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Sucedió un 26 de septiembre de 1983. La mayoría de los habitantes de este planeta ni siquiera nos enteramos, pero en Serpujov (URSS), en un bunker de misiles, se vivieron unos angustiosos minutos de los que dependió la vida de todos nosotros.
ANTECEDENTES
Durante el verano boreal de 1983, las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos pasaban por su peor momento en mucho tiempo. La OTAN había ejecutado maniobras navales en una zona estratégicamente sensible (las inmediaciones del Mar de Barents) y el liderazgo soviético las había seguido con los pelos de punta. A este cuadro se agregó un desafortunado incidente sucedido el 1º de setiembre, cuando un Boeing 747 de Korean Air, que unía Nueva York con Seúl, por razones nunca aclaradas, se desvió de su ruta y penetró inadvertidamente en espacio aéreo soviético sobre la península de Kamchatka, en el Lejano Oriente. El avión fue derribado sobre la isla de Sajalin, muriendo sus 269 ocupantes, entre ellos un congresista norteamericano, el representante demócrata por Georgia, Larry McDonald.
Como consecuencia del incidente y de la paranoia que las agresivas acciones de la administración Reagan habían infundido en los líderes soviéticos, éstos consideraban, en esos días, perfectamente posible que Estados Unidos decidiera lo que se consideraba impensable: un ataque nuclear por sorpresa. Pocas semanas después estaban programados unos ejercicios llamados "Able Archer" ("Arquero Capaz"), que involucraban crecientes niveles de alerta en las bases norteamericanas de misiles en Europa, así como un simulacro de empleo de armas nucleares tácticas. En el Kremlin, se consideraba seriamente que "Arquero Capaz" fuera en realidad una cobertura para el ataque.
Es en este marco de tensión elevada y casi permanente ambos paises ya poseían un arsenal de armas nucleares capaz de destruir el planeta entero no una, sino varias veces. Paradójicamente, el consenso de los expertos indicaba que ese arsenal era la garantía de que una guerra total era virtualmente imposible: nadie en su sano juicio desataría un conflicto que derivara en lo que se denominaba Destrucción Mutua Asegurada (en inglés, Mutually Assured Destruction, conocida por su apropiado acrónimo de MAD, o sea, "loco").
SERPUJOV, RUSIA, 26 DE SETIEMBRE DE 1983
A un centenar de kilómetros al sudoeste de Moscú se halla el búnker de Serpujov-15, donde en esa época se centralizaba la información proveniente de los sistemas de alerta de la URSS ante un posible ataque a su territorio con misiles intercontinentales. Las normas vigentes en ese entonces no están del todo claras, pero puede afirmarse que el deber del oficial a cargo era el de validar cualquier alerta surgido del sistema e iniciar el procedimiento de represalia. Una vez iniciado éste, sólo restaban entre diez y doce minutos antes de que la decisión del contraataque fuera irreversible: ése era el tiempo que tenía el Kremlin para decidir si detenía o no el Armagedón.
En la noche del 25 al 26 de setiembre de 1983, el oficial al mando era un teniente coronel de 44 años, llamado Stanislav Petrov. A las 0:15 del 26, las computadoras interpretaron un destello detectado sobre Montana, EE. UU., por uno de los nueve satélites Oko ("ojo") como señal de que un misil había sido disparado hacia la Unión Soviética. Petrov creyó que se trataba de un error: un ataque con un solo proyectil no tenía ninguna lógica. ¿Qué presidente norteamericano lanzaría un solo misil contra la URSS, sabiendo que la respuesta serían miles y miles? Petrov sabía que circulaban muchos cuestionamientos a la confiabilidad del sistema, y que la posibilidad de un fallo no era despreciable: la supercomputadora M-10 era considerada poco menos que un montón de chatarra, y no había sido reemplazada por una más potente por el embargo que los Estados Unidos había impuesto a la venta a Moscú de tecnología avanzada. Además se sabía que los satélites Oko habían sido puestos en órbita más para simular ante los norteamericanos la existencia de una sofisticada red de alerta que para organizar una defensa eficaz.
