Vale, pues primer mod.
Mencanta la caja, pero no me gusta el bisel, las agujas son horrorosas, y encuentro el dial demasiado recargado. Que sí, que un diver tiene que tener todo eso para ser bien visible en condiciones de poca luz, pero como - tal y como tengo yo los tímpanos - para mí la ducha ya es un deporte de riesgo (y como, todo sea dicho, el peluco es mío y hago con él lo que quiero), no necesito ver la hora a trescientos metros de profundidad. Si el reloj y yo llegamos a esa cota, es que me he caído por la borda, y saber a qué hora me estoy ahogando tampoco me quita el sueño, mirusté.
Además, un reloj sin Super Engineer ni Ploprof, ni es reloj, ni es ná.
Lo primero es cambiarle el armys por un Superengineer:
Le retiramos el armys, y limpiamos un poco la tapa, que está muy cochina, que parece que no me duche, está...
está como pegajosa... ¿pegamento?
Vale, limpiamos la caja y
retiramos el plastiquillo protector, con el que llevo quince días, sin enterarme. Lo que hacen las ansias...
Jaxa al canto, y fuera la tapa y la tórica:
Fuera la tija (ahora que ya sabemos cómo se saca, que lo mío me costó aprendérmelo):
Y fuera el mecanismo (que, por cierto, me ha costao un huevo sacarlo). Al soporte con él:
En primer lugar, recolocamos la tija y movemos las agujas hasta que cambie la fecha. Cambia a las doce y diez, y eso habrá que mejorarlo. Dejamos las agujas a la hora exacta en la que se produce el cambio de fecha.
Fuera las agujas originales (esta vez ya con un protector de dial en condiciones), y a una cajica con ellas:
Con ayuda de un destornillador, retiramos la esfera original y colocamos la nueva. Negra como ala de cuervo, a juego con la sotana.
Sinembargoooo... aquí hay algo que no funciona:
Mecagüenchichiputi.
O me resigno a vivir entre dos fechas, o aquí hay que tomar medidas.
Recordando lo expuesto por algunos ilustres coforáneos, me decido a cortar por lo sano:
Atomarporculo las paticas:
Gracias a la generosidad - y a la previsión - de los amiguetes de One Second Closer, disponemos de dos o tres adhesivos para los insertos del bisel. Tijeretazo al canto, y nos proveemos de un par de sustitutos de las patitas:
Hay que colocar con bastante cuidado el adhesivo, no queremos que sobresalga (Dios sabe a qué se pegaría) ni que roce con el disco fechador.
Colocamos ahora la aguja horaria (usando un transportador para calcular la posición de las doce en relación a la ventana del fechador, que a partir de aquí ya vamos tocando de oído) y comprobamos que esté perfectamente paralela al dial:
Y ahora viene la minutera. Como tenemos el mecanismo en el punto exacto del cambio de fecha, la colocamos apuntando a las doce y así cambiará la fecha a esa hora. Y comprobamos que las dos están paralelas y que giren sin estorbarse:
La segundera da bastantes problemas (cosa de
tres horas de bastantes problemas, la hijaputa). De repente, sale volando y desaparece. Suerte que los Príncipes de la Iglesia no somos dados a metrosexualidades y una barriga peluda es un cazasegunderas de primera categoría:
Continuamos para bingo. Llevo ya dos horas intentando colocar la jodía aguja. Otra vez sale volando, y esta vez la atrapo con una pierna. La foto está deliberadamente borrosa para que la visión de los muslos de un Cardenal no os provoque pensamientos impuros. De nada.
Seguimos, y seguimos, y seguimos. El sudor me cae a chorros; estoy en una habitación pequeña, cerrada, y con una zona de trabajo iluminada por tres lámparas. Las gafas se resbalan continuamente, y para evitar que la diadema de la lupa se me caiga en tol estofao, no me queda otra que coger un trapo y atármelo a la cabeza, en plan tenugui, debajo de la diadema. Los deditos, dentro de los condoncillos, nadan en su propio jugo, y no puedo usarlos para enjuagarme el sudor.
Intervalo publicitario:
Pierda peso ahora. Pregúnteme cómo. Si tiene cojones.
Por fin, y como por arte de magia, la segundera encaja en su sitio. Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan. Que decía Castelar.
Dejamos pasar unos minutos para asegurarnos de que nada roce con nada (y pa secarnos el sudor).
A partir de ahí, ya va todo rodao. Limpiamos bien con un trapito y un bastoncillo de algodón todas las gotas de sudor que han caído en el invento, y usamos un chorro de aire y un pincel para retirar los restos que queden. Cerramos la caja... y el reloj se para.
Las blasfemias se oyen en Madagascar (capital, Tananarive). Suerte que la inspiración viene rápida. Si el reloj se para al ponerlo en la caja, es que aquí roza algo. Y, como se ve en la foto, sospecho que es la segundera la que roza con el disco.
Sin contemplaciones. Protector de dial, alicates de corte, y circuncidamos un milímetro la segundera. Mano de santo.
Volvemos a cerrar la caja, ponemos el armys, y ya tenemos un diver digno de un cura.
Estoy tentado de cambiarle el disco fechador por uno en negro, pero no me disgusta el punto de color que aporta en blanco (y, además, da una referencia para la hora).
El lumen no está nada mal:
Y el resultado final es este:
Alá es grande. Alá es gordo. Alá es la hostia.
Me voy a duchar, que falta me hace.