necedades lo vayan sabiendo. A ver si la conciencia les hace avanzar donde el mal gusto les tiene frenados...
NOTICIA QUE SE CITA:
El mercado criminal que esconde el mundo de las imitaciones
- Las falsificaciones se han multiplicado por el ascenso de China
- Mueven miles de millones de dólares anuales y financian el terrorismo
MARÍA RAMÍREZ
BRUSELAS.- La tienda de los hermanos Chedadi en Lavapiés, implicada en la financiación de los atentados del 11-M, vendía falsificaciones por encargo. El mercado de imitaciones de frenos y parachoques alemanes ha nutrido durante años a Hizbulá. Y, en 1993, los extremistas que pusieron un coche bomba en el World Trade Center consiguieron dólares frescos gracias a la venta de ropa con marcas falsas en Broadway.
Según Interpol, incluso ETA ha recurrido a esta fuente de financiación que ya se entrelaza con los negocios de las bandas terroristas, con conexiones directas o indirectas con el tráfico de personas, la explotación infantil, la prostitución y el narcotráfico. Ronald Noble, secretario general de la organización de inteligencia internacional, testificó en la Cámara de Representantes de EEUU que la banda terrorista vasca estaba relacionada con el mercado de "falsificación de ropa y bolsos".
La compra de una baguette con un logo de Louis Vuitton en una acera a un precio 10 veces inferior al de las tiendas sigue pareciendo un crimen sin víctimas, pero, si bien aún no se percibe la conexión con las redes más oscuras del planeta, el consumidor empieza a sufrir, y a entender, los riesgos de un mercado diversificado y omnipresente.
En las últimas dos décadas, las falsificaciones de ropa, bolsos, gafas y relojes, pero también de medicamentos, piezas de avión o de coche, gasolina, juguetes o bebidas han aumentado hasta un 10.000%, en un negocio a escala industrial que mueve un mínimo de 200.000 millones de dólares al año, es decir más que el PIB de 24 países de la UE, según un informe de la OCDE de 2005 que ni siquiera incluye los productos falsificados domésticamente ni los vendidos en internet.
Según la Coalición Internacional anti-Falsificación de Washington, la cifra es, al menos, de 600.000 millones de dólares y está en ascenso. En 2006, los aduaneros de la UE intervinieron más de 128 millones de productos falsos y pirateados, es decir un 70% más que el año anterior.
La clave del 'boom' es la producción masiva en China, donde las autoridades empiezan a luchar contra un concepto ajeno a su cultura desde que Confucio invitaba a copiar los escritos de los grandes autores para distribuirlos democráticamente. El Estado, que inculcó durante décadas que la propiedad no era ni de los individuos ni de las compañías –hasta los 80, ni siquiera existía una legislación de patentes– intenta cambiar el mensaje en un país que produce entre el 60% y el 80% de las falsificaciones que entran en la UE.
"Europa lo hace; Oriente lo falsifica", declaraba esta semana Charlie McCreevy, comisario de Mercado Interior, durante una conferencia internacional contra las falsificaciones en Bruselas, optimista sobre la concienciación de Pekín. "Mientras China empieza a desarrollar su propia investigación, se está dando cuenta de que el violador de hoy podría convertirse en la víctima de mañana", comentaba el irlandés en el Charlemagne, una de las sedes de la Comisión, decorada para la ocasión con falsificaciones y carteles de cigüeñas idénticas que desafiaban a buscar "la diferencia" entre la falsa y la real (una proyectaba la sombra de una calavera).
La conferencia era parte de la consulta pública para valorar si se necesita más regulación, si bien McCreevy prefiere, en principio, utilizar la legislación existente y mejorar los controles aduaneros y la colaboración entre las industrias. Además, las normas disuasorias ya están encima de la mesa de discusión de los ministros de los Veintisiete con una propuesta de directiva que considera "todas las violaciones de la propiedad intelectual a escala comercial como una ofensa criminal".
En Francia o Italia, las sanciones ya son especialmente duras, incluso para los compradores, aunque raramente se aplican. En 2004, el Gobierno francés dobló la multa para los clientes hasta 300.000 euros o tres años de cárcel, aunque aún espera resultados.
El contraataque al negocio de internet –el que está desplazando a las aceras– puede ser, en cambio, más efectivo en función de la suerte de dos querellas contra eBay, una de Louis Vuitton, en París, y otra de Tiffany, en Nueva York. La joyería preferida de Holly Golightly denuncia que más del 70% de los productos que vende como suyos la casa de subastas online son falsificaciones, en un caso que ya está visto para sentencia.
Pese al gasto en la lucha contra los falsos, incluso algunos diseñadores les quitan vanidosamente importancia. En Deluxe de Dana Thomas, un ensayo sobre la industria del lujo publicado el año pasado, Marc Jacobs, el modisto estadounidense y ahora creador para Vuitton, dice: "Las falsificaciones son fantásticas... Desde que estoy aquí, todo lo que hemos hecho ha sido copiado. Aspiramos a crear un producto deseable".
En el caso de las marcas de lujo, el coste de defender su logo ya está incluido en el precio que paga el consumidor, pero las nuevas falsificaciones son mucho menos halagadoras y peligrosas que las de una camiseta de Marc Jacobs.
En diciembre de 1995, cuando un Boeing de American Airlines se estrelló en Colombia, los piratas de la selva no esperaron ni a que los servicios de emergencia sacaran a los 159 cuerpos de las víctimas para desmontar el avión y llevarse hasta la cabina en helicóptero para vender o copiar piezas. El destino era el habitual, el mercado negro de Miami y, de ahí a algún aeroplano, cuya deficiente construcción puede tener consecuencias fatales.
El comercio de falsificaciones hace años que dejó de ser, como decía McCreevy el martes, "una cuestión de comprar una camiseta en la playa con un falso cocodrilo de Lacoste".