Poco tiempo después, los sistemas anunciaron que un segundo misil había sido disparado. A esta alarma le siguieron rápidamente tres más: ahora tal vez había cinco misiles viajando con su carga de destrucción hacia territorio soviético. Los radares no podían detectar blancos más allá de la línea del horizonte; para cuando estuvieran en condiciones de confirmar o negar el ataque, podría ser muy tarde como para responderlo. Petrov no tenía otra información disponible más que las cinco alertas; intuía que eran otros tantos fallos del sistema, pero ¿si no lo eran? Estaba consintiendo ni más ni menos que la devastación de su propia nación. Por otra parte, si iniciaba el procedimiento de represalia, existía una probabilidad muy elevada de que el mismo terminara desatando un contraataque total inmediato. En cualquiera de los dos casos, ello equivaldría a la muerte de millones de personas.
El aire se cortaba con un cuchillo en Serpujov-15, y Petrov estaba bajo una presión y un nerviosismo tal que no pudo volver a dormir durante varios días. Sin otra información que la que le brindaban las computadoras del búnker, Petrov, con el corazón en la garganta, decidió confiar en su intuición y avisó a su superior, el general Yuri Votintsev (a su vez encargado de despertar al Ministro de Defensa, Dimitri Ustinov) que el sistema había emitido una falsa alarma. Los cinco minutos que pasaron hasta que fue evidente que Petrov estaba en lo cierto escapan a cualquier descripción en palabras mínimamente adecuada.
LAS CONSECUENCIAS
Uno de los hechos más sorprendentes de este episodio es que Petrov no integraba el grupo de oficiales que habitualmente era designado para estar a cargo de Serpujov-15. Fue la casualidad lo que puso a Petrov en ese lugar, y en buena medida lo que permite que sigamos respirando, porque ¿quién garantiza que otro oficial no hubiera tomado otra decisión?
De hecho, Petrov había desobedecido sus órdenes. Se abrió una investigación secreta, como resultado de la cual se acusó a Petrov de una falta burocrática menor (en concreto, haber completado unos formularios de manera impropia) y, si bien no se lo penó, se lo dejó de considerar confiable. El sistema soviético evaluaba como una falta el demostrar menor consideración a las órdenes que a la capacidad de tomar la decisión adecuada bajo una presión extrema. Un perfecto anticipo del desmoronamiento que estaba a la vuelta de la esquina.
La investigación también reveló que los destellos detectados eran reflejos del sol en nubes altas, erróneamente interpretados por el software del sistema de alerta como motores de misiles en funcionamiento. De hecho, el software fue reescrito. En 1984, y aparentemente como respuesta a las falencias demostradas por el sistema de alerta, los soviéticos colocaron un nuevo satélite en una órbita geoestacionaria sobre territorio norteamericano, de manera tal de obtener una comprobación independiente de las observaciones efectuadas por los Oko.
Petrov había dejado expuestos graves errores de sus superiores, el más obvio de los cuales era haber puesto en operación un sistema que adolecía de fallas graves: si esta vez había dado una alerta falsa, bien podría ser que no suministrase alerta alguna en el momento de necesitarla.
Petrov fue asignado a puestos de responsabilidad menor y se retiró voluntariamente a los pocos meses, con el mismo grado. Entonces se radicó en la pequeña ciudad de Fryazino, donde vivía de su muy magra jubilación como un absoluto desconocido, junto a su esposa Raisa y sus hijos Dimitri y Yelena. Por si su desgracia fuera poca, Raisa murió al poco tiempo, vencida por una larga y penosa enfermedad. Nunca se consideró a sí mismo un héroe, sino un hombre que cumplió con su deber, pese a lo cual, el 21 de mayo de 2004, una institución de San Francisco, EE.UU., la Asociación de Ciudadanos del Mundo, le concedió su Premio Anual, más una módica contribución de mil dólares. No parece un gran premio para un hombre que evitó la catástrofe definitiva, aunque, por otra parte ¿qué premio sería el adecuado? El Senado de Australia también votó una resolución de reconocimiento unas pocas semanas después. Tampoco parece gran cosa. Por problemas cardiovasculares, Petrov, el hombre que nos salvó a todos, estuvo un tiempo con problemas para caminar normalmente, sin siquiera tener dinero suficiente como para pagarse un buen tratamiento.
Pocas veces la historia da a cada uno lo que merece. La vida de Stanislav Petrov es reveladora de ello. No obstante, desde aquí, mi respeto y reconocimiento por tener iniciativa y por ser capaz de hacer lo correcto en lugar de lo ordenado.
