Alberto
Habitual
Sin verificar
Gran masa verde, como elevada alfombra que corre y recubre aquéllos cerros, bosques erguidos, oscuros y húmedos. Encinos reposantes sobre suave tierra colorada, tapiz pardo de hojarasca, troncos rústicos y encorvados, vida incrustada en cada raíz e invasora.
Arriba, cielo plomizo, grandes bocanadas de viento frío bajan furiosos golpeando y desprendiendo cientos de hojas secas, muertas. Rechinan los troncos, rocas oscuras con moho grisáceo cambian de tonalidad mientras miles de diminutas gotas se precipitan, un olor agradable de tierra mojada inunda el ambiente, todo se detiene, dejando a su paso grandes huecos de sonidos naturales, un gran silencio en ese claro en la mitad de la espesura invencible, una palada:
-¡Ándale Juan!, apremia que te apresures, ya vienen la aguas,
Se enjuga el sudor, jadeo constante y palpitación desenfrenada por el esfuerzo físico, desprende de su boca una estela fina de vapor caliente, su aliento:
-mmm…, murmuró, levanta la mirada, una luz al fondo, centelleante, un tronido lejano.
Se agacha nuevamente, apresura las paladas, ambos en aquel boquete realizan su labor. Una nube tímida baja, cubre el bosque, el momento es tenue, la bruma espesa estacionada que permea la luz iluminando aquel claro:
-Pero has sido bien necio Juan, nunca fuiste de palabras entender, ¿me estás escuchando?, preguntó, arrojó una mirada enfurecida.
-Si, respondió cortante con cierto tono de fastidio mientras retiraba una roca y la colocaba fuera del boquete.
-Ahora verás que pasa, pídele a Dios que don Refugio no se entere, si no el problema en el que nos metes.
-…
-Clarito se te dijo, desde chamaco Juan, pobre has nacido y tendrás que trabajar y duro, verás por que lleves alimento a tu casa y honres a tus padres, pero no, nos saliste muy atrabancado, siempre se te hizo fácil jugártela, ansina de chamaco y ya tirabas baraja con tus malos amigos y mírate, mírate en que te has convertido, hasta cobarde resultaste, te agarraron con las reses de don refugio y dejaste a tus amigos y ora si córrele con tu padre, aquel que te va a solapar tus maldades.
El cielo negro, comenzó a arreciar la lluvia.
-Precisa que acabemos Juan, ¡ándale!, que don Refugio quiere este pozo pa’pronto…¿estás llorando?
Un breve silencio entre ambos, neblina espesa, lluvia fría, no más ruidos, más que las gotas incesantes precipitadas sobre cada centímetro, estallan una por una tornándolo mojado y frío.
-Ya arrecia Juan, ¡termina!, sus ojos de compasión con severidad de tono, miraba a su hijo llorar, paleaba una y otra vez sollozando sin siquiera atreverse a mirar a su padre, vergüenza mostraba en su rostro.
-No quiero ni ver la cara de tu madre cuando te vea llegar; años de no tener razón tuya, no la quiero ver Juan.
-Aunque eres un desgraciado, continuó mientras removía con esfuerzo la tierra colorada chiclosa por el agua, -ella siempre te perdonó, mordiste la mano que te daba de comer y perdonado estás.
Un breve silencio nuevamente, respiró hondo, continuó, -si don Refugio se entera que anduviste robando sus reses, no le gustará de nada, así es que te quedas y que te acapillen en la finca, ya servirás en las caballerizas o a ver dónde, pero ocúpate en algo provechoso y digno, sé agradecido, don Refugio nos ha tenido en su tierra y merece le correspondamos.
Agua precipitada inunda, fría, la oscuridad cada vez mayor, la tierra colorada se torna negra con las aguas y ríos turbios bajan por el cerro desprendiendo piedras y llevando hojas y varas consigo.
-Al rato llegas, te hincas ante la mujer que te parió, le pides perdón Juan, le prometes no volver a malear y te dedicas a laborar en Santa Rosa, que ahí el patrón te hará encargos, eso mismo harás Juan.
Juan llora y explota en llanto, grita desesperado y conmovido al escuchar a su padre, tantos años de humillaciones y deshonras y lo recibe con brazos abiertos, sentimiento por más inalcanzable de entender a ese infeliz que denota solamente amor infinito por el bien de quien ha dolido y preocupado desde que se concibió y vio luz primera, su hijo Juan.
Se abalanza sobre él, siente su pequeña y frágil espalda, las manos toscas lo abrazan y pasmado en llanto pide perdón. Empapados, la lluvia sigue y un pequeño haz de luz, lejano, una lámpara de queroseno se ve en la bruma, se acerca constantemente.
-Así le haces Juan, ¡acá estamos patrón!, grita, sacude las manos mientras se retiran del boquete, al salir, don Refugio ya parado enfrente de ellos, delgado y alto, su silueta denota un fino y elegante traje de charro con bordados y botonaduras de plata, pistola a la cadera, fuete en ambas manos, el vapor emerge de su aliento constante, todo es silencio.