Un cordial saludo a todos.
ANTECEDENTES
Durante el verano boreal de 1983, las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos pasaban por su peor momento en mucho tiempo. La OTAN había ejecutado maniobras navales en una zona estratégicamente sensible (las inmediaciones del Mar de Barents) y el liderazgo soviético las había seguido con los pelos de punta. A este cuadro se agregó un desafortunado incidente sucedido el 1º de setiembre, cuando un Boeing 747 de Korean Air, que unía Nueva York con Seúl, por razones nunca aclaradas, se desvió de su ruta y penetró inadvertidamente en espacio aéreo soviético sobre la península de Kamchatka, en el Lejano Oriente. El avión fue derribado sobre la isla de Sajalin, muriendo sus 269 ocupantes, entre ellos un congresista norteamericano, el representante demócrata por Georgia, Larry McDonald.
Como consecuencia del incidente y de la paranoia que las agresivas acciones de la administración Reagan habían infundido en los líderes soviéticos, éstos consideraban, en esos días, perfectamente posible que Estados Unidos decidiera lo que se consideraba impensable: un ataque nuclear por sorpresa. Pocas semanas después estaban programados unos ejercicios llamados "Able Archer" ("Arquero Capaz"), que involucraban crecientes niveles de alerta en las bases norteamericanas de misiles en Europa, así como un simulacro de empleo de armas nucleares tácticas. En el Kremlin, se consideraba seriamente que "Arquero Capaz" fuera en realidad una cobertura para el ataque.
Es en este marco de tensión elevada y casi permanente ambos paises ya poseían un arsenal de armas nucleares capaz de destruir el planeta entero no una, sino varias veces. Paradójicamente, el consenso de los expertos indicaba que ese arsenal era la garantía de que una guerra total era virtualmente imposible: nadie en su sano juicio desataría un conflicto que derivara en lo que se denominaba Destrucción Mutua Asegurada (en inglés, Mutually Assured Destruction, conocida por su apropiado acrónimo de MAD, o sea, "loco").
SERPUJOV, RUSIA, 26 DE SETIEMBRE DE 1983
A un centenar de kilómetros al sudoeste de Moscú se halla el búnker de Serpujov-15, donde en esa época se centralizaba la información proveniente de los sistemas de alerta de la URSS ante un posible ataque a su territorio con misiles intercontinentales. Las normas vigentes en ese entonces no están del todo claras, pero puede afirmarse que el deber del oficial a cargo era el de validar cualquier alerta surgido del sistema e iniciar el procedimiento de represalia. Una vez iniciado éste, sólo restaban entre diez y doce minutos antes de que la decisión del contraataque fuera irreversible: ése era el tiempo que tenía el Kremlin para decidir si detenía o no el Armagedón.
En la noche del 25 al 26 de setiembre de 1983, el oficial al mando era un teniente coronel de 44 años, llamado Stanislav Petrov. A las 0:15 del 26, las computadoras interpretaron un destello detectado sobre Montana, EE. UU., por uno de los nueve satélites Oko ("ojo") como señal de que un misil había sido disparado hacia la Unión Soviética. Petrov creyó que se trataba de un error: un ataque con un solo proyectil no tenía ninguna lógica. ¿Qué presidente norteamericano lanzaría un solo misil contra la URSS, sabiendo que la respuesta serían miles y miles? Petrov sabía que circulaban muchos cuestionamientos a la confiabilidad del sistema, y que la posibilidad de un fallo no era despreciable: la supercomputadora M-10 era considerada poco menos que un montón de chatarra, y no había sido reemplazada por una más potente por el embargo que los Estados Unidos había impuesto a la venta a Moscú de tecnología avanzada. Además se sabía que los satélites Oko habían sido puestos en órbita más para simular ante los norteamericanos la existencia de una sofisticada red de alerta que para organizar una defensa eficaz.
Poco tiempo después, los sistemas anunciaron que un segundo misil había sido disparado. A esta alarma le siguieron rápidamente tres más: ahora tal vez había cinco misiles viajando con su carga de destrucción hacia territorio soviético. Los radares no podían detectar blancos más allá de la línea del horizonte; para cuando estuvieran en condiciones de confirmar o negar el ataque, podría ser muy tarde como para responderlo. Petrov no tenía otra información disponible más que las cinco alertas; intuía que eran otros tantos fallos del sistema, pero ¿si no lo eran? Estaba consintiendo ni más ni menos que la devastación de su propia nación. Por otra parte, si iniciaba el procedimiento de represalia, existía una probabilidad muy elevada de que el mismo terminara desatando un contraataque total inmediato. En cualquiera de los dos casos, ello equivaldría a la muerte de millones de personas.
El aire se cortaba con un cuchillo en Serpujov-15, y Petrov estaba bajo una presión y un nerviosismo tal que no pudo volver a dormir durante varios días. Sin otra información que la que le brindaban las computadoras del búnker, Petrov, con el corazón en la garganta, decidió confiar en su intuición y avisó a su superior, el general Yuri Votintsev (a su vez encargado de despertar al Ministro de Defensa, Dimitri Ustinov) que el sistema había emitido una falsa alarma. Los cinco minutos que pasaron hasta que fue evidente que Petrov estaba en lo cierto escapan a cualquier descripción en palabras mínimamente adecuada.
LAS CONSECUENCIAS
Uno de los hechos más sorprendentes de este episodio es que Petrov no integraba el grupo de oficiales que habitualmente era designado para estar a cargo de Serpujov-15. Fue la casualidad lo que puso a Petrov en ese lugar, y en buena medida lo que permite que sigamos respirando, porque ¿quién garantiza que otro oficial no hubiera tomado otra decisión?
De hecho, Petrov había desobedecido sus órdenes. Se abrió una investigación secreta, como resultado de la cual se acusó a Petrov de una falta burocrática menor (en concreto, haber completado unos formularios de manera impropia) y, si bien no se lo penó, se lo dejó de considerar confiable. El sistema soviético evaluaba como una falta el demostrar menor consideración a las órdenes que a la capacidad de tomar la decisión adecuada bajo una presión extrema. Un perfecto anticipo del desmoronamiento que estaba a la vuelta de la esquina.
La investigación también reveló que los destellos detectados eran reflejos del sol en nubes altas, erróneamente interpretados por el software del sistema de alerta como motores de misiles en funcionamiento. De hecho, el software fue reescrito. En 1984, y aparentemente como respuesta a las falencias demostradas por el sistema de alerta, los soviéticos colocaron un nuevo satélite en una órbita geoestacionaria sobre territorio norteamericano, de manera tal de obtener una comprobación independiente de las observaciones efectuadas por los Oko.
Petrov había dejado expuestos graves errores de sus superiores, el más obvio de los cuales era haber puesto en operación un sistema que adolecía de fallas graves: si esta vez había dado una alerta falsa, bien podría ser que no suministrase alerta alguna en el momento de necesitarla.
Petrov fue asignado a puestos de responsabilidad menor y se retiró voluntariamente a los pocos meses, con el mismo grado. Entonces se radicó en la pequeña ciudad de Fryazino, donde vivía de su muy magra jubilación como un absoluto desconocido, junto a su esposa Raisa y sus hijos Dimitri y Yelena. Por si su desgracia fuera poca, Raisa murió al poco tiempo, vencida por una larga y penosa enfermedad. Nunca se consideró a sí mismo un héroe, sino un hombre que cumplió con su deber, pese a lo cual, el 21 de mayo de 2004, una institución de San Francisco, EE.UU., la Asociación de Ciudadanos del Mundo, le concedió su Premio Anual, más una módica contribución de mil dólares. No parece un gran premio para un hombre que evitó la catástrofe definitiva, aunque, por otra parte ¿qué premio sería el adecuado? El Senado de Australia también votó una resolución de reconocimiento unas pocas semanas después. Tampoco parece gran cosa. Por problemas cardiovasculares, Petrov, el hombre que nos salvó a todos, estuvo un tiempo con problemas para caminar normalmente, sin siquiera tener dinero suficiente como para pagarse un buen tratamiento.
Pocas veces la historia da a cada uno lo que merece. La vida de Stanislav Petrov es reveladora de ello. No obstante, desde aquí, mi respeto y reconocimiento por tener iniciativa y por ser capaz de hacer lo correcto en lugar de lo ordenado.
Un cordial saludo a todos.
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