Ya de noche, un hermoso equino y jinete cruzaron el portón del casco de Santa Rosa, el cielo abierto, limpio, iluminado, el rocío brillaba como diminutas esferas de plata adheridas a la hierba espesa y perfumada. Regresó solo…
don Refugio.
Arriba, cielo plomizo, grandes bocanadas de viento frío bajan furiosos golpeando y desprendiendo cientos de hojas secas, muertas. Rechinan los troncos, rocas oscuras con moho grisáceo cambian de tonalidad mientras miles de diminutas gotas se precipitan, un olor agradable de tierra mojada inunda el ambiente, todo se detiene, dejando a su paso grandes huecos de sonidos naturales, un gran silencio en ese claro en la mitad de la espesura invencible, una palada:
-¡Ándale Juan!, apremia que te apresures, ya vienen la aguas,
Se enjuga el sudor, jadeo constante y palpitación desenfrenada por el esfuerzo físico, desprende de su boca una estela fina de vapor caliente, su aliento:
-mmm…, murmuró, levanta la mirada, una luz al fondo, centelleante, un tronido lejano.
Se agacha nuevamente, apresura las paladas, ambos en aquel boquete realizan su labor. Una nube tímida baja, cubre el bosque, el momento es tenue, la bruma espesa estacionada que permea la luz iluminando aquel claro:
-Pero has sido bien necio Juan, nunca fuiste de palabras entender, ¿me estás escuchando?, preguntó, arrojó una mirada enfurecida.
-Si, respondió cortante con cierto tono de fastidio mientras retiraba una roca y la colocaba fuera del boquete.
-Ahora verás que pasa, pídele a Dios que don Refugio no se entere, si no el problema en el que nos metes.
-…
-Clarito se te dijo, desde chamaco Juan, pobre has nacido y tendrás que trabajar y duro, verás por que lleves alimento a tu casa y honres a tus padres, pero no, nos saliste muy atrabancado, siempre se te hizo fácil jugártela, ansina de chamaco y ya tirabas baraja con tus malos amigos y mírate, mírate en que te has convertido, hasta cobarde resultaste, te agarraron con las reses de don refugio y dejaste a tus amigos y ora si córrele con tu padre, aquel que te va a solapar tus maldades.
El cielo negro, comenzó a arreciar la lluvia.
-Precisa que acabemos Juan, ¡ándale!, que don Refugio quiere este pozo pa’pronto…¿estás llorando?
Un breve silencio entre ambos, neblina espesa, lluvia fría, no más ruidos, más que las gotas incesantes precipitadas sobre cada centímetro, estallan una por una tornándolo mojado y frío.
-Ya arrecia Juan, ¡termina!, sus ojos de compasión con severidad de tono, miraba a su hijo llorar, paleaba una y otra vez sollozando sin siquiera atreverse a mirar a su padre, vergüenza mostraba en su rostro.
-No quiero ni ver la cara de tu madre cuando te vea llegar; años de no tener razón tuya, no la quiero ver Juan.
-Aunque eres un desgraciado, continuó mientras removía con esfuerzo la tierra colorada chiclosa por el agua, -ella siempre te perdonó, mordiste la mano que te daba de comer y perdonado estás.
Un breve silencio nuevamente, respiró hondo, continuó, -si don Refugio se entera que anduviste robando sus reses, no le gustará de nada, así es que te quedas y que te acapillen en la finca, ya servirás en las caballerizas o a ver dónde, pero ocúpate en algo provechoso y digno, sé agradecido, don Refugio nos ha tenido en su tierra y merece le correspondamos.
Agua precipitada inunda, fría, la oscuridad cada vez mayor, la tierra colorada se torna negra con las aguas y ríos turbios bajan por el cerro desprendiendo piedras y llevando hojas y varas consigo.
-Al rato llegas, te hincas ante la mujer que te parió, le pides perdón Juan, le prometes no volver a malear y te dedicas a laborar en Santa Rosa, que ahí el patrón te hará encargos, eso mismo harás Juan.
Juan llora y explota en llanto, grita desesperado y conmovido al escuchar a su padre, tantos años de humillaciones y deshonras y lo recibe con brazos abiertos, sentimiento por más inalcanzable de entender a ese infeliz que denota solamente amor infinito por el bien de quien ha dolido y preocupado desde que se concibió y vio luz primera, su hijo Juan.
Se abalanza sobre él, siente su pequeña y frágil espalda, las manos toscas lo abrazan y pasmado en llanto pide perdón. Empapados, la lluvia sigue y un pequeño haz de luz, lejano, una lámpara de queroseno se ve en la bruma, se acerca constantemente.
-Así le haces Juan, ¡acá estamos patrón!, grita, sacude las manos mientras se retiran del boquete, al salir, don Refugio ya parado enfrente de ellos, delgado y alto, su silueta denota un fino y elegante traje de charro con bordados y botonaduras de plata, pistola a la cadera, fuete en ambas manos, el vapor emerge de su aliento constante, todo es silencio.
Ya de noche, un hermoso equino y jinete cruzaron el portón del casco de Santa Rosa, el cielo abierto, limpio, iluminado, el rocío brillaba como diminutas esferas de plata adheridas a la hierba espesa y perfumada. Regresó solo…
don Refugio.
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